España, ¿cómo Venecia en el siglo XVI?
Los expertos, siguiendo el modelo de Acemoglu y Robinson, alertan sobre el derrumbre de las instituciones políticas
“Se prohibió el uso de los contratos de commenda, una de las grandes innovaciones institucionales que había hecho rica a Venecia. Y no debería ser una sorpresa: la commenda beneficiaba a los nuevos mercaderes y, a partir de aquel momento, la élite establecida intentó excluirlos. Aquél era solamente un paso hacia instituciones económicas más extractivas”. (…) “Cuándo las principales líneas de negocios pasaron a estar monopolizadas por aquella élite cada vez más reducida, empezó el declive. Venecia iba camino de convertirse en la primera sociedad inclusiva del mundo, pero cayó por un golpe. Las instituciones políticas y económicas se hicieron más extractivas y la ciudad empezó a experimentar el declive económico. En el año 1500, la población se había reducido a cien mil habitantes”.
A partir de ese momento, el descenso fue inmediato. Y, mientras Europa crecía, entre 1650 y 1800, Venecia descendía desde la primera división, una caída iniciada a lo largo del siglo XVI, que la llevó de ser un motor económico a “convertirse en un museo”, lo que es hoy, dispuesta la ciudad, que fue estado, a recibir este verano a miles y miles de turistas.
Este es uno de los casos que analizan los profesores Daron Acemoglu y James A. Robinson en el libro Por qué fracasan los países (Deusto, 2012), que ya se ha citado en diversas ocasiones en Economía Digital. El libro sigue causando estragos, porque introduce ese término, el de las élites extractivas, que algunos expertos en España han adoptado, como César Molinas, para tratar de averiguar que ha pasado en el Estado español y qué se puede hacer a partir de ahora.
Las finanzas, el Constitucional y el Rey
Venecia se hundió. España todavía resiste. Pero el debate no sólo debería ser para estudiosos, maniáticos de los sistemas electorales o puristas enamorados de los sistemas anglosajones –con su sistemas electorales mayoritarios y sus organismos de control y de petición de responsabilidades.
Los expertos consultados muestran su preocupación, desde distintos ángulos, del proceso por el que pasa España, que está afectando ya a la gran mayoría de su sociedad.
Porque lo que han dejado muy claro Acemoglu y Robinson, con un repaso por todas las experiencias históricas, es que las crisis económicas vienen precedidas de un fracaso institucional, y que sin instituciones sanas, eficaces, “inclusivas”, no puede haber salidas a las crisis económicas, a no ser que sean, también, ineficaces, “extractivas”, y profundamente injustas.
España está atrapada por continuos casos de corrupción, por la caída de entidades financieras que han engañado a los ciudadanos con productos como las preferentes, y que tuvieron un detonante gráfico: la caída de Bankia, y con ella, la de Rodrigo Rato, un supuesto estandarte de la eficacia y la modernidad del país.
Bárcenas, como símbolo
Todo el Estado está atrapado por una batalla política que deja en evidencia nada menos que al presidente del Tribunal Constitucional, Francisco Pérez de los Cobos, que ocultó su militancia en el PP. El jefe del Estado, el Rey Juan Carlos, no se inmuta y ni se plantea la abdicación, después de que las casas reales europeas lo estén haciendo, con una mayor legitimidad que en España, y con el favor de sus opiniones públicas, como se ha comprobado estos días con el nacimiento del bebé real en el Reino Unido.
Y el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, sigue sin poder convencer a la opinión pública de que no tiene nada que ver con el ex tesorero del PP, Luis Bárcenas, que ha amontonado un tesoro en Suiza.
Todo ello en un país con casi 6 millones de parados y con las expectativas rotas para las generaciones más jóvenes. ¿Es un panorama demasiado negativo, exagerado?
PP y PSOE, se salvan ellos y ¿salvan a los demás?
Joan Botella, catedrático de Ciencia Política en la UAB, es un hombre serio, poco dado a dejarse llevar por las modas, por el hecho fácil de castigar a los partidos políticos. Por ello sorprende que vea la situación desde una gran preocupación.
“El gran problema es que los cambios en un país no se pueden producir de un día para otro, porque hay un poso de siglos, y España no puede dar muchas lecciones de su pasado”, asegura. Por ello entiende que las reformas se deben y se pueden centrar en algún aspecto concreto, en los partidos políticos. Pero surge de nuevo un reto mayúsculo. “Hay dos grandes partidos, pero quién de los dos va a ser capaz de romper con sus privilegios, quién podrá digerir reformas estructurales que afectarán a su futuro inmediato?”
