Pujol chulea al Parlament

Los diputados sucumben ante la estrategia del ex president, que no da respuestas sobre su cuenta en Andorra

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Jordi Pujol se despertó. Aunque nunca ha estado dormido del todo. Pero los líderes de los grupos parlamentarios catalanes esperaban a un ex president poco combativo, con ganas de pedir perdón, de explicarse. De ofrecer sus razones. Y se encontraron un Miura.

Los diputados, –no todos estuvieron a la altura– se encontraron a un profesional dispuesto a no cometer ningún desliz, porque Pujol no fue a dar cuentas al Parlament. Llegó y cumplió el guión que le habían marcado sus abogados, pero aderezado con su estilo habitual, el de las grandes ocasiones de los mítines políticos. Y para ello utilizó todas sus armas, chuleando al Parlament, sin ofrecer respuestas sobre su cuenta oculta en Andorra durante 34 años, sin esclarecer los orígenes de ese capital, y centrado únicamente en el comunicado sobre su confesión difundido el pasado 25 de julio.

La figura del padre, y poco más

En su primera intervención, Pujol, con un tono bajo, asegurando que él era “el primero” en recriminarse su actitud, se limitó a recordar la trayectoria profesional de su padre, Florenci Pujol, agente de bolsa, y después dueño de un negocio de cambio de divisas que le aportó mucho dinero, al servicio de los industriales algodoneros.

Y se refirió a las disputas con su padre, a la desconfianza de Florenci ante la pasión política de su hijo. Y ofreció una cifra: 140 millones de pesetas, en dólares de 1980. Esa fue, según Jordi Pujol, la cifra que su esposa, y sus siete hijos, heredaron de Florenci Pujol, con el objeto de que tuvieran dinero para viajar fuera de España, dando por hecho que Jordi Pujol y su familia, en algún momento, deberían dejar el país por las actividades políticas de su vástago.

Y ese dinero, “gracias a las devaluaciones posteriores de la peseta”, acabó incrementándose. Pero Pujol nunca quiso saber nada. No quiso, claro, ni regularizarlo. Y permaneció en Suiza, hasta que se trasladó a Andorra. Poco más aportó Pujol. Sólo insistió en que ese dinero fue lícito, y que no fue producto de ningún expolio al erario público. “Yo no he sido un político corrupto”, afirmó, para señalar que “nunca” cobró dinero por actuar como mediador para favorecer intereses empresariales, o para aprobar concesiones de ningún tipo. Y ahí se quedó. Casi en el mismo punto en que acababa su comunicado del mes de julio.

Pujol acaba sintiendo «pena» por los diputados

El toro apareció luego. Surgió cuando los diputados, con más o menos fortuna, con más o menos intención de ser ellos los protagonistas –el caso de Alicia Sánchez-Camacho no indica que el PP de Cataluña pueda atraer a un electorado catalán más allá del ya convencido– concretaron sus preguntas. Apareció cuando le señalaron si había vendido acciones de Banca Catalana, si podía responder por sus hijos, si el cobro del 3% sobre concesiones de obras públicas tenía relación con esa cuenta en Andorra, o si entendía que Artur Mas estaba o no totalmente al margen.

Pujol, entonces, actuó. Como siempre ha hecho. Con su locuacidad natural –con más defectos en la articulación de las palabras de lo habitual, porque ya tiene 84 años y se le nota agotado– y dándole la vuelta por completo a la situación, ante unos atónitos diputados, que reclamaron, de nuevo explicaciones.

Pujol llegó a considerar que todos habían cometido “un gran fraude moral”, al querer mezclarlo todo. Aseguró que se había producido “un punto de frivolidad y de liarlo todo” en contra del propio Pujol y de CiU. Y llegó a clamar que le daba “pena” la intervención de los diputados, por la “audacia” empleada en la petición de respuestas por su fraude fiscal. El mundo al revés.

