A vueltas con los horarios comerciales
Exceptuando la Comunidad de Madrid, la mayor parte de las comunidades autónomas mantiene un régimen horario de diez domingos y festivos de apertura al año
El pasado lunes, la Vicepresidenta Segunda y Ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, defendió en una intervención en el Congreso la necesidad de regular – como si no lo estuvieran ya – los horarios de los establecimientos comerciales y la hostelería. “No es razonable un país que tiene abiertos sus restaurantes a la 1 de la madrugada”. Ya en 2023, la ministra anunciaba la posible puesta en marcha de una futura “Ley de usos del tiempo”.
La regulación horaria está sujeta a la normativa de las Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos, según la Ley de Espectáculos Públicos y Actividades Recreativas. La ley delega esta competencia a las autoridades competentes, habiendo ciertas variaciones en función de cada localidad.
Exceptuando la Comunidad de Madrid, la mayor parte de las CCAA mantiene un régimen horario de diez domingos y festivos de apertura autorizada al año. Las autoridades cierran las tiendas durante 52 días al año, dos meses en los que los consumidores pueden seguir comprando online (el e-commerce factura un 80% más hoy que antes de la pandemia) y en los que los millones de turistas deambulan por las ciudades sin saber muy bien qué hacer.
Aunque la ministra alegue que debemos restringir los horarios comerciales para “parecernos cada vez más a Europa”, lo cierto es que sólo Alemania y Austria tienen regulaciones más restrictivas, mientras que once países disponen de plena libertad de horarios y otros cinco gozan de una flexibilidad casi absoluta. Los establecimientos comerciales, bares y restaurantes cierran más temprano en la mayoría de las ciudades europeas, pero el motivo no es la regulación impuesta por las administraciones, sino las pautas de consumo de sus residentes.
En Londres para los comercios de reducida dimensión no hay restricción alguna por lo que respecta al horario de apertura y cierre, pudiendo por tanto abrir las 24 horas al día durante los 365 días del año. En Copenhague desde 2012 los establecimientos pueden abrir todos los días de la semana.
En Milán todos los comercios del centro histórico pueden determinar libremente el horario de apertura y omitir la obligación de cerrar los domingos y festivos durante todo el año. En Lisboa, con carácter general, los establecimientos comerciales pueden estar abiertos entre las 6 de la mañana y las 12 de la noche todos los días de la semana, mientras que las tiendas de conveniencia pueden permanecer abiertas hasta las 2.
Cada vez más hogares (unipersonales o pluripersonales) tienen a todos sus miembros mayores de edad incorporados al mercado de trabajo. La gran coincidencia entre horarios laborales y horarios comerciales es un problema para muchas personas. Encuestas del CIS indican que más del 25% de españoles se sienten limitados por las restricciones de horarios comerciales, porcentaje aún mayor entre los sectores profesionales y asalariados urbanos, y en general entre la población activa.
La flexibilización horaria aumenta la producción y las ventas
Limitar los horarios comerciales significa reducir la capacidad del consumidor para elegir, así como las posibilidades de los distribuidores para diferenciarse y adaptarse a las preferencias de los clientes, reduciendo su facilidad para competir. Esto se traduce en menor cantidad, menor calidad, menor variedad, menor innovación, y precios más elevados.
La evidencia empírica sobre el impacto positivo de la reducción o eliminación de restricciones de horarios y días de apertura es abundante. En primer lugar, la flexibilización horaria favorece la creación de empleo. En Estados Unidos, la prohibición de abrir los domingos redujo el empleo en la distribución comercial en un 4,2% (Burda y Weil, 2005).
En Canadá la liberalización en días de apertura para el período 1980-1998 supuso aumentos del empleo de entre el 5% y 12% (Skuterud, 2005). Y un análisis de 30 países europeos durante el período 1999-2013 concluyó que la eliminación de la restricción de apertura en domingos aumentó el empleo entre un 7% y un 9% (Genakos y Danchev, 2015).
También existe evidencia de que la flexibilización horaria aumenta la producción y las ventas. En el caso de Suecia, a principios de los noventa, aumentó un 5% la facturación (Pilat, 1997). Finalmente, en Alemania la flexibilización horaria tras 2006 también contribuyó a una reducción de precios (Reddy, 2012).
Tiene razón Yolanda Díaz en alertar que las pautas de ocio, consumo y trabajo de la sociedad española son marcadamente diferentes a las del centro y el norte de Europa. España es, de hecho, el país europeo más tardío en cenar (entre las 21:30 y 22:30), lo que tiene efectos perjudiciales para la salud, como el aumento de riesgo de sufrir obesidad, hipertensión y aterosclerosis (Okada et al, 2019). Pero ahondar en el carácter intervencionista de la regulación de los establecimientos no solucionará el problema, que deriva de pautas culturales arraigadas en la sociedad española.
Nos encontramos delante de un ejemplo más de “idealismo regulatorio”. O de “normativismo performativo”. Una “Ley de usos del tiempo” difícilmente cambiará las pautas de consumo de la sociedad española, pero restringir la libertad de entrada en el mercado puede tener efectos negativos en la economía, en la competencia, en el empleo y en el bienestar general.