10-N: un resultado que va a exigir más políticos y menos gurús
Fallan las estrategias de los gurús que apostaron por una repetición electoral para escapar del bloqueo
Las desacreditadas encuestas no fallaron tanto en esta ocasión. Si acaso se quedaron cortas en el fracaso de Ciudadanos. En cuanto al resto de partidos, sus pronósticos se han acercado bastante al resultado final. En consecuencia, el parlamento resultante tras los nuevos comicios hace un país más ingobernable que lo era antes.
Fallidas, pues, las estrategias de todos aquellos gurús que apostaron por una repetición electoral para escapar del bloqueo, es la hora de los políticos, sobre todo de aquellos a los que la carga de representatividad que ostentan les obligaría a trabajar con una visión a más lago plazo.
El escenario que debe afrontar el nuevo gobierno viene enmarcado por una desaceleración económica ante la que España presenta más debilidades (deuda, productividad, inestabilidad institucional…) que muchos de sus competidores y algunos retos que ya resultan ineludibles, entre otros no es menor el de la cantonalización de la política española.
Cataluña, en la que se ha instalado entre una parte nada despreciable de su población un cierto espíritu insurreccional (véase en este sentido la entrada de la CUP), merece un capítulo aparte.
En esa tesitura, el gobierno que nazca deberá ser necesariamente fuerte. Un ejecutivo que dependa de una cola interminable de siglas, en muchos casos con programas económicos en las antípodas (qué tiene que ver el PNV con Unidas Podemos, por ejemplo) sólo alargará la agonía de la inestabilidad que padece el país en los últimos años.
Pedro Sánchez podrá ser investido, pero no nos engañemos: no podrá gobernar.
PSOE y PP: la única suma que desbloquea
La única suma que aleja cualquier atisbo de imprevisibilidad en la aritmética parlamentaria que debe sostener al futuro gobierno es la que reúnen PSOE y PP: 208 escaños, 30 por encima de la mayoría absoluta. Y si uno analiza fríamente los programas de ambos partidos no encontrará nada que provoque una absoluta incompatibilidad.
Ese pacto de conveniencia podría hacerse mal o bien. En el primer caso, ambas formaciones se limitarían a garantizar la investidura de Sánchez para evitar una nueva cita electoral, cuya simple enunciación hoy suena temeraria, para al día siguiente instalarse en una batalla: los socialistas buscando que su perfil se alejara del PP, los populares intentando remarcar su papel de próxima alternativa de gobierno. En definitiva, más inestabilidad desde el minuto uno de la nueva legislatura.
De hacerse bien, los equipos de Sánchez y Pablo Casado se sentarían a desbrozar sus programas y encontrarían un mínimo común denominador para gobernar el país y garantizar tres o cuatro años de estabilidad que permitiera hacer frente a los retos que señalábamos antes. En caso contrario, España entrará en una deriva de incierto final.
Sánchez, Ciudadanos, Cataluña y Vox definen el 10-N
La estrategia de Sánchez, los resultados de Ciudadanos, el voto en Cataluña y el éxito de Vox merecen una mención especial.
En el caso de Sánchez, sus propios compañeros del resto de partidos de izquierda le han tachado de irresponsable. Su estrategia ha sido siempre cortoplacista, sin rumbo y oportunista. Los 120 escaños obtenidos por los socialistas son un fracaso que recuerdan a Mas cuando forzó una repetición electoral para lograr mayoría absoluta y tras perder aún más escaños de los que tenía aceleró el proceso soberanista con las consecuencias que conocemos. Ojalá Sánchez reflexione y abandone cualquier tentación escapista.
El desastre de Albert Rivera no tiene paliativos, como él mismo ha aceptado. Sólo puede entenderse como la consecuencia de sus virajes continuos, su inconsistencia y la falta de credibilidad de que venían adoleciendo últimamente sus propuestas. Muchos de sus militantes, él mismo, recordarán una y otra vez que hace apenas tres meses formaban una cómoda mayoría parlamentaria con el PSOE. Todo lo que tenían que hacer era desempolvar el acuerdo que Rivera y Sánchez firmaron en 2016. No hace tanto.
El voto en Cataluña ha mostrado una estabilidad exasperante. Tras un intento sedicioso, con una parte de sus líderes condenados en prisión o huidos, con una Generalitat incapaz de gobernar lo más mínimo, una mayoría soberanista cuyos dirigentes se odian con una intensidad sorprendente, una semana de violencia… las posiciones políticas apenas se han movido. 1.635.000 catalanes votaron a formaciones independentistas el 28-A, 1.642.000 lo han hecho este domingo. Curioso, como poco.
Sobre el éxito de Vox, deberíamos recordar una reciente intervención pública de Ana Patricia Botín, presidenta del Banco Santander. En ella, la banquera hizo una autocrítica en toda regla. Una banquera reconociendo sus errores, sí, una práctica poco o nada vista en los políticos.
“La confianza la hemos perdido nosotros, es culpa nuestra”, vino a decir. “El auge del populismo se nos debe imputar, es la consecuencia de unas prácticas que nunca se debían haber llevado a cabo”, vino a decir. Pues eso. Lean las reseñas de ese discurso los políticos que hoy se llevan las manos a la cabeza ante el éxito de Vox y piénsenlo aunque solo sea un poquito.