Un Papa en tiempos de incertidumbre
Sin embargo, con todos los matices que se quiera, Francisco no cayó en la trampa populista de una sistemática confrontación binaria
En un mundo sacudido por la inestabilidad geopolítica, la incertidumbre tecnológica y la fragilidad institucional, la muerte del Papa Francisco y la inminencia de un nuevo cónclave nos recuerdan que, incluso en medio del caos, algo permanece inmutable en nuestra civilización. En estos tiempos peligrosos, donde el realismo político se impone y la fuerza bruta acalla la sutileza intelectual, un Estado sin ejército, pero con el Espíritu Santo como aliado, se alza como el inesperado epicentro de la diplomacia global y la esperanza de un Occidente demasiado desencantado.
La Iglesia católica no fue totalmente ajena a los vientos de cambio que soplaban en todo el mundo cuando eligió a Jorge Mario Bergoglio. Su elección respondió a una época que exigía gestos disruptivos. Francisco ofreció muchos. Fue un Papa de símbolos revolucionarios, de reformas moderadas, de improvisaciones memorables, pero también de moral ortodoxa. Estuvo a la altura de los grandes debates contemporáneos con encíclicas como Laudato Si y Fratelli Tutti. Su lógica de poder provocó roces previsibles en la milenaria institución. Así lo recuerda, Giovanni Maria Vian, exdirector de L’Osservatore Romano, en su reciente y recomendable libro El último Papa (Deusto, 2025).
Sin embargo, con todos los matices que se quiera, Francisco no cayó en la trampa populista de una sistemática confrontación binaria. Abrió la Iglesia sin cerrar la puerta a nadie, escuchando, sobre todo, a quienes no tenían voz. Besó los pies de dirigentes enfrentados en la guerra del Sudán del Sur. Supo ser un líder popular apelando a la misericordia. El Papa estuvo más allá de los clásicos clivajes políticos. ¿Progresistas? ¿Conservadores? Priorizó la Casa Común. Incluso atrajo a no pocos ateos.
Javier Cercas, sin ir más lejos, acaba de publicar un libro autoproclamándose no creyente. También dice que Francisco fue un Papa que miró hacia la periferia. Lo segundo es innegable; lo primero, más dudoso. Alguien que creyó en la palabra de Pedro Sánchez cuando prometía que no habría amnistía quizás no haya dejado de creer, sino que ha desplazado su fe. Ya lo decía Chesterton: quien no cree en Dios, acaba creyendo en cualquier cosa.
Donald Trump y Volodímir Zelenski en el Vaticano
Sin embargo, este fin de semana la atención mediática y espiritual no estaba en la periferia, sino en Roma y el Vaticano, el centro del mundo. Frente a la majestuosa Basílica de San Pedro, el humilde ataúd de madera de Francisco ofrecía una imagen poderosa: la grandeza artística del barroco romano frente a la simplicidad evangélica del Papa fallecido. Una síntesis visual del propio catolicismo. Esta tensión, entre el esplendor y la humildad, y entre la tradición y la reforma, define a nuestra Iglesia.
Antes del funeral, hubo otra imagen, esta vez geopolítica, que captó la atención planetaria: Donald Trump y Volodímir Zelenski, sentados frente a frente, conversando bajo la cúpula de San Pedro. Un protestante y un judío reunidos en el corazón del catolicismo. No fue una simple anécdota. Fue el recordatorio de que los símbolos aún importan. Que el poder blando —el soft power definido por Joseph Nye— sigue vigente. En tiempos de cinismo, un escenario como ese demuestra que la palabra, los gestos y los valores aún pueden abrir caminos.
El próximo Papa también será un símbolo. Bajo los frescos de Miguel Ángel y con siglos de tradición a cuestas, los cardenales tomarán en los próximos días una decisión que hablará tanto de fe como de geopolítica. Y es que el Espíritu Santo también escucha los signos de los tiempos. Lo hizo con Francisco, lo hizo con Benedicto XVI y, sobre todo, lo hizo antes con Juan Pablo II, aquel polaco que contribuyó decisivamente al fin de la Guerra Fría y del totalitarismo comunista. Cuando veamos la fumata blanca y escuchemos el Habemus Papam, sabremos no solo el nombre del nuevo líder de la Iglesia, sino también algo esencial sobre el mundo de mañana.