Ruta del Vino Somontano: bodegas, tomate rosa, villas medievales y pasarelas sobre aguas turquesas

Bodegas ultramodernas y tradicionales, caminatas que sobrevuelan pozas y cascadas, atardeceres entre viñedos, pueblos preciosos y una gastronomía deliciosa confluyen a los pies del Pirineo de Huesca

Arquitectura de vanguardia en Sommos, Somontano. Foto: Mar Nuevo.

Tras el ventanal, entre jirones de nubes que salpican un azulísimo cielo, se aparece el perfil del Cotiella, uno de los picos más emblemáticos del Pirineo aragonés. Una montaña que, además de servir de inspiración a la arquitectura de la Bodega Sommos, que aloja la ventana en cuestión, es perfecta para entender el carácter de un territorio, Somontano, nacido literalmente al pie de la montaña.

Altitud y territorio definen, de hecho, estos vinos. Solo en el caso de Sommos, sus uvas proceden de viñedos como el que rodea la bodega, a las afueras de Barbastro y a unos 350 m de altitud, pero también de la Finca Montesa (550 m), así como de viñedos prepirenaicos a 1000 metros de altura ubicados en la Finca Güel.

Y es que las 4.000 hectáreas que forman la DO Somontano se ubican, explica el director de Marketing de esta bodega creada en 2006 y refundada en 2014 ya con su nombre actual, Diego Mur, desde las lindes del desierto de los Monegros a los pies del macizo del Turbón, pasando por las laderas de la Sierra de Guara, con viñas que crecen en suelos llanos y arenosos, pero también parcelas pedregosas y vertientes arcillosas, con microclimas continentales, mediterráneos, desérticos y de montaña.

La finca Torresalas de Bodegas Sommos. Foto: Mar Nuevo.

Semejante variedad de climas, suelos y altitudes ofrecen, cuanto menos, un mosaico inusual para la elaboración del vino que en esta zona se suma a la nada desdeñable cifra de 15 variedades de uva permitidas por la DO Somontano.

Una diversidad que salta del vino a las bodegas, familiares o pertenecientes a grandes grupos vinícolas, de arquitectura tradicional y de vanguardia que la Ruta del Vino Somontano, una de las 37 propuestas que forman parte del club de producto Rutas del Vino de España de ACEVIN, articula en una completísima propuesta turística. Porque, más allá de vinos y bodegas, Somontano son localidades tan hermosas como Barbastro y Alquézar, uno de los conjuntos de arte rupestre más importantes de España, catedrales y templos budistas, increíbles colecciones de arte, una gastronomía de primera y un paisaje que alterna campos de viñas, olivos y almendros con profundos cañones y barrancos esculpidos por el agua.

Ni blanco ni tinto sino todo lo contrario

Cuando el Consejo Regulador encargó un informe sobre percepción de su producto en 2021 para orientar su estrategia de mercado, los resultados fueron toda una sorpresa, explica Francisco Berroy, presidente de la DO Somontano: “el público no identificaba Somontano con una uva concreta, ni siquiera con vinos blancos o tintos”.

Así, “mientras los vinos que nos han dado fama son los chardonnays que, en pocos o ningún otro lugar de España se dan como en el Somontano, los consumidores mencionaban vinos tintos y uva garnacha”.

La DO Somontano acepta 15 variedades tintas y blancas. Foto: Gilbert | Ruta del Vino Somontano.

Al contrario que sucede con otras zonas vinícolas (es impensable no identificar Rioja con tempranillo, Rueda con verdejo o Rías Baixas con albariño, no hay una uva reina en los vinos de Somontano. Ni siquiera un color.

Hasta 15 variedades que van de las importadas chardonnay, cabernet-sauvignon, pinot-noir o la impronunciable gewürztraminer a las autóctonas parraleta, moristel y alcañón, pasando por las conocidas viura, garnacha blanca o tempranillo dan lugar a excelentes blancos, tintos y rosados que comparten con orgullo la Denominación de Origen Somontano, creada en 1984.

Con una imagen joven y fresca, señoríos, barones, condes o marqueses se mantienen alejados de las etiquetas de estas botellas que hablan de vientos y montañas (Bodegas Sers), que se ilustran con flores (Bodega Laus) y se bautizan con nombres como Caramelos (Bodegas Obergo) o El canto del grillo (Bodegas El Grillo y la Luna).

