La mutación de Pedro Sánchez: de Patxi López a Meritxell Batet
La sesión constitutiva del Congreso pone al descubierto el nuevo rumbo del PSOE: quiere a PP y a Ciudadanos enfrente
En enero de 2016, Patxi López se convertía en presidente del Congreso con los votos de PSOE y Cs y la abstención del PP. Así arrancaba aquella legislatura fallida que precipitó unas nuevas elecciones al cabo de cinco meses. Algo más de tres años después, la Cámara Alta vuelve a tener una presidenta socialista. Pero todo lo demás ha cambiado.
Si en 2016, el acuerdo entre Pedro Sánchez y Albert Rivera para convertir al líder del Partido Socialista de Euskadi (PSE) en tercera autoridad del Estado prefiguró el pacto de El abrazo, así llamado en referencia al cuadro de Juan Genovés bajo el que ambos líderes lo rubricaron, la convulsa sesión constitutiva de este martes que sirvió para ungir a una Meritxell Batet a evidenció que no va a haber tregua para la nueva presidenta catalana de la cámara, en la que Sánchez epitomiza su apuesta por ese «diálogo dentro de la Constitución» en el que PP, Vox y aquellos Cs que votaron a López solo ven concesiones al separatismo.
Batet es una de las dos tazas con las que Sánchez replicó al boicoteo del independentismo a su plan de nombrar a Miquel Iceta presidente del Senado. Tan pronto como se concretó el bloqueo del Parlament al salto a la Cámara Baja del líder del PSC, el PSOE anunció que habría dos catalanes presidiendo las Cortes: Batet en el Congreso y Manuel Cruz en el Senado.
Los dos han asumido ya sus cargos. Pero si a Cruz le toca dirigir una cámara con poco relieve mediático y mayoría absoluta socialista, la hasta ahora ministra de función pública tendrá que lidiar con una aritmética endiablada y una oposición constitucionalista dispuesta a tirársele al cuello, empezando por el propio Rivera, que, en las antípodas de sus viejos flirteos con Sánchez, ahora solo aspira a acabar de devorar al PP como principal alternativa de gobierno a los socialistas.
Los presos, protagonistas
Batet ya tuvo que gestionar su primera bronca parlamentaria con el acatamiento de la Constitución, ese trámite cada vez más colorido por las ocurrentes y variadísimas fórmulas con las que unos y otros adornan una respuesta para la que basta con un “sí, juro” o un “sí, prometo”. Esta vez, al recurrente “por imperativo legal” y las variaciones más o menos al gusto —del “por España” de los diputados de Vox al “por los derechos sociales” o el “por la república» de los de Podemos—, hubo que añadir las apelaciones a “los presos políticos” y el “mandato del 1 de octubre” de los representantes de Junts per Catalunya y ERC, incluidos Oriol Junqueras, Jordi Sànchez, Josep Rull y Jordi Turull, los cuatro diputados procesados por el Supremo, grandes protagonistas de la jornada.
Ese protagonismo, y esa forma tan sui generis de acatamiento de la Constitución compatible con remitirse al 1-O y afirmar que en España hay políticos encarcelados por sus ideas, provocó pataleos, abucheos y finalmente la queja de Rivera. Todo respondiendo al convulso guión que podía esperarse tal y como está el patio y a apenas cinco días de una nueva cita con las urnas.
Batet contemporiza
La respuesta de Batet también es representativa de esa política de apaciguamiento que ha traído a Sánchez hasta aquí. Para la flamante presidenta del Congreso, con ninguna de las fórmulas utilizadas se mermó «la esencia» del acatamiento. Esto es, el compromiso de respeto a la Constitución.
Lo que sí consideró la dirigente del PSC una falta de respeto fueron los gritos y patateos de protesta, una conducta, dijo tras el encontronazo, que «rebaja a los representantes» de la ciudadanía y «ofende a los representados», y que abogó, como tantas veces hizo con escaso éxito su antecesora, Ana Pastor, por sustituir por la «fina inteligencia» y una esgrima verbal de guante blanco.
En esa línea, la presidenta del Congreso apeló en su primera alocución al Congreso al diálogo y la búsqueda del consenso, y lanzó un aviso que vale igual para los independentistas que para el nacionalismo español de, por ejemplo, ese recien llegado a las Cortes que es Vox: «Ninguno de nosotros respresenta en exclusiva a España, ni a ninguno de sus territorios». Y, por si no había quedado claro: «Cada uno de nosotros somos del pueblo, pero ninguno somos el pueblo. Siempre hay otro legítimo y distinto al que solo podemos exigir el respeto a la ley».
Cargas contra la debutante
Acabada la sesión, el secretario general de Cs, José Manuel Villegas, acusó a la presidenta debutante de «dejar las manos libres» al independentismo «para que humillen e insulten» a los españoles, y también Pablo Casado y Santiago Abascal,cargaron contra Batet, a la que el primero consideró «cómplice» del intento de JpC y ERC de «blanquear delitos muy graves», y el segundo le reprochó haber permitido que en el Congreso se produjera «un fraude de ley» y se hiciera «apología del golpe de estado del 1 de octubre».
Aunque lo único que hacían a esas alturas los líderes del PP y Vox era seguir la estela de Rivera, que fue el único que protestó interpelando a Batet dentro del hemiciclo, a la búsqueda de cumplir con el papel de líder de la oposición que, números en mano, corresponde al presidente del PP, pero que Rivera se ha atribuido ahora que, tres años, un referéndum ilegal, una declaración de independencia, un 155, una moción de censura y dos elecciones generales después, Sánchez tiene a aquel Patxi López del gusto de Cs de diputado raso y ha situado de tercera autoridad del Estado a una de las diputadas del PSC que en 2013 se desmarcaron del PSOE para no votar una moción de UPyD que negaba el derecho a decidir de los catalanes.