“La mayoría independentista es tan artificial como frágil”
Carles Castro apunta en “Cómo derrotar al independentismo en las urnas” que hace falta un líder catalanista que devuelva a ese electorado a la realidad
El periodista Carles Castro analiza en Cómo derrotar al independentismo en las urnas, de ED Libros, la fragilidad de su actual mayoría parlamentaria en Cataluña y cómo doblegarla.
Para ello, considera, hace falta un líder catalanista que “reeduque políticamente” al independentismo, que lo resitúe en la realidad. Y se muestra convencido de que «Madrid tiene la llave de su derrota» si gestiona el conflicto desde la sensatez y consigue evitar los «excesos retóricos» que excitan al electorado más catalanista.
El libro ofrece datos desconocidos que desmontan por completo la teoría del independentismo invencible. Castro es analista electoral de La Vanguardia y profesor de periodismo en la Universitat Pompeu Fabra.
¿Cuándo acabará la actual mayoría independentista en el Parlamento de Cataluña?
Es imposible saberlo porque no depende solo de lo que pase en Cataluña sino también de cómo se gestione el tema catalán en el resto de España y, concretamente, en Madrid. En el fondo, una parte importante del independentismo es reactivo. Madrid tiene la llave de la derrota del independentismo. Sin el elixir de la excitación que provocan en el electorado independentista los excesos del neocentralismo, el fracaso del proceso soberanista quedaría más en evidencia y sería más fácil que le pasara factura. En el libro explico que la mitad de los independentistas, un millón de personas, no lo han sido siempre: son independentistas sobrevenidos desde hace ocho o diez años como mucho.
Les denomina “independentistas tácticos”. ¿Por qué surgieron?
Son independentistas sobrevenidos desde coyunturas muy determinadas: crisis económica, recortes en el Estatuto, por ciertos discursos políticos. Los nacionalistas pueden mutar en independentistas porque no dejan de perseguir un sueño, un ideal. Piensan: ‘quizás nosotros solos lo podríamos hacer mejor’. El problema del ‘nosotros solos’ es que estamos acompañados por la otra mitad de la sociedad que no está de acuerdo con esta salida.
Eso no es un fenómeno nuevo…
Si nos fijamos en la historia del país, si vamos a los libros de John Elliott y de otros historiadores, vemos que la división siempre ha existido, incluso cuando el país era más homogéneo. Si miramos a Escocia o al Quebec, donde no hay lo que aquí llamamos ‘charnegos’ –yo mismo soy un representante en sentido estricto–, la sociedad también está partida. En Quebec, sus ciudadanos han visto que la independencia era inviable. Canadá tiene ventajas. Pese a que no han estado exentos de tensiones constitucionales, no las han resuelto enviando gente a la cárcel. Aquí, por desgracia, las circunstancias han llevado a que haya gente en la cárcel y a que se fabriquen unos mártires que, de otra forma, habrían quedado como unos farsantes.
¿La sentencia del procés lo complica todo?
Complica la posibilidad de normalizar la situación, de que se haga una revisión crítica o un análisis pedagógico de la estrategia seguida por el procés: de que digan ‘nos hemos equivocado, debemos tener presente la otra mitad de la sociedad catalana’. Por desgracia, la épica de esta situación, con autoexiliados y presos, dificulta la solución.
En el libro advierte de las tensiones sociales. ¿Qué se puede romper?
Desde el punto de vista de la psicología colectiva, el país está un poco roto. Afortunadamente, somos civilizados. Pese a los momentos de rauxa, la sociedad catalana impregna un cierto seny que nos permite convivir. Pero detecto rencores profundos que, por fortuna, no se manifiestan de manera tangible pero que pueden traducirse luego en conductas y relaciones más crispadas.
Hablo de lo que han vivido muchas familias, incluso de la mía. En algunas familias se ha producido una grieta generacional: los hijos y nietos de los que vinieron de fuera, que mayoritariamente votaban partidos estatales, ahora han adoptado el relato independentista. Su lucha no es contra los que llevan más de treinta años gobernando Cataluña sino contra Madrid. Es cierto que hay quien ha hecho méritos para que España aparezca antipática, poco sensible, estridente, nada dialogante. Este elemento generacional puede dar sorpresas si no conseguimos relajar el ambiente.
