Vilajoana emerge como el censor mayor de Puigdemont
Jordi Vilajoana es un parteaguas. Expresa la línea divisoria entre los años duros del sector negocios de Convergència y el mundo contemporáneo, marcado por la aporía independentista
El rey que reina y no gobierna pero que está constitucionalmente por encima de la ley nos dice que la cumplamos delante del foro empresarial de Foment del Treball. Y Carles Puigdemont saca pecho con un memorial de agravios, a pesar del último sondeo del CEO, el CIS catalán, en el que el «no a la independencia» se impone por dos décimas.
Si hubiese elecciones autonómicas, Junts pel Sí ganaría justito sin la ayuda de la CUP, que baja netamente. Desencanto. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el Partit Demòcrata Català y ERC podrían ir a los comicios por separado, como dicen los convergentes pata negra, hastiados del barranco por el que se despeña su intención de voto.
Jordi Vilajoana, experto en comunicación y secretario de difusión y atención ciudadana, lo entiende mejor que nadie. Será por eso que concentra la presencia institucional en los medios afines. Está en modo propaganda, no en modo combate. Vilajoana pertenece a la joven-vieja guardia de Convergència. Fue consejero de cultura de Jordi Pujol y ha sido secretario general de la presidencia con Artur Mas en la Generalitat.
La defenestración de Duran Lleida
Es un cuadro transitivo, ex portavoz de CiU en el Senado y ex vicepresidente segundo del Congreso en los años del peix al cova, que se abrazó a los jóvenes turcos en el ascenso del pinyol, aquel núcleo que liquidó a Miquel Roca y defenestró a Josep Antoni Duran Lleida para limpiar el trono del delfín. Jugó en la división de honor de la transición del nacionalismo al soberanismo junto a David Madí, Germà Gordó, Oriol Pujol Ferrosola o Francesc Homs entre otros.
Practica la alta fontanería, un oficio ennoblecido con el tiempo como el roble de los buenos reservas. Y hoy solo confía en un futuro utópico, la fetua teológica de los independentistas más conspicuos. Vilajoana sí es un parteaguas; vivió con un pie en cada lado de la historia del sector negocios del mundo nacionalista. Su antecesor en la secretaria general de presidencia de la Generalitat, Lluis Prenafeta i Garrusta, fue en su tiempo la piedra angular de la tesorería convergente.
En los años californianos, Prenafeta negoció con Colón de Carvajal y Javier de la Rosa; atravesó la gloria de las multinacionales japonesas y alemanas dotadas de carencia territorial catalana –con la ayuda inestimable del Incasòl de Solans- hasta disolverse de la política y reaparecer con un dolor de muelas en una operación en la que también cayeron Macià Alavedra y Bertomeu Muñoz, alcalde de Santa Coloma de Gramanet, socialista de chapa en el despacho y finca en los altos de Sant Gervasi.
El episodio de La Seda de Barcelona
Vilajoana pertenece a un club más ilustrado que su antecesor. La suya es una trayectoria conducida por el arribismo y tocada por un cierto nepotismo (más pueril que tramposo). Él fue uno de los consejeros, fieles a Pujol y Antoni Subirà, que entraron en La Seda de Barcelona después de la huida nocturna de Akzo y de sus falanges españolas encabezadas por Lorenzo Gascón. En aquella aventura empresarial, bajo la coordinación de Rafael Español le acompañaron Jordi Pujol Ferrusola (júnior fue consejero de la filial Catalana de Polímeros), Carles Vilarrubí y, el propio Mas en su última aventura empresarial –antes de auto-convencerse de que su futuro era político–.
Aquel ramillete marcó el fin del prenafetismo y el origen de una escuela liberal que tiene por doctrina la manga ancha y el morro fino en asuntos de financiación de partidos. Vilajoana divide el pasado y el presente. Después del pacte del Tinell, que lanzó a Convergència al desierto, fue accionista heroico de Altraforma, aquella empresa que se vio envuelta en la investigación por los pagos irregulares de Ferrovial a Convergència a través del Palau de la Música.
Estableció un puente entre la Ferrovial de Xavier Ribó y el Palau de Rosa Garicano. Y conoció de cerca los secretos de la caja de caudales de la Fundación Trias Fargas, noble blasón vulgarizado después con el sambenito de CatDem. Vilajoana había entrado en la antigua Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) en 1975 precisamente de la mano de Trias Fargas que acabó dentro del partido de Jordi Pujol, un imán en los años de la recuperación.
Sectarismo ‘indepe’
Economista y profesional del mundo de la publicidad en BBDO, tuvo una actuación sectaria como director general de la Corporación Catalana de Radio y Televisión. Se sintió algún día hijo putativo de Anatoli Lunacharsky, creador de la prolet kult (cultura proletaria), en la Unión Soviética del octubre rojo; pero sobre todo se emociona como descendiente natural de André Malrouux, el ministro de De Gaulle que lideró la cultura de masas en Francia durante la larga posguerra mundial.
No sabemos si a estas alturas del «procés» Vilajona tiene una libreta forrada en piel con la lista negra. Esgrime el sectarismo indepe de unos tiempos difíciles en los que, como responsable de la repartidora del poder, opta por las compras de papel en bloque y por las emisoras fieles a una difusión concertada de antemano. El sectretario de difusión de la Generalitat reparte la baraja, alquila líneas editoriales, dispone de silencios.
A cargo del presupuesto público segrega a los medios que contestan al régimen de Puigdemont y Mas, en defensa, asegura de la libertad de opinión y el catalán. Todo un censor, dirían, todo un comprador de voluntades con la chequera del erario en el bolsillo… un sectario, parece, que dispara con pólvora del rey.