Venezuela y Bildu: las vergüenzas que el Gobierno no puede tapar
Si mirar para otro lado fuera deporte olímpico, al autodefinido “gobierno progresista” que padecemos le darían varias medallas en diferentes modalidades
Es la hora de Venezuela. La hora de la democracia en ese país dejado de la mano del Gobierno de Pedro Sánchez, más preocupado por lo que ocurre en el Reino Unido que por el futuro de millones de venezolanos, el bravo pueblo que tantos vínculos históricos tiene con España. La vicepresidenta Yolanda Díaz, tan solidaria con quienes sufren y tan preocupada por la falta de libertades y el avance de los “ultras” británicos, mira para otro lado cuando se trata del “revolucionario socialista” embutido en chándal que es Nicolás Maduro.
Si mirar para otro lado fuera deporte olímpico, al autodefinido “gobierno progresista” que padecemos le darían varias medallas en diferentes modalidades. ¡Vaya veranito llevamos en el País Vasco! No hay pueblo ni ciudad en fiestas que no haya sido encartelado, de arriba abajo, con fotos de presos etarras, reclamaciones de amnistía, de independencia y de espacio libre de cualquier expresión que tenga que ver con España. Y salvo alguna aislada intervención de la Guardia Municipal de Bilbao, que retiró varias pancartas de homenaje a viejos terroristas, nadie ha hecho nada.
Ni el Gobierno Vasco, ni los ayuntamientos, ni la Delegación del Gobierno en Euskadi, ni la Fiscalía… Ninguno ha movido un dedo. Oro olímpico en mirar para otro lado. No vayamos a amargar la fiesta a quienes controlan las calles y plazas con total impunidad y, lo que es peor, respaldan con sus votos la continuidad de Sánchez en la Moncloa.
Las familias de las víctimas que han sufrido en el País Vasco el terror asesino del mundo de ETA tienen que aceptar ahora como algo “normal” que quienes aplaudían esos atentados ocupen y controlen todos los espacios festivos con sus reivindicaciones. Y tienen que asumir igualmente que en los pregones de turno se pida la salida de los presos etarras como solución a un “conflicto” de convivencia saltándose el cumplimiento de la ley.
La “normalización” de esa anormalidad la ha conseguido, por intereses particulares, un Gobierno especialista en mirar y hacernos mirar para otro lado siempre que le conviene. Si llega a un pacto vergonzoso con Bildu después de repetir cien veces (y las que haga falta) que no lo haría, despejará cualquier acusación colocando a quien le critique en la “fachosfera”. Tiene un antídoto contra sus acuerdos y pactos con el mundo del radicalismo vinculado antes a ETA y a los xenófobos de Junts, y es el de una ultraderecha mala-malísima capaz de hacer cosas que solo nos podemos imaginar si miramos a la Venezuela de Maduro.
Nicolás Maduro y su régimen
Por eso mismo no hay que mirar hacia el país caribeño. Hay que mirar hacia el Reino Unido, nos dice Yolanda Díaz. No vaya a ser que descubramos que el verdadero riesgo de perder libertades democráticas, de retroceder económicamente y de tener que emigrar en masa venga de la mano de quien se hace llamar “revolucionario socialista”. Cuando lo cierto es que Maduro corre detrás del fascismo como quien trata de alcanzar su propia sombra. Puede ir en chándal, con guayabera o vestido de militar, su imagen proyectada de dictador sin escrúpulos le acompañará allá donde vaya.
Nuestro Gobierno tiene un serio problema con Nicolás Maduro y su régimen. Porque más allá de que la caída del sátrapa pueda poner al descubierto asuntos de dudosa legalidad e indiscutible inmoralidad con Rodríguez Zapatero (y vaya usted a saber quién más), el final del régimen chavista y el triunfo de la democracia en Venezuela puede suponer algo así como el inicio del derrumbamiento del castillo de naipes que la “izquierda internacionalista”, la del Grupo de Puebla, tiene en Latinoamérica.
Si desgraciadamente Maduro sigue en el poder, se nos dirá que miremos para otro lado
Hay muchos intereses internacionales, de países no precisamente de tradición democrática como Rusia, China o Irán, firmemente decididos a mantener a Nicolás Maduro al frente de Venezuela. Y no solo por las importantes reservas petrolíferas que tiene el país, sino por la ayuda ahora imprescindible que presta a Cuba, que también podría contagiarse de las movilizaciones de los venezolanos si comprueban que sirven para acabar con la dictadura.
Maduro cuenta por lo tanto con la ayuda decidida de esos países, lo que le permite resistir frente al avance de un pueblo que mayoritariamente ha pedido, tanto en las urnas como en la calle, que se vaya. El problema de la oposición venezolana es que no cuenta siquiera con el apoyo de una Unión Europea que debería tomar partido, de manera incondicional, en favor de la democracia y en contra de la dictadura.
Del Gobierno de España podemos esperar aún menos que de la UE. Sabe que el sátrapa tiene la fuerza pero no la razón. Que puede que llegue a vencer, pero nunca a convencer. Así que si desgraciadamente sigue en el poder, se nos dirá que miremos para otro lado. Hacia donde apunta el dedo de Sánchez. Allí. ¿No la ven? Es la ultraderecha que recorre Europa y contra la que nuestro Presidente y los suyos lucharán con todas sus fuerzas.