Y no porque falte identidad: “el estudio sí dejó claro que los consumidores identificaban Somontano con personalidad y montaña. Ese es nuestro fuerte”. Y recalca: “hoy, cuando todo el mundo sabe y puede elaborar buenos vinos, lo que nos diferencia es la ubicación, el suelo, el clima; en definitiva, el territorio”:

Las bodegas de Somontano facturan blancos, tintos y rosados de calidad. Foto: Kate Buil | Ruta del Vino Somontano.

Según está documentado, en el año 500 a.C. ya se cultivaba la vid en el Valle del Ebro y en el siglo II a.C. existía una importante producción de vino en la zona. Sin embargo, fue la devastación que provocó la filoxera en los viñedos franceses en el siglo XIX la que impulsó la llegada a la zona de una bodega, Lalanne, que trajo consigo variedades de uva foráneas que hoy, tras más de 120 años en la zona, forman parte indiscutible del patrimonio vitivinícola local.

La creación de la Cooperativa Somontano del Sobrarbe (hoy Bodega Pirineos) en los años 60 fue el otro gran acicate de la producción de vino en la zona. Y así hasta llegar a la actualidad, con la DO Somontano y sus 27 bodegas que en 2024 vendieron 16 millones de botellas.

Sobrevolando viñedos y montañas

A las afueras de Barbastro, un buen punto de partida para recorrer el Somontano es, precisamente, Sommos, una bodega cuya arquitectura no solo es un potente imán para la vista. También es un prodigio de diseño bioclimático.

El singular edificio, un juego de prismas y cubos revestidos de vidrio, acero y luz diseñado por Jesús Marino Pascual y calificado como una de las ‘10 Maravillas Arquitectónicas del Mundo del Vino’, muestra tanto como oculta.

Simétrico en los ejes vertical y horizontal, sus 27 metros de altura en el exterior, que alojan la zona social de la bodega, con espacios como el club de vinos, la tienda, el restaurante, el túnel de los aromas o, incluso, un auditorio que se transforma en cine -quizás el único en España al que está permitido pasar con una copa de vino-, tienen su equivalente subterráneo.

Bodega Sommos. Foto: Mar Nuevo.

Otros 27 metros excavados en la tierra contribuyen a hacer de la gravedad el aliado clave para la elaboración de sus vinos, evitando por ejemplo las bombas tradicionales en las tareas de remontado, pero también contribuyendo a la climatización y el control de la humedad. También se abraza la innovación, con tecnologías como la selección óptica de uvas, la prensa neumática vertical o los robots que circulan por la bodega encargándose de diferentes tareas.

Además de descubrir su portfolio de vinos a través de catas y maridajes (con mucho acierto en los blancos como el chardonnay, su best seller, pero también los monovarietales gewürztraminer y sauvignon blanc), Sommos invita a descubrir el territorio con actividades como las rutas en bicicleta eléctrica entre viñedos (de alrededor de 6 km y autoguiadas), en segway e, incluso, en paramotor, lo que permite admirar el paisaje a vista de pájaro.

Y si Sommos tiene en el mercado más de 20 referencias diferentes, Blecua es la bodega que hace un solo vino. Algunos años, cuando la calidad no es la exigida o el pedrisco ha causado estragos, ninguno.

Blecua, una bodega para un vino. Foto: Mar Nuevo.

El ‘truco’ pasa por ser el capricho de una gran bodega como Viñas del Vero (hoy propiedad del aún mayor Grupo González Byass) que en el año 2000 inauguró el que sería su proyecto premium dirigido a los vinos de alta gama.

A este vino se destinan las uvas de sus mejores parcelas de cabernet, merlot, tempranillo, garnacha y, a veces, también syrah, que se vinifican por separado de forma totalmente artesanal bajo la dirección del enólogo José Ferrer, envejecen en barricas de roble francés y luego se unen en un coupage que es diferente cada añada y del que no salen a la venta más de 6000 botellas a un precio que ronda los 80 años.

También para este vino se creó una coqueta bodega restaurando la casa de veraneo que un médico de Barbastro, de apellido Gómez, se hizo construir a finales de siglo XIX siguiendo el estilo de las villas renacentistas italianas sobre un lugar de retiro que monjes benedictinos franceses de Santa Fe de Conques ya usaron en el siglo XI. Unas cuevas horadadas en lo que hoy es la sala de barricas dan fe de esta insólita historia.