¿El independentismo sigue movilizando a los jóvenes?
El independentismo consigue movilizar 100.000 votos en las elecciones de 2017 respecto a las de 2015. Una mayoría son nuevos electores, que no habían podido votar hasta entonces porque no tenían la edad. ¿Eso significa que la mayoría de jóvenes sean independentistas? No digo que sean la mayoría, pero los independentistas se hacen oír más por su hiperactividad.
Volviendo al riesgo de rotura social, ¿a qué se refiere?
Cuando hablo de rotura no me refiero solo a la convivencia civil sino sobre todo a una quiebra cultural que creo que es negativa incluso para la funcionalidad del país y para su progreso. Hasta ahora teníamos, a través de dos grandes fuerzas centrales, socialistas y CiU, una mayoría de población que compartía unas cosas básicas: por ejemplo, la necesidad de que el catalán fuese la lengua preeminente sin ninguna animadversión ni persecución hacia el castellano.
¿Qué ha pasado con el procés, el independentismo y la radicalización del catalanismo independentista? Pues que la gente empieza a ver algunos elementos identitarios, ya no como elementos compartidos, sino como elementos que pertenecen a una parte. De alguna manera, parece que hablar catalán, defender el catalán, se ha convertido en un patrimonio del independentismo. Mientras que otros sectores, pese a que han aprendido el catalán en la escuela, lo empiezan a ver como una lengua antipática. Si unos ven el castellano como la lengua del opresor, otros ven el catalán como una imposición. Me refiero a esto cuanto hablo de rupturas o fisuras.
¿Cómo se soluciona esta situación?
Debemos tener en cuenta que la mayoría parlamentaria independentista es tan artificial como frágil. Cuando en las elecciones autonómicas no hay una gran tensión ambiental, se produce una deserción de entre 300.000 y 400.000 votantes, que se quedan a casa o cambian de marca. Es muy importante lo que sucedió en las elecciones del pasado 10 de noviembre, que se celebraron bajo el impacto emocional de la sentencia del procés y de las grandes movilizaciones.
En ese momento de gran tensión, se repitió el resultado obtenido en abril, cuando los independentistas ya perdieron cerca de 400.000 votantes respecto a 2017. Y algunos de ellos eligieron otras opciones. Estos votantes, con una política de seducción, más pedagógica, empática, es posible que asuman que las estratégicas rupturistas no conducen a ningún sitio y, en consecuencia, se decanten por otras opciones.
¿Y qué pasa con los contrarios a la independencia?
Este libro se titula “Cómo derrotar al independentismo en las urnas”, pero tiene como segunda lectura ‘cómo derrotar al inmovilismo’. Como fruto de la radicalización que ha producido la DUI y el procés, nos encontramos que mucha gente que estaba dentro del carril central desde hacía muchos años, votando PSC o CiU, se ha asustado. Han dicho ‘me quieren echar de mi país’, ‘me quieren hacer sentir un extranjero’, y han ido hacia fuerzas que entendía que le podían defender mejor, que suelen ser las que más gritan.
Tenemos un millón largo de votantes que se fue a Ciudadanos, al PP y que ahora también podrían recalar en Vox. Con la declaración unilateral de independencia, mucha gente se asustó. Sin embargo, una vez pasada la situación de shock, esta gente votó diferente. Estos votantes aceptan mejoras en el autogobierno y en la financiación autonómica como una salida al conflicto. Estas cuestiones concitarían consensos de más del 70%. Es una reacción lógica en cualquier autonomía. Solo el catalanismo integrador e inclusivo puede derrotar al independentismo y al inmovilismo.
¿Y quién se apuntaría a una tercera vía?
La oferta política de tercera vía debe ser capaz de seducir a los independentistas tácticos que ya han descubierto que el rupturismo y el unilateralismo no van a ningún sitio, y perjudican al país. Por otro lado, hay gente que vota Ciudadanos cuando en el pasado votó a CiU. Se trataría de conformar un bloque dialogante que incluya este contingente de 300.000 votantes de centro catalanista, en el que podrían aterrizar los desertores del unilateralismo rupturista y, también, votantes de Ciudadanos que antes lo habían hecho por CiU. Estos electores podrían encontrarse cómodos con una oferta de centro catalanista que tuviese unas líneas rojas muy claras en la defensa de los intereses catalanes: nada de unilateralidad, nada de política de animadversión hacia España –aquel eslogan tan fatídico de ‘España nos roba’–.