El PP y el PSOE, sin embargo, pueden jugar a favor del conjunto de la sociedad española y, al mismo tiempo, a favor de ellos mismos. Así lo entiende Botella, porque, si no lo hacen, si no son capaces de rehacer los mecanismos de elección de las instituciones políticas y jurídicas españolas, “les pasarán por encima los pequeños partidos, movimientos y asociaciones de todo tipo”, que, de hecho, ya están subiendo como la espuma, creando una mayor incertidumbre, como ocurre con el caso de UPyD, con salidas de tono y excentricidades por parte de algunos de sus diputados o dirigentes.
Botella no se olvida de Catalunya. Y es que la extraña pinza entre CiU y PSC, ha impedido la elección de Agustí Colom, como miembro de la Sindicatura de Comptes, a propuesta de ICV, “sólo porque cumplía con su trabajo de auditor”. Y es que Colom había advertido de prácticas irregulares en el sistema sanitario catalán.
Reformas obligadas
David Taguas es otro hombre con aspecto de no hacer muchas bromas. Refuerza esa imagen con una voz profunda, casi de ultratumba. Fue el jefe de la oficina económica de José Luis Rodríguez Zapatero. Abandonó el Gobierno por sus discrepancias, en 2008, con el presidente, y fichó, con importantes críticas, por el lobby de las constructoras, la Seopan. Ahora es el director del Instituto de Macroeconomía y Finanzas de la Universidad Camilo José Cela. Y se muestra muy pesimista, si no se reacciona con celeridad.
El fantasma de Venecia sigue ahí. De hecho, las similitudes con la actual Venecia pueden ser más pavorosas, porque la economía española comienza a depender en exceso del turismo, que es de los pocos pulmones que sigue respondiendo. Pero el problema puede que no sea ese –por ahora—porque la estructura económica de España se ha fortalecido en los últimos 30 años.
Taguas lo expresa con convicción. “España se enfrenta a una crisis económica, pero también a una crisis institucional, e incluso a una crisis moral. Y resulta evidente que el principal obstáculo para abordar la crisis económica es precisamente la crisis institucional”
Costes políticos
David Taguas se centra en el aspecto económico, pero lo hace para recaer en el problema político. A su juicio, las medidas planteadas por el Gobierno del PP han sido y son erróneas, porque ha castigado el ahorro, al subir impuestos, y al no acometer, de verdad, la reducción del gasto no productivo. Es decir, Taguas asume que se debe reducir el déficit, para que no aumente la deuda. Y que ello comporta medidas que no serán populares, pero que mejorarán a medio plazo la economía española.
“No hacer todo esto conlleva costes políticos que no se quieren asumir y ello hace muy difícil poder avanzar para salir de la crítica situación actual. Solucionar los problemas de la economía española dentro de la Unión Monetaria Europea no va a ser fácil y requiere políticas que, desde luego, no son populares. Y la crisis institucional está en medio”.
Para Taguas una de las medidas imprescindibles es la creación de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal, que dependa del Congreso, y no del Ministerio de Hacienda.
Catalunya, a la espera
Pero, ¿y qué pasa con las peticiones de territorios como Catalunya, que experimentan un proceso complejo, en el que confluyen diversos factores, la identidad, pero también la crisis económica, y la falta de un terreno de juego más justo en el que puedan actuar centro y periferia?
Guillem López Casasnovas, catedrático de Economía de la Universitat Pompeu Fabra, (es también consejero del Banco de España), reclama reformas de forma urgente. El experto no se muerde la lengua. “Las buenas instituciones se hacen desde las complicidades, y no desde la confrontación, ya sea partidista, territorial o de intereses económicos, y en España falta una cultura de la convivencia”, asegura.
López Casasnovas añade que los “tics franquistas” fueron decisivos para diseñar una arquitectura institucional que menospreció que las construcciones colectivas se deben hacer entre todos, con la participación de todos. Y ahora esas instituciones “tienen aluminosis”, y, en el momento actual, “el Estado ya no es tan rico para repararlas comprando las voluntades del status quo dominante”.
Por tanto, y aquí aparece el fantasma de Catalunya, “no es extraño que alguna comunidad que se siente suficientemente cohesionada quiera tirar hacia adelante por su cuenta a pesar de las dificultades”.
¿Quién necesita un ‘buen señor’?
Pero, ¿de todo eso, esa capital, Madrid, a veces nombrada en vano como la gran responsable de todos los males, es consciente o sólo espera que la indignación vaya, poco a poco, a menos?
Joan Botella concluye, haciendo alusión al poema del Mío Cid, y a esa larga noche que arropa a España, sobre la necesidad de los españoles de tener a un buen señor, muy propia de la sociología española.
“¡Oh Dios, qué buen vasallo si tuviese buen Señor!”