¿Un futuro sin hijos?

La utilidad marginal de tener un hijo se percibe cada vez más pequeña, mientras que el precio de tener hijos ha aumentado.

El capital humano es la principal fuente de productividad y, por tanto, del crecimiento económico. En los últimos tiempos, la clave para aumentar la dotación de capital humano ha sido la educación y el conocimiento (crecer el margen intensivo).

Sin embargo, como hemos avanzado en las últimas columnas, en las próximas décadas será incluso más importante incrementar la natalidad (crecer el margen extensivo). No se puede acumular capital humano sin niños, y la realidad demográfica actual nos obliga a reflexionar seriamente sobre nuestro futuro colectivo.

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Foto: Eduardo Parra / Europa Press

Todos los países de la OCDE, salvo Israel, tienen una tasa de fertilidad inferior a la tasa de reemplazo. Es necesaria una tasa global de fecundidad de 2.1 hijos por mujer para asegurar la reposición del número de mujeres en edades reproductivas. En España es de 1.7.

La población nacida en nuestro país lleva decreciendo más de diez años. En los años setenta, la edad más habitual para tener el primer hijo era de 23 años. Hoy en día, la maternidad se sigue retrasando hasta el punto en que ya es más común que las mujeres españolas tengan su primer hijo a los 38 años que a los 27.

En un intento por compensar esta diferencia, España ha recurrido al flujo migratorio. No obstante, pronto todos los países, salvo los más pobres y menos formados, se enfrentarán a un déficit demográfico. La reserva de potenciales inmigrantes cualificados de todo el mundo se está agotando. Esta situación ha llevado a muchos gobiernos a implementar políticas de natalidad que, hasta el momento, sólo conducen a la melancolía.

Los países nórdicos, como Dinamarca, han elevado el gasto hasta el 5% del PIB para procurar mayores permisos de maternidad y cuidados infantiles. En la misma línea, el gobierno húngaro, liderado por Viktor Orbán, ha introducido una serie de políticas con el objetivo declarado de aumentar la tasa de natalidad.

Estas políticas incluyen bonificaciones fiscales, transferencias monetarias a las familias y bajas de maternidad de dos años manteniendo el 70% del salario. A pesar de estos esfuerzos, ambos países siguen lejos de alcanzar la tasa de reposición, con 1.5 hijos por mujer en edad fértil.

Una decisión pensada

En España, nacen al año unos 200.000 niños de padre y madre españoles. La mayoría de estos nacimientos ocurren en hogares con niveles educativos bajos y menor nivel de renta. Esta es una de las transformaciones sociales más significativas de las últimas décadas. En el pasado, los hijos se esperaban como se esperan las estaciones, como una bendición inevitable. No tenerlos se percibía como un golpe de mala suerte. Hoy tener hijos se ha convertido en una decisión consciente.

La primera reacción ante estos datos es de asombro y lleva a preguntarse por qué las familias españolas pudientes no tienen más hijos. Desde una perspectiva económica, todo se resume en tres factores: utilidad, precios relativos y renta. Como apuntó el Premio de Nobel de Economía Gary Becker (1960), un hijo era históricamente un bien de consumo (proporcionaba bienestar y satisfacción) pero también de inversión (proporcionaba rentas monetarias futuras). Genera utilidad.

Pero tenerlos tiene un precio (incluido el coste en tareas domésticas) al que hay que hacer frente con renta y tiempo. La utilidad que proporcionan los hijos parece haber disminuido considerablemente. Por una parte, ya no son ni la ayuda a las tareas de producción ni el sostén para la vejez, propio de sociedades tradicionales donde producción y reproducción estaban alineadas.

«La mayoría de estos nacimientos ocurren en hogares con niveles educativos bajos y menor nivel de renta»

Además, formar una familia y tener descendencia ya no es el proyecto vital por excelencia que era en el pasado. La importancia de las carreras profesionales y nuevas metas vitales han restado valor a la familia. En otras palabras, la utilidad marginal de tener un hijo se percibe cada vez más pequeña, mientras que el precio de tener hijos ha aumentado.

Y no es por el precio de los pañales, o la guardería, sino fundamentalmente por la renuncia a otras actividades que se consideran más útiles. El coste de oportunidad de tener hijos ha crecido. Este coste es menor cuando ambos miembros de la pareja se involucran activamente (emparejamiento selectivo) y cuando otras metas están fuera del conjunto de elección (selección negativa). Así, el efecto renta solo parece estar presente en hogares desfavorecidos que dependen de ayudas sociales.

¿Para qué tener hijos?

En la última década, varios países han aumentado su gasto en prestaciones familiares. En general, sin embargo, si analizamos la mayoría de estas políticas, no encontramos ninguna asociación sincrónica entre gasto público y fecundidad. Así pues, los incentivos de renta o las políticas de conciliación no parecen aumentar considerablemente la natalidad. Ambas son necesarias, pero no suficientes. La natalidad sigue disminuyendo.

El mundo actual se caracteriza por su complejidad – demasiadas decisiones que tomar y por las que navegar – y por la abundancia – abundancia de ocio, tecnología y bienestar. Muchos ciudadanos viven vidas de calidad sin hijos: son libres para viajar, gastar y disfrutar. En este asunto, como en casi todo, tener los medios no es tan importante como tener buenas razones.

«La importancia de las carreras profesionales y nuevas metas vitales han restado valor a la familia»

¿Hay buenas razones para tener hijos? Quizá una de las causas de nuestra crisis de natalidad sea la ausencia de una cosmovisión, de una narrativa justificativa que vaya más allá de las pensiones. Cambiar el relato sobre paternidad, maternidad y el valor (social) de los hijos es esencial.

Si insistimos en las causas económicas es porque las soluciones parecen sencillas. Nos permite el confort de imaginar que, si se destinaran más recursos, el problema se solventaría. Pero, ante una crisis de sentido, no podemos sólo delegar la responsabilidad al poder público. Para solucionar la crisis de la natalidad, además de implementar políticas públicas que abaraten la crianza y faciliten la conciliación, deberíamos pensar en cómo explicarnos a nosotros mismos que tener hijos tiene sentido.