¿Cómo debe ser esta oferta política?
La oferta debe ser poliédrica porque aquí hay gente con identidades compartidas y con diferentes ideologías. Tenemos el centro catalanista, por un lado, y también el bloque ideológico de la izquierda convencional. Hablamos del PSC y los comuns.
¿Esta tercera vía puede ganar en unas elecciones?
No hablamos de victorias apabullantes. Estamos hablando de que los independentistas pierdan la mayoría absoluta. Si no suman para formar gobierno, ya no funciona la opción del ‘frente’ y entonces se verán obligados a buscar apoyos en el otro lado.
¿Ve posible un acuerdo entre PSC y ERC?
Veo posibilidad de diálogo y de acuerdo. Podrían darse concesiones importantes en el lado independentista para conservar cuotas de poder.
¿Qué concesiones debería hacer ERC?
Renunciar al unilateralismo. Otro elemento fundamental son los medios de comunicación. No estoy magnificando su papel, pero es evidente que difunden un relato y marginan a una parte importante de la sociedad catalana, casi la mitad, con la cosmovisión que ofrecen.
De los actuales dirigentes políticos, ¿ve un líder para esta tercera vía?
Esta es la cuestión. En el libro explico las condiciones para que se produzca un cambio en la correlación de fuerzas. Y una de las condiciones imprescindibles es tener un líder con carisma, legitimidad democrática y catalanista, que pueda absorber este electorado tan heterogéneo. La oferta de centro izquierda, autonomista, federalista, está cubierta con Miquel Iceta.
Lo difícil es encontrar un líder para lo que llamo los desertores del independentismo. Esta gente deben encontrarse muy cómodos para cambiar de caballo: el programa debe tener unas líneas rojas muy claras de no rupturismo, pero debe defender los ejes básicos del catalanismo. Todo esto es retórico si no va acompañado de una cara que tenga esta legitimidad y este carisma. Recuerdo las elecciones del 1999, en las que las fuerzas no nacionalistas estuvieron más cerca de la mayoría. Fue con Pasqual Maragall, que tenía legitimidad y un catalanismo satisfactorio para amplios sectores. Encontrar esta figura es el reto más difícil.
Hay una sopa de siglas políticas para el centro catalanista, ¿pero hay líderes?
No llegan a la condición de candidato carismático. Un ejemplo sería Santi Vila, pero su deserción del independentismo se ha resuelto con una descalificación brutal. Está quemado. Lo ideal sería un líder catalanista que reeduque políticamente al independentismo, que lo resitúe en la realidad estratégica y social de Cataluña. Y en un plano moral de respeto a las mayorías y a sus conciudadanos. Alguien fiel a la causa capaz de hacer esta reflexión pedagógica: ‘nos hemos equivocado, no tenemos la fuerza para imponer lo que queremos, ni hemos tenido en cuenta que Cataluña es mucho más que nosotros, que solo somos la mitad’.
¿Hace falta un PNV a la catalana?
El PNV tiene estas dos vertientes: desde el punto de vista doctrinal, estratégico, estaría en esta línea y ha tenido líderes muy potentes. También nos faltan perfiles como los de sus portavoces en el Congreso, primero Josu Erkoreka y ahora Aitor Esteban. Desgraciadamente, no los tenemos en Cataluña.
¿Artur Mas podría volver?
Sería un candidato ideal si no arrastrase una pesadísima mochila de errores. Tiene legitimidad e, incluso, la generosidad de haber dado un paso al lado en su momento. Pero debería hacer un notable juego de equilibrios para resituarse. El problema son sus contradicciones. El perfil es ideal, tiene carisma y, de alguna manera, podría dar un golpe de volante para volver a una vía reformista. No sé si está en condiciones o tiene la valentía de hacerlo. Se encontraría con los ataques que recibió Santi Vila.