El relevo generacional en el sector de la obra pública

El sistema de licitaciones de nuestro país, que ha primado desde tiempos inmemoriales “ser el más barato”, ha sido destructivo para las capacidades económicas de las empresas y para los estímulos morales de las personas que trabajan en ellas

Dos trabajadores en unas obras en la ciudad de Valéncia. EFE/Biel Aliño

Dos trabajadores en unas obras en la ciudad de Valencia. EFE/Biel Aliño

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Es una evidencia que en toda Europa y en todos los sectores se detecta un envejecimiento general de la población activa. Al mismo tiempo, las tasas de desempleo de los jóvenes y mujeres mantienen coeficientes altísimos y en nuestro país más aún, donde estos porcentajes son el doble que en el resto de Europa. Si esto se hace patente en todos los sectores en el sector de la construcción dicha realidad se hace angustiosa.

La crisis de 2008 dio lugar a una casi eliminación de la licitación pública y también un descenso bajo mínimos de la inversión privada. La masa laboral del sector de la construcción se vio diezmada, ya sea porque muchos cambiaron a sectores «más estables» como la alimentación o la hotelería, ya sea porque muchos pasaron a la jubilación o porque aquellos que llegaron allende de los mares en la década de los 2000, retornaron a sus países de origen al perder el horizonte laboral.

El resultado de esos años es que perdimos profesionales contrastados, de valor incalculable y, aún más y más grave, perdimos la capacidad de trasladar los conocimientos a aquellos que ingresaban por primera vez en el sector.

El repunte de la inversión pública a partir del 2016 de manera paulatina, no ha ido aparejado por la reposición de la población en el sector

El estudio que la Confederación nacional de la Construcción elaboró sobre las necesidades de personal laboral hasta el 2030, con la llegada de los fondos europeos, arrojaba un déficit de 700.000 puestos de trabajo y en nuestra comunidad de 30.000.

Un obrero trabaja en la construcción de una vivienda. EFE/ David Arquimbau Sintes
Un obrero trabaja en la construcción de una vivienda. EFE/ David Arquimbau Sintes

Nuestro sector, gran motor económico y de creación de empleo, a nada que la inversión crezca, sin embargo, no es capaz de atraer nuevo personal a la velocidad que el mercado demanda. Y eso por varias razones. Crear un buen profesional de la construcción, requiere tiempo, pero más aún requiere que el sector se convierta en un sector atractivo para aquellos componentes de la sociedad que quieren tener un futuro estable y bien remunerado. Parece chocante que habiendo las cifras de paro juvenil y el sector femenino, cueste tanto atraer a estos dos grupos de la población a este sector.

Hacer atractivo el sector, requiere varias condiciones que se deben dar al mismo tiempo

Desde luego hace falta capacidad didáctica para explicar que el sector no tiene nada que ver con lo que la conciencia social general tiene en mente respecto a él. Hoy el sector ha sufrido una modernización envidiable, la entrada y proliferación de materiales prefabricados, la tecnificación de la maquinaria y los métodos constructivos, han permitido reducir considerablemente los esfuerzos físicos que antaño sufrían nuestros trabajadores, haciendo el trabajo diario mucho más llevadero. El esfuerzo de las empresas por acomodar sus tiempos a la conciliación familiar ya empieza a ser patente y se generalizan de manera exponencial.

Y sin embargo, nos seguimos preguntando por qué nos cuesta tanto, que los jóvenes se decanten por este sector, o porque las mujeres no alcanzan más del 9% de nuestra masa laboral (la mitad de la media europea). Indudablemente hay un problema de desconocimiento y en eso nos aplicamos desde hace tiempo las empresas y la Fundación Laboral de la Construcción.

Obreros de la construcción durante su jornada laboral. EFE/ Fernando Alvarado
Obreros de la construcción durante su jornada laboral. EFE/ Fernando Alvarado

Pero, indudablemente, también hay un factor económico que no podemos ocultar. Este sector necesita poder ofrecer mejores salarios a sus profesionales, y eso pasa porque la economía de las empresas lo permita. El sistema de licitaciones de nuestro país que ha primado desde tiempos inmemoriales “ser el más barato” por encima de conceptos de calidad, trayectoria, historia y resultados de nuestras compañías, ha sido destructivo para las capacidades económicas de las empresas y para los estímulos morales de las personas que trabajan en ellas.

Hacer una obra en pérdidas es una situación lamentable para la empresa y también para el profesional que día tras día se angustia pensando como puede «salvar» económicamente una obra, minado progresivamente su moral y su ánimo. El resultado es que muchos de los profesionales abandonan el sector en busca de una vida “menos angustiosa” y desincentiva a otros para entrar en este sector. La empresa que vive mirando la escasez de sus réditos, no tiene capacidad para incentivar a sus propios trabajadores, y contempla impotente que se va descapitalizando humanamente al mismo tiempo que económicamente.

Todavía el factor económico tiene un peso excesivo y decisivo en las licitaciones

Las directivas europeas se dirigieron a la elección de empresas para los contratos públicos, por otros factores que no fueran solo el precio, para intentar obtener las mejores ofertas en la relación calidad‐precio. Las transposiciones de dichas directivas a nuestro ordenamiento jurídico, no han dado el resultado deseado.

Aún encontramos administraciones que permiten adjudicaciones a ofertas desproporcionadas económicamente, o licitaciones con una solo licitador (sin competencia), porque el precio de salida está fuera de mercado y que son adjudicadas a sabiendas de que tendrán problemas inmediatos en su ejecución. Todavía el factor económico tiene un peso excesivo y decisivo en las licitaciones.

Dos trabajadores en un andamio en una obra en la ciudad de Valencia. EFE/Biel Aliño

Las Administraciones, garantes del bien público general, tiene que ser conscientes que los profesionales de este sector, también son parte del “bien público general” y por tanto deben preocuparse de que una empresa, además de hacer su trabajo correctamente, y en su plazo, tenga un resultado suficiente para que pueda remunerar cada vez mejor a su personal y mantener una estabilidad económica satisfactoria, lo que sin duda requiere contratos justos, precios de mercado real y condiciones de contratación coherentes en precio y calidad.

Por último, este sector ha vivido siempre en la montaña rusa de las inversiones públicas. Es muy difícil plantear un horizonte de crecimiento en una empresa constructora de obras públicas, y una estabilidad en sus plantillas, si su mercado (la obra pública) puede pasar de 100 al 0, de la noche a la mañana.

Históricamente se ha utilizado la bolsa de las inversiones en obra pública como regulador de las cuentas de los gobiernos. Las inversiones se han tratado en infinidad de ocasiones como gasto puro, olvidando que un país que no invierte en sus infraestructuras, es un país sin futuro. La inversión en obra pública debería ser tan intocables como la sanidad o la educación, pues son, sin duda alguna, los tres pilares donde se debe asentar una sociedad que quiere avanzar, manteniendo un nivel adecuado para el desarrollo del sector productivo y la contribución de este a la economía general.

Así pues, una inversión estable, unos precios adecuados y una didáctica permanente será la única forma de atraer a los jóvenes y mujeres a nuestro sector, asegurándoles un futuro estable y bien remunerado, que al mismo tiempo nos permita tener el relevo generacional necesario y deseado.

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