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Ha habido una cierta unanimidad entre los analistas de La Plaza en torno a la íntima satisfacción que Pedro Sánchez ha sentido al no pactar con Pablo Iglesias, aunque ello le costara la investidura.
Sin embargo, el problema para que Sánchez dejara de estar en funciones quizás no haya sido tanto la impericia de Iglesias y Unidas Podemos, sino su soberbia. Y eso ya es más difícil de justificar ante la opinión pública.
Sánchez ganó con autoridad pero lejos de la mayoría las elecciones generales. La imposibilidad de una alternativa que le disputara el Gobierno llegó a hacerle creer que la presidencia le caería madura con el paso del tiempo.
Lejos de arremangarse y ponerse a negociar en serio los apoyos necesarios y un programa de gobierno con las formaciones que necesitaba para su investidura, se dedicó a potenciar su imagen internacional, con una actividad destacada en los foros europeos. No está mal… si eres presidente.
En consecuencia, ha llegado a la sesión de investidura sin una estrategia clara (coalición con Podemos o abstención de la derecha) y sin los apoyos imprescindibles. Lejos de lo que se espera de un líder, no ha aprovechado este tiempo para sumar, sino lo contrario.
A partir de ahora, ¿qué? Nadie lo sabe porque ellos mismos, seguramente, aún no lo saben. Es tiempo de mirar a fondo la evolución de la opinión pública y esperar a septiembre para decidir qué hacer.
Otra cosa es el papel que interpreta de un tiempo a esta parte Rivera
En el caso del PSOE, el dilema es entre obtener el apoyo de Podemos, lograr la abstención de Pablo Casado –lo de Albert Rivera parece más difícil– o empujar los meses que faltan hacia unas nuevas elecciones.
Quizás esta última opción sería su preferida si llegara a la conclusión de que la abstención previsible de una parte de su electorado no le perjudicaría en exceso y que lograría arañar escaños de Podemos, por supuesto, pero también de Ciudadanos y quizás hasta alguno del PP, que a su vez se lanzaría a recuperar votos fugados a Vox y algunos de Cs.
Casado ha optado por un perfil institucional y al parecer le está dando rédito. Otra cosa es el papel que interpreta de un tiempo a esta parte Rivera. Hay serias dudas sobre que su lenguaje pendenciero le esté beneficiando entre su electorado, un público de clases medias urbanas que tiende a marginalizar un exceso de agresividad y sobreactuación.
Ah, y sobre todo, escuchen La Plaza hasta el final. Hemos dejado los últimos minutos para compartir estupefacción por la decisión del primer plenario de la Diputación de Barcelona de aumentar la plantilla de asesores. En un ejercicio perverso de abuso de poder los partidos tiran sin pudor de presupuesto público para pagar cargos que trabajarán para los propios partidos.
Terminaría este resumen del podcast de Economía Digital con la exclamación de «¡Sin palabras!», pero sería contradictorio con nuestra función y condición. Saludos.