Wokismo: cancelación, privilegio y odio

El wokismo morirá por sus contradicciones, morirá, como toda revolución, devorando a sus hijos

La nominación de Karla Sofía Gascón a un premio Óscar por Emilia Pérez fue considerada por no pocos como la enésima jugada woke de la elite cultural estadounidense. Sería, según estos críticos, una decisión fundada en el hecho de ser ella una persona transexual, siendo su talento o su desempeño en la película algo irrelevante. No lo sé. Aún no la he visto. Sin embargo, ahora me interesa más la evolución de la historia de Gascón tras el deslumbrante giro de guion que ha supuesto la publicación en los medios de comunicación de sus antiguos tuits. 

Algunos de ellos son proféticamente paradójicos: “Cada vez más los Óscar se parecen a una entrega de cine independiente y reivindicativo, no sabía si estaba viendo un festival afrokoreano, una manifestación Blacklivesmatter o el 8M. Aparte una gala fea fea. Les faltó darle un premio al corto de mi primo, que es cojo”. Pisó todos los charcos del progresismo biempensante y pagará las consecuencias.

El mismo wokismo que la habría encumbrado la derriba ahora sin misericordia. Tras convertirla en un símbolo de la lucha por la dignidad de un colectivo marginado, se transforma, de repente, en todo lo contrario, y sus probabilidades de obtener el premio de la Academia se esfuman.  

El wokismo demuestra, una vez más, su capacidad autodestructiva. Es esta una ideología atractiva para los más idealistas, ya que denuncia injusticias reales y promete un método rápido de resolverlas. Sin embargo, en la práctica, su respuesta histérica acaba generando nuevas injusticias sin curar las viejas. Para el wokismo, el esfuerzo y el talento no importan. De hecho, son sospechosos, incluso peligrosos.

La clave de todo sería el colectivo, la tribu identitaria, a la que perteneces y, sobre todo, el discurso que mantengas. Si eres de un colectivo considerado víctima, premio. Si no asumes el relato y las etiquetas de esta nueva izquierda, castigo. Palo y zanahoria hasta la sumisión total. Y es que, en el fondo, el wokismo no deja de ser un instrumento de control social y poder político como es, por ejemplo, el nacionalismo. 

Esta política de la identidad es totalmente contraria a la Ilustración. Es antiuniversalista. Clasifica a los seres humanos en nuevas castas y reparte prebendas según sus jerarquías. Es profundamente polarizadora por lo que no es de extrañar que aúpe a demagogos tanto a su favor como en su contra.

«El mismo wokismo que la habría encumbrado la derriba ahora sin misericordia»

Su hegemonía es siempre un peligro para cualquier democracia, ya que toda sociedad contemporánea es diversa y esta ideología convierte la diversidad en una confrontación existencial, en un juego de suma cero. Elimina la idea de bien común. Desprecia todo aquello que nos une como ciudadanos para excitar aquello que nos separa. Alimenta el victimismo y la paranoia. 

En su último libro, La trampa identitaria (Paidós, 2024), el politólogo Yascha Mounk desenmascara con serenidad y acierto estas malas ideas de nuestro agitado tiempo. Define el wokismo como “una síntesis identitaria” y como una trampa.

(Foto de ARCHIVO) Karla Sofía Gascón en el photocall de la inauguración de la 72 Edición del Festival de Cine de San Sebastián a 20 de Septiembre de 2024 en San Sebastián (España). Raúl Terrel / Europa Press FAMOSOS;CINE;FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN;FESTIVAL;EVENTO;PHOTOCALL 20/9/2024
Karla Sofía Gascón. Foto: Raúl Terrel / Europa Press.

Atrapa a personas inteligentes y sensibles a las injusticias, pero con su lógica de “separatismo progresista” acaba “haciendo del mundo un lugar peor tanto para los miembros de los grupos históricamente dominantes como para los integrantes de los históricamente marginados”. Si existiera un camino hacia el progreso, el wokismo sería un largo paso atrás. 

Rechaza todos los avances del liberalismo. Rechaza la libertad de expresión y la igualdad de oportunidades. Pretende acabar con las garantías del Estado de derecho y la separación de poderes. Destruye la presunción de inocencia. El woke disfruta cancelando y arruinando carreras profesionales. No necesita juicios. Sus sentimientos son una sentencia no recurrible.

Se sitúa, sin méritos, en la cumbre de la superioridad moral. Pero, ¡ay!, es tan difícil mantener la ejemplaridad ante tan altos estándares y ante modas tan pasajeras. Las dinámicas del wokismo acaban llevándose a todo el mundo por delante. ¿No me creen? Pregúntele, pues, a Iñigo Errejón.  

El wokismo es incompatible con la libertad, la igualdad y la fraternidad. Es cancelación, privilegio y odio. Es un peligro para la democracia liberal. Es autodestructivo y morirá, pero no lo celebren aún. La psicología que lo impulsa sobrevivirá. La batalla cultural seguirá con otras armas, ya que el wokismo no deja de ser la ideología adoptada por una izquierda fracasada.

Esta sustituyó la lucha de clases y la dictadura del proletariado por el conflicto de identidades y la dictadura de la corrección política. Sin embargo, el fondo es el mismo: es hacerse con el poder y mantenerlo destruyendo el bien común. Es gobernar a través del odio y perpetuarse agravando las mismas injusticias que se denunciaban.  

El wokismo morirá por sus contradicciones. Morirá, como toda revolución, devorando a sus hijos. La reacción es ya evidente en todo Occidente. Pero los enemigos de la libertad no desaparecerán. Mutarán. Buscarán otras etiquetas y otras narrativas. Otras armas y otras estrategias. El wokismo pasará, pero inventarán algo igual o peor. El liberalismo no ha triunfado. No debería bajar la guardia nunca. Debería entender nuestro tiempo y adaptarse. La historia no acabó en los 90. La libertad deberá ser defendida siempre.