Muy cerca de la propia bodega de Viñas del Vero, en el eje que traza el río Vero desde Barbastro a Alquézar, esta recomendable bodega aloja también una biblioteca especializada en gastronomía y acoge eventos privados.

Sala de barricas de Blecua. Foto: Mar Nuevo.

Además, en sus 14 hectáreas de viñedos cuentan con uno de los miradores más mágicos de la comarca para disfrutar de un atardecer al son de la música… y el vino, claro.

Alquézar, atalaya del Somontano

El paisaje de viñedos desaparece si nos situamos en Alquézar. Desde su punto más alto, un castillo de origen árabe del siglo IX (Al-Qasar) al que se adosó la impactante Colegiata de Santa María, se obtienen las mejores vistas a uno de los más hermosos cañones tallados por el río Vero.

Agua y tiempo han modelado aquí barrancos con paredes verticales de piedra, cortados y cuevas entre las que discurren las aguas turquesas del Vero, enmarcadas aquí y allá por campos de olivos y almendros.

Desde la plaza Rafael Ayerbe de Alquézar se accede a la que seguramente sea una de las rutas de senderismo más espectaculares de España, que discurre sobre pasarelas aéreas que sobrevuelan pozas y cascadas de increíbles tonalidades de azul, en algunos tramos directamente adosadas a paredes verticales de roca, y puentes colgantes.

Ruta de las pasarelas de Alquezar. Foto: Mar Nuevo.

De dos horas de duración y con un precio de 5 euros, tiene puntos destacados como la Cueva de Picamartillo, detrás de una playa que grava, la Cueva Palomera, la Cueva de Cholito, el azud, una minicentral eléctrica, un molino o el Mirador del Vero, casi al final de la ruta, con magníficas vistas.

Desde aquí un camino nos devuelve a Alquézar, sin duda uno de los pueblos más bonitos de Aragón (y de España). De hecho, además de estar declarado Conjunto Histórico-Artístico, forma parte del club de los Pueblos Más Bonitos de España y de los Best Tourism Villages de ONU Turismo.

Plaza de Rafael Ayerbe Alquezar. Foto: Mar Nuevo.

Para trasladarse en espacio y en el tiempo a un pasado medieval tan solo que callejear entre sus casas perfectamente restauradas, visitar la parroquia de San Miguel Arcángel, la ermita de Nuestra Señora de las Nieves y la coqueta y porticada plaza Rafael Ayerbe, a la que se accede por el portalón gótico, el mismo que daba entrada a la antigua villa.

Para comer, una muy buena opción en Alquézar es Casa Pardina, una vieja casona familiar que las hermanas Ana y Mari Blasco han transformado en un acogedor restaurante que honra la cocina aragonesa, comenzando por la inicial cata de aceites locales y continuando por el pan artesano, el jamón DO Teruel o los platos tradicionales a los que añaden un puntito de actualidad. Buenísimo el rabo de toro estofado con oporto y castañas, las migas aragonesas o el ternasco al horno y, siempre que figure en la carta, hay que pedir, sí o sí, el tomate rosa de Barbastro, en cualquier elaboración.

La mejor despedida del pueblo (también ideal para un primer contacto), en la carretera que viene de Huesca, es La Sonrisa del Viento, una escultura del artista Gabriel que funciona también como mirador con una de las vistas más hermosas de Alquézar pero también del cañón del río Vero.

Panorámica de Alquézar. Foto: Mar Nuevo.

Arte entre barricas y viñedos

Arte en perfecta fusión con el mundo del vino es lo que encontramos en Bodegas Enate, en la localidad de Salas Bajas, a 20 minutos y Alquézar y 10 minutos de Barbastro.

Recientemente reconocida como Mejor Bodega Abierta al Turismo en los premios que concede la Asociación Española de Ciudades del Vino (ACEVIN), ENATE es otro de los iconos de la Ruta del Vino Somontano, tanto por su arquitectura, diseño del arquitecto madrileño Jesús Manzanares en 1995 -ya ideadas desde su origen para ser visitada- como, sobre todo, por su apuesta por el arte contemporáneo como hilo conductor de una propuesta que trasciende las habituales visitas turísticas.

