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En su búsqueda constante de bienestar, el ser humano ha transformado sus entornos, construyendo espacios cada vez más seguros y confortables. Durante el siglo XX, la arquitectura se centró en diseñar viviendas que respondieran a las nuevas exigencias de una sociedad industrializada. Sin embargo, hoy enfrentamos un desafío que va más allá del espacio privado: nuestras ciudades demandan una transformación profunda que permita devolver el espacio público a las personas, alejándolo del dominio casi exclusivo de los coches y la especulación urbanística.

Una voz pionera en señalar este problema fue la periodista Jane Jacobs, quien, en 1961, con su influyente libro Muerte y vida de las grandes ciudades, advirtió sobre los males de las urbes diseñadas bajo un modelo que priorizaba infraestructuras para el tráfico rodado. Jacobs promovió una visión de ciudad más humana, donde las calles fueran habitadas, no solo transitadas. Este enfoque, basado en la convivencia y el uso peatonal del espacio, es el mismo que, décadas después, ciudades como Copenhague han adoptado con éxito, iniciando un proceso de «Copenhaguización» que ha sido replicado en ciudades de todo el mundo.

En Valencia, este proceso de «re-humanización» del espacio público ha empezado a dar algunos frutos, aunque de manera desigual. Uno de los ejemplos más destacados es el antiguo cauce del río Turia, transformado en un parque urbano que no solo ha cambiado el paisaje, sino que ha reconfigurado la manera en que los valencianos interactúan con su entorno. Lo que antes era una barrera física en el corazón de la ciudad se ha convertido en un corredor verde que conecta barrios, creando un espacio accesible y agradable para todos los ciudadanos. Este parque ha demostrado el poder de la naturaleza como elemento integrador en las ciudades modernas.

Sin embargo, no todos los proyectos de Valencia han seguido el mismo ritmo. Cada vez que se produce un cambio de gobierno hay un empeño en deshacer el legado o los proyectos del equipo anterior. Esto condena a la ciudad a una parálisis tóxica que supone un elevado coste en dinero perdido y de oportunidades de mejora a medio plazo. Un caso emblemático es la remodelación de la Plaza del Ayuntamiento, un espacio clave que, tras un concurso abierto y un proceso transparente de selección, sigue a la espera de su ejecución. Esta plaza, que debería ser el corazón vibrante de la ciudad, se encuentra actualmente limitada por un tráfico desmesurado y una planificación urbana anticuada. La necesidad de convertirla en un espacio peatonal, abierto y accesible, es urgente para que la ciudad pueda proyectar una imagen moderna y habitable.

Otra intervención pendiente es la reforma de la Avenida del Puerto, una de las arterias más importantes de la ciudad, pero que hoy se encuentra completamente dominada por el asfalto. Con cinco carriles dedicados al tráfico rodado, esta avenida representa el paradigma de un urbanismo deshumanizado. El proyecto que pretende naturalizarla, introduciendo árboles, ensanchando las aceras y creando espacios de convivencia, no solo mejoraría la calidad de vida en los barrios aledaños, sino que también resolvería problemas de tráfico y conectividad. Convertir esta vía en un espacio más amable para peatones y ciclistas es esencial para hacer de Valencia una ciudad más moderna y funcional.

La ciudad de Valencia debe priorizar a las personas

A pesar de estos avances, sigue habiendo retos que debemos abordar con urgencia. Valencia necesita consolidar su transformación hacia una ciudad que priorice a las personas. No se trata solo de plantar más árboles o peatonalizar algunas calles, sino de repensar el modelo urbano en su totalidad. Los espacios públicos deben ser concebidos como “espacios domésticos” donde los ciudadanos se sientan seguros, cómodos y partícipes de la vida urbana. Para ello, es necesario involucrar a profesionales con una visión global y humanista, capaces de trabajar en equipo con otras disciplinas para encontrar soluciones sostenibles y adaptadas a las necesidades de todos los habitantes.

Además de la vegetación, que es un elemento clave en la naturalización de las ciudades, otros factores como la permeabilidad del pavimento para refrescar el suelo, la accesibilidad universal y la creación de zonas de encuentro y convivencia son esenciales para que el espacio público sea verdaderamente inclusivo. Valencia ya ha dado algunos pasos en esta dirección, pero es crucial que no se detenga el impulso. El futuro de la ciudad depende de la capacidad para repensar y mejorar sus espacios públicos, transformándolos en entornos saludables, accesibles y funcionales.

El caso del túnel en la Avenida Pérez Galdós es otro ejemplo de un debate urbanístico pendiente, donde la ciudad sigue arrastrando soluciones incompletas y anticuadas que afectan de manera negativa a sus vecinos. Este tipo de infraestructuras, pensadas exclusivamente para facilitar el tráfico, ya no responden a las necesidades de una ciudad que quiere reducir la contaminación y mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. La discusión sobre qué hacer con espacios como este debería formar parte de una estrategia urbana más amplia, en la que los espacios públicos sean concebidos como lugares de encuentro y no como simples vías de tránsito.

En conclusión, Valencia se encuentra en un momento crucial para definir su futuro. La transformación urbana que necesita no puede esperar más. Es hora de acelerar los proyectos que naturalicen nuestras plazas, avenidas y espacios públicos, devolviendo la ciudad a sus habitantes y priorizando la sostenibilidad, la convivencia y el bienestar.

El urbanismo del futuro debe estar al servicio de las personas, y la arquitectura, como disciplina integradora, tiene un papel fundamental para guiar este proceso de cambio.

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