El riesgo de crisis financiera frena el retorno del dividendo bancario
La banca presiona a los supervisores para recuperar la libertad para retribuir. Pero su deseo choca con la necesidad de evitar que algún banco europeo caiga
La patronal bancaria, AEB, dio el pistoletazo de salida hace unos días a la que será una las principales peticiones del sector financiero en los próximos meses: recuperar la libertad para repartir dividendos. José Antonio Álvarez, consejero delegado del Banco Santander, se sumó rápidamente a la demanda -y con él Gonzalo Gortázar y Jaime Guardiola, sus homólogos en Caixabank y el Banco Sabadell-, alegando que la limitación es un agravio comparativa frente a otros sectores. Sus peticiones, sin embargo, tienen probabilidades de quedarse en nada, si desde Frankfurt y Bruselas no ven muy claro que la crisis económica no derivará en una financiera.
Supervisores, reguladores, gobiernos y entidades financieras saben que existen muchas incertidumbres sobre el impacto que tendrá el coronavirus, al no contar con ningún precedente similar. Aunque la economía esté recuperándose del fuerte golpe recibido por el estado de alarma, existen muchas incógnitas sobre el futuro, entre ellas si habrá otro rebrote, que agudizaría la crisis económica, o cuántas empresas caerán. Los planes de rescate de todos los países guardan el patrón común de que han ofrecido avales -a través de la banca- o ayudas directas, por lo que es clave que el tejido empresarial resista.
Si este sistema falla, tanto los estados, como las entidades financieras, van a sufrir pérdidas. Los primeros tendrán que elevar todavía más su endeudamiento para pagar las deudas avaladas, y los segundos cargar la parte no protegida contra sus resultados; comiéndose la reserva de capital. Si las quiebras son numerosas, en algunos casos se podría llegar a cuestionar la solvencia; y ahí asomaría la temida segunda vuelta en forma de crisis financiera.
Es normal que la banca se rebele públicamente contra la recomendación forzada del Banco Central Europeo (BCE) de no repartir dividendos -cuando está sobre la mesa alargarse más allá de octubre de 2020– para que sus accionistas se sientan defendidos. Pero existen dudas razonables sobre si su clamor es una voz en el desierto, porque cuanto más capital retengan los bancos, menos posibilidades habrá de que si la crisis profundiza o se alarga, haya que rescatar o liquidar alguna entidad (o a varias) en Europa.
Con los estados europeos muy endeudados, la unión bancaria sin finalizar, y las cotizaciones de la banca deprimidas en bolsa, es un mal momento para poner a prueba los planes de liquidación de los bancos europeos que ha ido aprobando o la JUR (Junta Única de Resolución). El sistema solo se ha testeado realmente una vez y en etapa de recuperación económica -con el Banco Popular-, lo que facilitó la venta al Banco Santander.
El peligroso poder discriminatorio de los inversores
Europa es muy grande y no toda la banca ha pasado por una limpieza de activos tóxicos y un marcaje tan fuerte como la española. Aunque los bancos nacionales suelen salir mal parados en los rankings de capital, siempre reivindican que se ven perjudicados por los distintos modelos que se aplican a la hora de valorar el riesgo de sus inversiones.
Bankia o Liberbank son casos claros de esas diferencias y antes de la crisis del coronavirus se esperaba que dieran saltos en solvencia, gracias a la aprobación por parte del BCE de modelos propios de estimación de riesgo, que se acercan más a los que se utilizan en otras economías europeas.
Con este contexto, y con una bolsa muy volátil en la que ya pueden operar los inversores bajistas, puede ser peligroso que las entidades desnuden su fortaleza vía su capacidad, o no, para repartir dividendos. A los bancos, sin embargo, les gustaría poder dar alguna buena noticia durante sus resultados semestrales.
El café para todos que critican los bancos españoles -esgrimen que se debería dar libertad a cada entidad para fijar su política de retribución de acuerdo a su fortaleza aunque se decanten por la prudencia-, es una red de seguridad para que los inversores no ataquen a los que se perciban más débiles -los que no puedan abonar dividendos o sean menores-; al menos hasta que haya visibilidad sobre la magnitud de la crisis, la llegada de una vacuna, o la realidad de un rebrote que vuelva a provocar cierre de actividades.
Levantar la recomendación de no repartir dividendo de forma generalizada -o lo que sería peor, que el BCE limitara el en el caso de unos y de otros no- podría ayudar a estigmatizar a los bancos más débiles de Europa, o a que algunos tomaran decisiones poco prudentes justo para no ser considerados una oveja negra.
Dado que los gobiernos y el BCE están forzando a la banca europea a tomar más riesgos de los que serían recomendables en una crisis como la que vivimos, que está siendo generoso contablemente con la morosidad, y que la recomendación de no repartir dividendo ya está sobre la mesa, no se puede descartar que caiga en la tentación de pedir más sacrificios a los accionistas bancarios. A cambio, si la economía se reactiva con fuerza, las entidades habrán conseguido elevar su cartera de crédito -y por tanto sus ingresos- tal vez recuperando algo de rentabilidad.
Teniendo en cuenta que los peores escenarios -en los que no se incluye una crisis financiera- ya están en el precio de cotización, el coste riesgo-beneficio sale a favor de que Christine Lagarde sea prudente. Pero eso no quiere decir que los bancos no vayan a continuar quejándose con buena lógica de marketing financiero: se presupone que el que pelea por algo no lo hace con la boca pequeña y que cuando todo pase, los dividendos deberían ser mejores porque el colchón de solvencia será más ancho.