Ni siquiera hace falta entrar para descubrir una de sus grandes instalaciones, el Bosque de Hierro, una escultura a gran escala de Vicente García Plana realizada con vigas de hierro retorcidas y ‘plantada’ en medio de un viñedo.

Bosque de hierro y viñedos de ENATE.

La joya de la corona, sin embargo, es la galería de arte contemporáneo de la bodega que alberga una colección que se inició en 1992 (solo un año después de su fundación), con una pintura de Antonio Saura que aun hoy sigue ilustrando la etiqueta del que seguramente sea uno de los chardonnays más famosos de España.

También en esta sala lucen obras de Antoni Tàpies, Eduardo Chillida, Rafael Canogar, José Manuel Broto, Víctor Mira y un largo etcétera de artistas, la inmensa mayoría creadas para ilustrar las etiquetas de sus vinos.

Diferentes tipos de visitas, muchas de ellas personalizadas, diferentes maridajes y experiencias, un Club Enate y un recién estrenado wine bar con vistazas completan el catálogo de propuestas de una bodega que es a la vez un museo.

Una bodega que es a la vez museo. Foto: Bodegas ENATE.

Barbastro, corazón del Somontano

Si esta ruta tiene un epicentro, este es Barbastro. Ciudad del Vero y del vino, un buen lugar para tomarle el pulso es la Plaza del Mercado, punto de encuentro y escaparate de los mejores productos agrícolas en sus puestos, que se siguen montando cada sábado.

Entre julio y octubre, la estrella indiscutible del lugar es el tomate rosa de Barbastro. De trata de una variedad autóctona de piel fina y carne compacta, jugosa y rosada, poca acidez y toque dulzón, sabrosísimo e ideal para tomar en ensalada, en platos más elaborados o simplemente con un poco de aceite y sal.

Plaza del Mercado en Barbastro. Foto: Ruta del Vino Somontano.

Junto a la plaza, la Bodega del Vero (Romero, 13) parece una frutería con sus verduras y hortalizas en la calle, pero es mucho más. Atravesar sus puertas es como retroceder a un tiempo donde la compra se hacía en ultramarinos que lo mismo te vendían miel que aceite, embutidos hechos en casa, sal, vino o quesos que hacía artesanalmente un pastor de la zona.

El local, que fue antaño fábrica de chocolate y los locales siguen conociendo como “la casa de los chicos” en referencia a la familia Albás -en este lugar nació y creció María Dolores Albás y Blanc, madre de Josemaría Escrivà de Balaguer, fundador del Opus Dei-, sigue funcionando como tienda pero en su planta baja es también un original restaurante que ofrece cocina sencilla basada en el mejor producto de la zona.

Por calle Hermanos Argensola, además de admirar palacios renacentistas, se llega a la Catedral, con su curiosa torre, separada del templo, levantada sobre un antiguo minarete árabe que ofrece vistas 360º.

Bóveda de la catedral de Barbastro. Foto: Mar Nuevo.

El interior es un espectáculo inesperado. De estilo gótico, cuenta con un hermoso retablo en alabastro blanco de Damián Forment y Juan de Liceire y tres naves de la misma altura con esbeltos pilares y bóvedas decoradas con un total de 485 rosas doradas a modo de brillantes estrellas en el firmamento (una campaña permite apadrinarlas).

También custodia tesoros el Museo Diocesano (Plaza del Palacio, 1): casi 300 entre las que destacan pinturas, tejidos, orfebrería, esculturas y vírgenes románicas y góticas reunidas de entre las parroquias de la diócesis, algunas desaparecidas.

También hay que darse un paseo por la ribera del río y detenerse a admirar una impresionante prensa de aceite instalada ala aire libre, pasar por la calle de las Fuentes, acercarse a la iglesia de San Francisco y recorrer el Paseo del Coso, parando quizás a tomar un vino en alguno de sus recomendables bares de tapas, como Victoria y Vinobar y cayendo en la tentación de los escaparates de las pastelerías, que lucen bandejas repletas de pastillos, flores de Barbastro, pastel Biarritz o lamines (bombones).

La Frutería del Vero oculta un restaurante en su subsuelo. Foto: Mar Nuevo.

Dónde comer en Barbastro

La huerta de Somontano deja, además del excelente tomate rosa -nunca se menciona lo suficiente-, otros productos riquísimos como la borraja, el cardo, el espárrago morado, las setas y el aceite de oliva, que se unen en las mesas a embutidos locales como las chiretas, tripas rellenas de arroz condimentado y casquería de cordero hervidas en caldo, la morcilla o la longaniza de Graus.

