De Trump al Barçagate: así funciona la guerra sucia en internet
Los ejércitos de troles rusos y chinos han profesionalizado la propaganda digital que inspira la guerra sucia de la que se acusa a la directiva del Barça
“En internet, nadie sabe que eres un perro”. La frase se la dijo un perro sentado enfrente del ordenador a otro perro sentado en el suelo, después de leerla en internet. Es de 1993 y apareció en una caricatura –publicada en la revista New Yorker– que, desde entonces, se ha convertido en una icónica tira cómicas de la modernidad por presagiar uno de los grandes problemas de la era de la información: el anonimato en la esfera virtual (y el comportamiento que conlleva). Más de dos décadas después, la misma cabecera publicó otra caricatura de dos perros cerca de un ordenador, que esta vez decía: “¿Recuerdas cuando, en internet, nadie sabía quién eras?”.
Entre estos dos dibujos no solo hay 22 años, sino también una transformación total de la experiencia digital. La World Wide Web facilita el anonimato, pero también vulnera la privacidad y, de alguna forma, condiciona lo que hacemos porque un perro invisible no teme que nadie le muerda la cola. Un poco lo que le ha pasado esta semana a la directiva del Barça, a la que le estalló en la cara un escándalo por aquello que se hizo a oscuras, para jamás ser desvelado. Pero lo del club azulgrana no va solo de ataques en internet a jugadores y personalidades, sino de una profesionalización de la propaganda que no solo no existía en la sociedad análoga, sino que va a más.
La guerra sucia en internet es, desde hace unos años ya, un sector de la «economía emergente», que más bien va camino de ser la economía dominante. Desde luego, no la ha inventado la cúpula de Josep Maria Bartomeu, pero el Barçagate podría ser el manual de bolsillo de cómo funciona la propaganda online, lo fácil y barato que es meterse en ella, y sus posibles consecuencias. Ahora mismo, una plantilla azulgrana dividida, unas elecciones internas inminentes, el despido de un asesor de Bartomeu y un escándalo que –se mire por donde se mire– mancha el nombre del club se perfilan como efectos, no de la guerra sucia, sino de la filtración de la noticia. El ambiente de recelo es la verdadera causalidad.
El lamentable episodio que se escribió esta semana en la historia del FC Barcelona se resume así: la directiva del equipo de Messi contrató por casi un millón de euros a las empresas Nicestream y I3 Ventures para desacreditar a parte de la plantilla y a figuras críticas de la cúpula. Bartomeu y el administrador de las empresas han brindado escasas declaraciones, confirmando los contratos pero defendiendo que los contenidos contratados deberían haber sido solo positivos, por lo que ha de ser una suerte de error que haya varias páginas en redes sociales creadas específicamente para atacar a una determinada parte del entorno del Barça, costeadas por el propio bolsillo del club.
Nada diferente de la industria de bots y troles pagados que los propagandistas rusos perfeccionaron y que circunstancias como el brexit y la elección de Donald Trump han puesto en la palestra pública.
Publicación de una de las páginas controladas por las empresas contratadas por el FC Barcelona | Facebook
Del humor a la manipulación
En los andamios de la cultura de internet, el trol era una figura usualmente vinculada a la comedia. Proviene de la palabra «troll», en inglés, un verbo para una técnica de pesca que consiste en mover el anzuelo y que metafóricamente puede interpretarse como un acto de provocación al pez que se pretende capturar. En los orígenes de internet, por ejemplo, en los foros de discusión o los servicios de chat, los troles solían aparecer allí donde había nuevos usuarios, para burlarse de sus ‘novatadas’ o directamente confundirles sobre el funcionamiento de las plataformas. También siempre aparecía el ‘justiciero’ que recomendaba «no alimentar al trol»; es decir, ignorarle, porque era tan solo un trol.
Si bien a los troles no se les consiguió ignorar realmente en los siguientes años, es cierto que el término se ha transformado para alimentar particulares estrategias digitales con fines más políticos y comerciales más allá de la tradicional guasa virtual. Se hace la distinción entre el trol en clave de comedia, al que le gusta trolear (tomar el pelo) en chats de videojuegos o redes sociales, y el trol de propaganda, usualmente afincado en plataformas como Twitter o Facebook. Este segundo tipo de trol puede ser incluso robotizado (bots) y básicamente dedicar toda su participación en el debate público en internet a defender sus intereses y atacar a todo aquel al que considere el enemigo.