Iceta y Calvet muerden, pero sólo lo justo

Tres diputados destacaron especialmente, aunque con tonos diferentes. Miquel Iceta, el líder del PSC, apuntó en todos los puntos débiles del ex president, pero sin querer hacer sangre. Comedido, moderado, y pausado, Iceta le pidió si podía esclarecer el volumen total defraudado por él mismo y por su familia. Le reclamó documentos que lo acreditaran, y que desmintiera, si podía, si el dinero confesado provenía o no de acciones vendidas de Banca Catalana antes de que la entidad entrara en quiebra. También le exigió –es un decir en una comisión parlamentaria que no pretendía herir más de la cuenta a Jordi Pujol– que comunicara “si sus familiares realizaron negocios ilícitos al amparo de la Generalitat”.

Gemma Calvet, la diputada de Esquerra encargada de preguntar a Pujol –Oriol Junqueras fue el único jefe de filas que no participó en la comisión– exhibió una gran educación, casi pidiendo perdón por reclamar explicaciones al ex president. Pero, como Iceta, entró en los mismos asuntos: por qué no regularizó ese dinero desde 1980, por qué su familia ingresó hace poco 3 millones de euros en la Banca Andorrana, y por qué se decidió a confesarlo justo en el mes de julio.

Calvet le pidió explicaciones, con sumo tacto, asegurando que todo ello era necesario justo ahora, “porque estamos plenamente comprometidos con un proyecto de política honesta”, que coincide con un proceso soberanista que pretende, también, regenerar la vida política.

La lucha partidista

También Joan Herrera, el líder de ICV, exhibió un tono nada agresivo, aunque incidiendo en asuntos de corrupción, señalando a empresarios como los Sumarroca beneficados económicamente por su relación con Jordi Pujol. Herrera relacionó un caso de corrupción en el Priorat, en el que, según él, Pujol miró hacia otro lado. E insistió en la cuestión fiscal. “No es usted el único defraudador de Hacienda, pero usted ha sido presidente durante 23 años, y cuando todavía lo era, por ejemplo, se permitiría abroncar a movimientos vecinales cuando reclamaban un trato fiscal más justo”, afirmó.

Lo que ocurrió, sin embargo, es que se puso de manifiesto las limitaciones de la política catalana, y la lucha partidista en varios frentes: PP y Ciutadans lucharon por la audiencia, pensando en su parroquia, y elevaron el tono de la crítica. Especialmente dura fue Alicia Sánchez-Camacho, que acusó a Pujol de no tener “ninguna credibilidad”, de no respetarle “ni como político ni como persona”, e insistiendo en que había “engañado a todos los catalanes”, con un tono de muchos decibelios. 

¿Llamada a Rajoy?

Y con Albert Rivera, el líder de Ciutadans, Pujol explotó. Rivera le preguntó si había llamado a Mariano Rajoy para tratar de llegar a algún acuerdo, y el ex president arrancó su segunda intervención cargando con fuerza contra la “frivolidad” de los diputados.

David Fernández, el diputado de la CUP, decidió abandonar la comisión de asuntos institucionales, tras su intervención, y después de comprobar que Pujol no había respondido a nada. Fernández relacionó a Pujol con Andreotti, y aseguró que con la intervención del ex president se enterraba definitivamente el pujolismo, apostando por la independencia de Catalunya, un proceso «en el que usted no tendrá una butaca». 

El Miura sale vivo

Al final la comisión se convirtió en una discusión a cara de perro entre Jordi Turull, el diputado de CiU y Alicia Sánchez-Camacho, quizá lo mejor que le podía pasar a Convergència. 

Pujol se fue. Todos asistieron a una especie de besamanos, que, ciertamente, recordó la figura de Andreotti. El ha creado la Catalunya contemporánea, y él ha marcado un terreno de juego, el nacionalista, que nadie supo ayer contrarrestar. 

El Miura se fue muy vivo del Parlament. Concentrado ahora únicamente en su situación judicial. Sus abogados podían respirar. Todo según lo previsto. 


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