Con el tumbao que tienen los guapos al caminar
La escapada fingida, así como como el retorno –incluidos los cinco días de ardua y elevada complejidad reflexiva- escenificado de Pedro Sánchez son una invitación a valorar el sexenio sanchista
La teleserie de Pedro Sánchez invita a reflexionar sobre la naturaleza del personaje. También, sobre el PSOE –un partido que propiamente hablando ya no existe- bajo su ordeno y mando que cuenta con el apoyo inquebrantable de corifeos y estómagos agradecido de índole diversa. El personaje: narcisismo, sectarismo, cinismo, populismo, victimismo, cesarismo y la tentación filocomunista a la venezolana. Y la manipulación sentimental. El PSOE: la nada.
La escapada fingida, así como el retorno –incluidos los cinco días de ardua y elevada complejidad reflexiva- escenificado de Pedro Sánchez son una invitación a valorar el sexenio sanchista y el postsanchismo que ya nos amenaza a la vuelta de la esquina, con el tumbao que tienen los guapos al caminar.
No hay que fiarse de Pedro Sánchez
Porque, nunca sabes en qué bolsillo lleva la sorpresa; porque, no genera ninguna confianza: no suele concluir el trabajo –resulta habitual el olvido de promesas y proyectos: la construcción de vivienda social, como ejemplo- y nunca asume la responsabilidad. Pedro Sánchez, el hombre de las mil caras, elabora nuevos planes o proyectos que contradicen –la ley de amnistía, por ejemplo- la legalidad constitucional. Y –aproximadamente- cada tres palabras, cuatro mentiras.
Como si de una cruzada se tratara, Pedro Sánchez, el superhéroe, se propone cuadrar a la oposición, a la prensa crítica y a la Justicia independiente
Porque, sólo manifiesta interés en lo suyo: planes y proyectos –a veces, con un calendario frenético de ejecución: la impunidad nacionalista a cambio del poder- que marginan/transgreden las formas democráticas con el único objetivo de asaltar o consolidar el poder. A lo que hay que sumar la negativa a dialogar con la oposición. Yo y sólo Yo. El Supremo.
Porque, se asocia con malas compañías: en lugar de buscar compañeros democráticos de viaje elige a unos colaboradores poco recomendables –Bildu, ERC o Junts- con el objetivo de afirmar y reafirmar su posición particular de liderazgo, aunque sus cómplices persigan objetivos distintos a los propios de la Nación y el Estado.
Porque, fomenta el conflicto: sus planes y proyectos rehúyen, por sistema, la resolución de conflictos. Lo contrario es cierto si tenemos en cuenta que tiene la mala costumbre de lanzar improperios contra la oposición al tiempo que levanta un Muro entre los buenos socialistas y progresistas y los malos liberales de derecha a los cuales denigra por sistema con provocaciones burdas y silencios elaborados.
Porque, lo sabe todo y nadie -de los suyos, por supuesto- se lo discute: de ahí, el monolitismo ideológico y ese temor a intoxicarse con ideas ajenas a su pensamiento. De ahí, esa pretendida y alabada resiliencia. Aunque, después de sus cambios de color y de piel, de sus idas y venidas, habría que preguntarse cuál es su pensamiento. Y si lo que llama resiliencia no es más que oportunismo de bajo vuelo.
Sigan sin fiarse de Pedro Sánchez
Porque, la teleserie de Pedro Sánchez –no llores por mí, España, porque yo me quedo: con más fuerza aún si cabe- nos conduce a un sanchismo que se propone regenerar y limpiar la política. Como si de una cruzada se tratara, Pedro Sánchez, el superhéroe, se propone cuadrar a la oposición, a la prensa crítica y a la Justicia independiente.
El sanchismo está diseñando un Régimen en toda regla con sus leyes orgánicas, su prensa, sus censores, sus aduladores y sus suplicantes
Un proyecto de restricción de la democracia y de la libertad de expresión que se acompasa con la colonización –fuera las minucias judiciales que dificultan las políticas progresistas del Régimen que tanto bien ha hecho a España y a los españoles- de las instituciones. En síntesis: la prensa y la Justicia como apéndices o peones gubernamentales.
Porque, el sanchismo está diseñando un Régimen en toda regla con sus leyes orgánicas, su prensa, sus censores, sus aduladores, sus suplicantes y –resumen y compendio de todo ello- su Brigada Política Ideológica integrada por intelectuales y periodistas. Una cacería –la expulsión de los elementos que perturban el correcto funcionamiento del Régimen- contra toda disidencia. “¡No pasarán!”, vocea un parlamentario socialista con cargo en el Congreso.
Porque, el sanchismo busca la inmunidad e impunidad. Para eso está –entre otros recursos- el decreto ley, la Fiscalía General del Estado, el previsible asalto al Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional. A lo que hay que añadir la fiel infantería sanchista que, del generalato ministerial a la tropa militante, del simpatizante al club de fans, está siempre dispuesta a defender al caudillo progresista, al galán de la teleserie.
Que ya no quiero nada que no sea contigo
La democracia es Pedro Sánchez y hay que salvar a una y al otro. Pedro Sánchez, el santo, contra el movimiento reaccionario mundial. “Pedro, no te vayas”, “Pedro, quédate”, “Te necesitamos”, “No puedes rendirte”, “Begoña, compañera, estamos contigo”, “Que ganen los buenos”.
Nadie se da cuenta de que el reaccionario es Él. Del Libro Rojo de Mao a La carta a la ciudadanía de Pedro Sánchez. De la plaza de Oriente a la calle Ferraz. De Juan Domingo Perón a Pedro Sánchez. De caudillo a caudillo. De autócrata a autócrata. El rearme progresista, aseguran.
Un populismo plebiscitario -emociones, pasiones, experiencias y promesas de un futuro feliz en la España feliz sanchista- que garantiza –además de la letra y música de La Internacional con puño o sin puño en alto- el abrazo y la fotografía con los ministros y las ministras del Régimen. Así formatea el sanchismo, a placer, según convenga, la consciencia y el pensamiento de sus fieles seguidores. El esperpento está servido. Menos películas.
Cómo descubrir el autoritarismo sanchista y qué hacer con el mismo
Pues, leyendo. Me refiero al ensayo Cómo mueren las democracias de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt (2018). Nuestros profesores –inspirándose en el politólogo Juan Linz– advierten cuatro señales que nos ayudan a identificar a una persona autoritaria cuando la tenemos delante.
A saber: 1) rechaza, ya sea de palabra o mediante acciones, las reglas democráticas del juego, 2) niega la legitimidad de sus oponentes, 3) tolera o alienta la violencia o 4) indica su voluntad de restringir las libertades civiles de sus opositores, incluidos los medios de comunicación. A ver, ¿les suena?
Steven Levitsky y Daniel Ziblatt advierten que “un político que cumpla siquiera uno de estos criterios es causa de preocupación”. ¿Qué hacer? Los autores responden: “Mantener a los políticos autoritarios al margen del poder es más fácil de decir que de hacer».
Al fin y al cabo, se supone que en las democracias no se ilegalizan partidos ni se prohíbe a candidatos postularse a las elecciones (y nosotros no abogamos por tales medidas). La responsabilidad de cribar a las personas autoritarias y dejarlas fuera recae más bien en los partidos políticos y en sus líderes: los guardianes de la democracia”.
Visto lo visto, sospecho que, en la España convulsa y polarizada de nuestros días, son más necesarios que nunca los “guardianes de la democracia”. Son indispensables la prensa crítica y la Justicia independiente. Hay mucho en juego.