«El término trol ha pasado esencialmente de significar provocar a otros sin malicia y por diversión mutua a significar abusar de otros sólo para el disfrute o beneficio propio», explicó en 2014 Jonathan Bishop del Centre for Research into Online Communities. Así las cosas, cuando se habla de «ejércitos de troles» usualmente se habla de esta acepción mucho más macabra del trol. Se trata de ejercicios de manipulación masiva orquestados desde grupos específicos para desacreditar a contrincantes o ensalzar iniciativas propias (o del cliente que pone el dinero). Tanto instituciones públicas como entidades privadas utilizan estos «ejércitos de troles» para manipular principalmente a través de las redes sociales.
Trump, brexit y los troles rusos
Muchos de los más fervientes partidarios de Donald Trump no son estadounidenses, sino rusos pagados por su gobierno. Eso concluyó el informe del fiscal especial Robert Mueller en su investigación sobre la injerencia de Rusia en las elecciones de 2016. El informe confirmó que el gobierno de Vladimir Putin percibió que se beneficiaría de la elección de Trump pero no pudo confirmar que la campaña del actual presidente estadounidense confubulara para participar en la dinámica de troles y bots que elevó su figura como presidenciable al menos en la comunidad digital.
Además de Rusia, China es otro gran productor de la guerra sucia virtual, y juntos han revolucionado la web. Se estima que hay hasta dos millones de ciudadanos chinos que cobran del gobierno para opinar y difundir información sobre temas como la excelencia de sus servicios o el fracaso de la democracia en Taiwán, según The Guardian. Esto explica que la guerra sucia del mundo moderno siempre está supeditada a un relato, muchas veces invisible, pero que hilvana una estrategia que ponen en práctica los ejércitos de troles.
En el caso del Barça, según las informaciones reveladas por Cadena Ser, el relato es que el sector crítico de Bartomeu es «el malo». En las páginas contratadas eran comunes los ataques a personalidades enemistadas con la actual junta directiva, como Jaume Roures o Pep Guardiola, o jugadores distanciados de la cúpula como Leo Messi y Gerard Piqué.
Publicación de una de las páginas controladas por las empresas contratadas por el FC Barcelona | Facebook
Si bien muchos de los casos más sonados de las campañas de desprestigio en internet tienen que ver con política –el Barçagate va de la política interna del club–, la actividad de troles normalmente tiene fines comerciales. Pero el modus operandi es el mismo. Según un estudio del MIT, el uso de troles y bots favorece la difusión de noticias falsas con respecto a las noticias reales: las falsas llegan a hasta un 35% más de personas que las noticias verdaderas. Las redes de bots suelen ser conjuntos de perfiles falsos controlados por una persona u organización. Los del Barcelona eran controlados por Nicestream y I3 Ventures, empresas contratadas por el propio club.
¿Y cuál es el precio de la guerra sucia? Para el FC Barcelona, en torno a un millón de euros. Pero, según una investigación de la OTAN, la manipulación en redes sociales es sobremanera asequible. Con solo 300 euros, los investigadores compraron más de 3.500 comentarios, 25.000 likes, 20.000 impresiones y 5.100 seguidores en Facebook, Twitter, Instagram y Youtube. Los servicios los brindaron once compañías rusas y cinco europeas, y los autores del estudio identificaron más de 18.000 cuentas usadas para hinchar el alcance de estos contenidos, presuntamente controladas por estas compañías. El informe también destaca el factor residual de la manipulación política frente a la comercial, vinculada en gran parte al marketing de influencers en Instagram.
Si bien muchas veces la actividad la realizan individuos o grupos de individuos que controlan simultáneamente distintas páginas o cuentas en redes sociales, en ocasiones los contenidos se divulgan mediante bots programados para «responder» a ciertas palabras clave o simplemente para difundir determinados contenidos a través de reuits o likes.
No es casualidad que Twitter y Facebook eliminen millones y millones de cuentas falsas cada mez; se utilizan precisamente para toda suerte de expresiones de lo que en resumen sigue siendo guerra sucia. Virtuales, inexorables, accesibles. Feroces batallas psicológicas, no bélicas, para instalar argumentos en el inconsciente colectivo, cuyo vestigio muchas veces es inescrutable.
Se puede ser un «perro» en internet sin que nadie se dé cuenta, pero algunas «perradas» no pasan desaparecibidas, especialmente si a alguien le interesa que se conozcan.