Para degustar los platos más tradicionales, pero también descubrir chefs creativos y platos con un punto de innovación, merece la pena reservar en Trasiego (Av. de la Merced, 64), uno de los mejores restaurantes de Barbastro.

Ubicado en el complejo en el histórico Conjunto de San Julián y Santa Lucía, sede del Consejo Regulador de la DOP Somontano, que también se puede visitar, es el feudo del cocinero Javi Matinero y la jefa de sala Natalia Gracia.

Pichón doble. Foto: Trasiego.

Reconocido con un sol Repsol y recomendado en la Guía Michelin, ofrecen una cocina moderna y muy respetuosa con el producto local, con una carta donde brillan platos como tartar de tomate rosa y helado de mejillones en escabeche, el lingote de ternasco de Aragón IGP con jugo de cardamomo (Premio al mejor ternasco no tradicional de Huesca 2024) o el pichón, que se sirve en dos pases: pechugas a la brasa y paté de sus interiores y, después, los muslitos y alitas al chilindrón. Cuentan con carta, un menú Trasiego (45€) y un muy recomendable menú del día (29,50€) así como una excelente bodega para acompañar.

Formando parte del conjunto, un segundo concepto, Trastienda (con solete Repsol), ofrece una experiencia más informal pero igualmente suculenta donde destacan tapas clásicas como la croquetas caseras, las patatas bravas o las empanadillas de queso Río Vero, los calamares en tempura o el risotto de setas.

Rafa Bautista como chef y María Vegue al frente del servicio de sala son el corazón, la mente y las manos de La oveja negra (Oncinellas, 5). Recomendado por la Guía Repsol, aquí se ejecuta una cocina de fusión (o “de confusión”, como la definen sus responsables) donde confluyen la materia prima del Somontano y la tradición andaluza, concretamente de Jaén, donde están sus raíces, técnicas canónicas de la alta cocina clásica y matices viajeros.

Rafa Bautista chef de La Oveja Negra. Foto: Pepa García.

Lo mejor es dejar la mente en blanco y dejarse llevar por el menú degustación para ovejas descarriadas (60€) para sorprenderse con creaciones como el tartar de secallona, el ternasco con caviar, la gamba roja, guisante y trufa negra o postres que te explotan la cabeza como pera, oveja y romero o leche texturizada de Sieso y galletas.

También se sirve un menú del día (27€) que incluye dos aperitivos, un entrante, un primero, un segundo a elegir, postre y bebida.

Escuchetes: curiosidades y secretos de Somontano

No tendrás problemas para encontrar las villas y las grandes bodegas, pero quizás sí, si nadie te lo cuenta, para saber algunas curiosidades de Somontano.

Es el caso del templo budista, algo así como el ‘Tíbet del Alto Aragón’ que se encuentra en la localidad de Panillo, a 7 km de Graus. Dag Shang Kagyu es un centro budista fundado por lamas hace 30 años, cuando se asentaron en la zona y construyeron su templo, su escuela de cultura tibetana y varias estupas.

Complejo de San Julián y Santa Lucia, Barbastro. Foto: Mar Nuevo.

También es posible en Somontano darse un baño con más concentración de sal que en el Mar Muerto. ¿Dónde? En el Salinar de Naval, donde se llegaron a explotar cinco salineras para la extracción de sal y que hoy se ha reconvertido en una suerte de balneario con piscinas donde, además de flotar sin ningún esfuerzo, el agua tiene efectos terapéuticos para patologías relacionadas con la piel, pero también de aparato locomotor.

Lo que Lalachús no logró para el Pino Juan Molinera de Albacete que era coronarse como Mejor Árbol Europeo ya lo consiguió en 2021 la Carrasca Milenaria de Lecina. Está en Bárcabo, en el Somontano.

Otro excepcional legado es el que se encuentra en el Parque Cultural del Río Vero, en este caso en forma de pinturas rupestres. Más de 60 abrigos en un espacio geográfico muy reducido conforman un verdadero museo con representaciones de tres estilos clásicos del arte rupestre europeo: Paleolítico, Levantino y Esquemático. Tal es su valor que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 1998. El Centro del Arte Rupestre del Río Vero en Colungo organiza visitas guiadas.

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