Un nerón posmoderno
La democracia española sigue en llamas mientras Puigdemont toca la lira y Sánchez baila
Todo el sanchismo, desde su centro a su periferia, desde la Cadena SER hasta el gobierno vasco del PNV, exclama falsamente sorprendido, oh, pero qué está haciendo Junts. Cómo pueden votar en contra de la ley que les ofrece amnistía e impunidad. Cómo puede ser. Si no fuera tan patético, sería incluso divertido ver a estos ojipláticos rasgarse las vestiduras ante sus micrófonos y preguntarse afectados si a Junts no le preocupa la convivencia en Cataluña. ¿Hola? Carles Puigdemont es un Nerón posmoderno. Y sólo una ignorancia supina o un interés espurio puede llevar a alguien decir que el fugado busca la convivencia. Lo que buscó fue el apoyo del Kremlin. Poca broma.
Puigdemont y los suyos trataron de provocar un conflicto civil en Cataluña. Prendieron la mecha de la discordia. Querían que la ciudadanía les hiciera el trabajo sucio, porque ellos, los líderes separatistas, eran incapaces de crear las prometidas estructuras de Estado y de conseguir algún apoyo internacional medio decente. Ellos fueron quienes lideraron el asalto al aeropuerto de Barcelona y el incendio del centro de la ciudad. Terrorismo humanitario, acabarán llamándole, pero nadie puede olvidar el miedo que generaron en tantos y tantos catalanes, también en 2019, cuando Sánchez gobernaba.
Ahora, tras el coyuntural no de Junts, el PSOE aprovecha para mostrar un resquicio de ficticia dignidad: no hemos cedido al chantaje. Esta vez no. Pero la realidad es que Pedro Sánchez miente, Junts sabe que Sánchez miente y Sánchez sabe que Junts sabe que, como siempre, está mintiendo. No hay dignidad en el socialista, sino sólo un frío cálculo de los tiempos electorales. Tras los comicios gallegos, la indecencia volverá a su cauce, Sánchez cederá y Puigdemont conseguirá absolutamente todo lo que se proponga.
No hay dignidad en el socialista, sino sólo un frío cálculo de los tiempos electorales
Durante unas semanas, Junts dejará de ser ese partido progre preocupado por la gobernabilidad de España para ser cualificado de lo que realmente es, a saber, una organización presidida por una corrupta y al servicio de un prófugo que trata de desestabilizar la democracia española y, así, conseguir objetivos puramente personales. Para ello, antes contaban con Putin, y ahora tienen a Sánchez. Usarán la negociación de cada decreto y cada ley para socavar aún más los pilares de nuestra democracia.
Y no sólo estamos hablando de pilares institucionales, también de los culturales. Junts está destruyendo, Sánchez mediante, la imagen y los valores del PSOE, un partido que fue fundamental para la Transición. Hoy vemos al partido de Felipe González y Alfonso Guerra suplicando al separatismo que vote la ley que le permitirá repetir el golpe a la democracia con mayor fuerza que en 2017. Tras jurar y perjurar que la amnistía no cabía en la Constitución, los socialistas han acabado de rodillas y pidiendo a los de Puigdemont que tramiten una ley que sólo a los separatistas beneficia. Surrealista. La humillación socialista alcanza el infinito y más allá.
No son pocos los analistas que dan por muerta esta legislatura de la anti-Transición. No se equivoquen. Estos muertos están muy vivos. Se odian, pero se necesitan. El futuro político de Sánchez se decide en el palacete de Waterloo; y el del prófugo, en el palacio de la Moncloa. Ambos se tienen cogidos por donde más duele. Ambos golpearán en el narcisismo del otro. Se humillarán mutuamente, pero pactarán… y España perderá.
El proceso español será como el catalán: los pactos de pandillaje llegarán a última hora y de mala manera, pero llegarán. La legislatura no se va a quebrar ahora. Los chantajes y las humillaciones seguirán, y nuevas líneas rojas serán traspasadas. La democracia española sigue en llamas mientras Puigdemont toca la lira y Sánchez baila.