Aquellos maravillosos años: cuando alquilar un piso no costaba «un riñón»
Los jóvenes de ahora son la primera generación en sufrir un precio elevado para alquilar. Pero, ¿Cómo era el mercado cuando nuestros padres tenían nuestra edad?
Hace apenas unas décadas, alquilar un piso en la mayoría de las ciudades de España era relativamente accesible.
Eran tiempos en los que las familias podían encontrar un hogar en alquiler o incluso plantearse comprar una vivienda sin que esto supusiera una carga excesiva.
La oferta de inmuebles era amplia, los precios para alquilar razonables y, en términos generales, la gente podía soñar con tener un espacio propio.
Hoy, sin embargo, el panorama es muy diferente. ¿Qué ha pasado desde entonces? ¿Cómo pasamos de aquellos años dorados a una situación en la que alquilar un piso «no cueste un riñón» suena casi utópico?
Crecimiento de un sector que parecía imparable
Durante los años ochenta y noventa, el sector inmobiliario experimentó un crecimiento sólido y estable. España vivía un auge económico que se reflejaba en la construcción de viviendas y en la expansión de las ciudades.
Las grandes promotoras y constructoras florecieron, impulsadas tanto por el crecimiento económico como por la fuerte demanda de vivienda en propiedad.
Comprar un piso era un objetivo alcanzable para muchas familias, y la oferta de para alquilar cubría las necesidades de quienes no podían o no deseaban adquirir una vivienda.
En esa época, el crédito hipotecario era también relativamente accesible, lo que permitía a muchas personas endeudarse para comprar su primera vivienda.
La construcción de urbanizaciones en las afueras de las grandes ciudades y el boom turístico de la costa mediterránea también contribuyeron a la creación de un vasto parque inmobiliario.
Los jóvenes podían independizarse a precios que, en comparación con los de hoy, parecen de otra era.
La burbuja inmobiliaria y su explosión en 2008
Todo cambió con el inicio del siglo XXI. Con la entrada de España en la zona euro y la llegada de los tipos de interés bajos, el crédito hipotecario se disparó, y con ello, el precio de la vivienda comenzó a crecer de manera acelerada.
La compra de inmuebles se convirtió en una inversión muy popular, alimentada tanto por particulares como por grandes fondos de inversión. Las viviendas se compraban y vendían con una rapidez sin precedentes, lo que derivó en una escalada de precios que parecía no tener fin.
Este crecimiento desmesurado era insostenible. En 2008, la burbuja estalló. La crisis financiera global llegó a España y golpeó con fuerza al sector inmobiliario.
Las constructoras y promotoras quebraron en masa, y miles de familias se vieron atrapadas en hipotecas que no podían pagar.
La explosión de la burbuja no solo trajo consigo una caída en picado de los precios de la vivienda, sino también un aumento alarmante de los embargos y desahucios.
A partir de ese momento, la percepción sobre el mercado inmobiliario cambió, y el sueño de la vivienda propia empezó a desvanecerse para muchos.
Un problema que perdura y se transforma
A pesar de la caída de precios tras la crisis de 2008, el sector inmobiliario comenzó a recuperarse a partir de 2014, aunque con cambios profundos en la dinámica de oferta y demanda.
Con el tiempo, la economía española fue saliendo a flote y, con ella, el interés en el mercado inmobiliario resurgió. La crisis había dejado una cicatriz: la subida del alquiler.
Las nuevas generaciones, escarmentadas por el colapso de las hipotecas, prefirieron alquilar antes que comprar. Esta tendencia, sumada a factores externos como el turismo y la entrada de grandes fondos, impulsó los precios de los alquileres a niveles nunca antes vistos.
La llegada de inversores extranjeros que compraron inmuebles para destinarlos a alquiler turístico y la popularización de plataformas como Airbnb también cambiaron el panorama del alquiler en las grandes ciudades.
Ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia y Málaga experimentaron una subida exponencial de los precios de alquiler, haciendo que, para muchos, vivir en el centro de estas urbes se convirtiera en una utopía.
El efecto de la pandemia y el nuevo auge de precios
La pandemia de COVID-19 introdujo otro elemento en la ecuación. Aunque en un primer momento parecía que el mercado inmobiliario podría enfriarse, la realidad fue que, tras el confinamiento, muchas personas buscaron cambiar de vivienda, ya fuera por el teletrabajo o por la necesidad de espacios más amplios y con luz natural.
Este fenómeno impulsó una nueva demanda en el mercado de viviendas unifamiliares. A medida que se reactivaba la economía, los precios de la vivienda, tanto de compra como para alquilar, comenzaron a repuntar con fuerza.
A finales de 2022 y principios de 2023, los precios de la vivienda habían alcanzado cifras récord en algunas ciudades. Este fenómeno, alimentado en parte por la inflación global y la escasez de materiales de construcción, no hizo más que agravar la crisis de accesibilidad.
Los jóvenes y las familias de ingresos medios y bajos encuentran cada vez más dificultades para pagar un alquiler sin comprometer una parte considerable de sus ingresos.
La brecha generacional
Hoy en día, la brecha generacional en el acceso a la vivienda es más clara que nunca. Para aquellos que compraron vivienda antes del estallido de la burbuja, el panorama es muy distinto al que enfrentan los jóvenes de hoy.
Mientras que muchos de los mayores lograron pagar sus hipotecas y gozan de estabilidad, las generaciones más jóvenes se ven atrapadas en una situación de alquiler continuo, sin perspectivas claras de adquirir una vivienda en propiedad.
El esfuerzo por comprar una casa se ha vuelto monumental para muchos, con porcentajes de endeudamiento que superan el 50% de sus ingresos en algunas ciudades, según estudios recientes.
¿Qué se puede hacer ante esta crisis?
La crisis de vivienda en España no muestra signos de resolución a corto plazo. El Gobierno ha implementado algunas políticas de vivienda, como límites a los precios del alquiler y programas de vivienda social, pero los efectos aún no son visibles en el mercado.
La construcción de vivienda pública, el fomento de alquileres asequibles y la regulación del mercado turístico son algunas de las propuestas en debate, pero la implementación es un proceso lento y lleno de desafíos.