¿Quo vadis, València? El reto de gestionar el turismo masivo

Sería conveniente establecer un aforo turístico para cada zona presionada. Es decir, estudiar cual es límite de visitantes que puede soportar de manera natural y cuantos alojamientos son los necesarios

Varios turistas recorren la ciudad en Valencia. Foto: Roberto Solsona / Europa Press

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Algunos fenómenos urbanísticos quedan asociados al nombre de la ciudad en que se detectaron por primera vez o simplemente porque es el factor que mejor describe su situación. Del resultado de esa percepción, se toma a esa ciudad como referencia o ejemplo a seguir, o bien todo lo contrario, se la estigmatiza.

En los primeros casos, tenemos Bilbao que asociamos inmediatamente al “efecto Guggenheim”, como ejemplo de revitalización de una ciudad. Copenhague se considera ejemplo de ciudad saludable preocupada por el medio ambiente. En el lado menos optimista, tenemos Barcelona a la cual la acompaña el término de “Barcelonización”, como efecto negativo del turismo de masas sobre los habitantes de una ciudad.

Este es un fenómeno en progresión que en esta ciudad sus consecuencias se perciben como de difícil solución, pero son un aviso a otras ciudades que están sufriendo ese proceso desde hace poco tiempo, aunque el ejemplo más dramático sería el de Venecia, una ciudad cuyas calles se parecen más a un decorado, como aquellos en donde se filmaban de las películas del Oeste en el desierto de Almería, y en la que cuando desaparecen los visitantes se queda sin vida. 

La pregunta que debemos hacernos es, ¿qué está ocurriendo con València? ¿Qué se entenderá un en un futuro al oír el término “Valencia”? No nos engañemos, el turismo de masas y sus síntomas negativos empiezan a manifestase claramente en nuestra ciudad. Las futuras consecuencias de una sobreexplotación de nuestro entorno pueden verse perfectamente en otras ciudades en las que el proceso ha empezado mucho antes. 

Vida urbana

Lo primero que ya podemos comprobar en nuestra ciudad es la influencia en el precio de la vivienda, tanto en alquiler como en la venta. La posibilidad de obtener más beneficio de un inmueble hace que el propietario privado se mueva por las tendencias del mercado. Esto lleva a la gentrificación de determinadas zonas, desplazando a la población nativa o asentada desde hace tiempo hacia la periferia, o incluso a poblaciones cercanas.

Esta población pasajera hace que la vida urbana carezca de alma. Se pierden valores como la solidaridad entre vecinos y aumenta la inseguridad, amparada por el anonimato de los nuevos pobladores. De igual manera ocurre con el comercio local. Está desapareciendo rápidamente presionado por el alza de precios de los alquileres y otros gastos, dando paso a franquicias de capital extranjero que no tributan en nuestro país.

Se ha deshumanizado el trato con el cliente al ser visto este como un mero valor de facturación. Simplemente aplican cara al cliente un protocolo de atención aprendido que les proporcione críticas positivas en las redes sociales. La presión y el deterioro que sufren las infraestructuras urbanas hace que aumente de manera importante el gasto de mantenimiento de estas.

«Esta población pasajera hace que la vida urbana carezca de alma»

Inevitablemente, hasta fecha de hoy, esto lo han de pagar exclusivamente los contribuyentes de la ciudad. Este hecho es más grave con respecto al patrimonio ya que su afección puede llegar a un punto irreparable. Un estudio reciente de la Universidad Politécnica de Valencia ya revela esa degradación, producto de la presión en edificios protegidos de nuestra ciudad. 

El impacto medioambiental del turismo de masas resulta evidente y preocupante. Pensemos que no sólo afecta a la ciudad. Muchos lugares naturales, como el parque natural del Saler, puede verse afectado su estado y su biodiversidad. En el caso de la Albufera, su protección se convierte en un asunto prioritario ante la presión de los visitantes. 

Dependencia económica del turismo

Otro fenómeno detectado es la “turismofobia”, que se manifiesta por las acciones llevadas a cabo por determinados vecinos de barrios altamente afectados en su día a día por las molestias generadas por los visitantes. Pintadas o el bloqueo de cerraduras ya son noticia en el barrio del Cabanyal y van en aumento. Paradójicamente, los propios turistas lamentan la cantidad de visitantes, las esperas y las colas, pero admiten su propia contribución al fenómeno. 

Ciertamente los datos económicos van al alza y las previsiones de crecimiento son muy optimistas, pero esa creciente dependencia económica del turismo va en contra de la opinión de los expertos. Recomiendan diversificar la economía para evitar, en una futura crisis, que las consecuencias no sean graves.

Cualquier desastre natural, cualquier inestabilidad político-social o simplemente cualquier cambio de tendencia de los turistas puede tener un efecto negativo devastador sobre su economía. Curiosamente, el aumento de los flujos turísticos supone la necesidad de generar más puestos de trabajo, pero esto se ha traducido en que las condiciones laborales de los trabajadores se deterioran, no siempre lleva aparejado un incremento de los salarios y de la mejora de sus condiciones laborales. 

«Los propios turistas lamentan la cantidad de visitantes, las esperas y las colas, pero admiten su propia contribución al fenómeno»

Después de ser conscientes de las consecuencias que nos puede deparar el fenómeno del turismo de masas cabe hacerse otra pregunta: ¿Estamos dispuestos a afrontar este problema de manera valiente? ¿Cómo queremos definir nuestra marca? ¿Qué mensaje vamos a ofrecer? 

La economía que produce el turismo nos conviene, pero es importante cuidarla, ejercer de alguna manera el control sobre los problemas que genera, con el objetivo de desarrollar un proyecto a largo plazo y que forme parte de nuestro ADN. Sería conveniente establecer un aforo turístico para cada zona presionada. Es decir, estudiar cual es límite de visitantes que puede soportar de manera natural y cuantos alojamientos son los necesarios.

Necesitamos implantar unas estrategias que permitan un desarrollo equilibrado en todos los ámbitos que nos afectan y nos son propios. El resultado ha de ser el consolidar una percepción de nuestra comunidad como un lugar abierto a todos, de natural convivencia con todo tipo de colectivos, amigable, de respeto con el entorno, donde poder disfrutar de lo que tenemos y al mismo tiempo, como ciudadanos, sentirnos orgullosos de nosotros y de nuestra ciudad. 

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