Nos toca rearmarnos, pero de paciencia
Se pelean, se insultan y se bloquean mutuamente, pero cuando hay que votar para mantenerse en el poder, todos encuentran un punto de acuerdo.
Pedro Sánchez se ha visto obligado a reconocer públicamente lo que la mayor parte de los españoles descubrimos hace tiempo: que llegó al poder y se mantiene en él gracias a llamar a las cosas no por su nombre, sino por otro distinto. Unas veces se ha conformado con recurrir a eufemismos, pero en otras ha falseado la realidad de tal manera que todo parecido con la verdad ha sido pura coincidencia. Lo acabamos de ver en Bruselas, donde ha tratado de hacernos ver que los planes europeos de rearme e inversión en Defensa no son tales, Yolanda, sino un “impulso a la soberanía estratégica”.
Es decir, comprar armas pero sin llamarlo rearme, sino algo mucho más etéreo y sofisticado. Casi suena a plan de sostenibilidad. Y en ese juego de palabras, Sánchez pretende convencer a sus socios de que el dinero que va a la industria militar es una especie de «Next Generation» para desarrollar proyectos inofensivos, verdes, progresistas, transversales e igualitarios. Porque el problema semántico se reduce a que los socios de la izquierda radical que le mantienen en la Moncloa se ponen de los nervios cuando oyen que hay que rearmarse. Tan es así que piden no solo que España salga de la OTAN, sino que la organización atlantista se disuelva. Solo les ha faltado pedir a sus ejércitos que entreguen las armas, se rindan y se vuelvan a sus casas.
La comuna en que se ha convertido el Gobierno es una olla a presión donde cada ingrediente tiene su propio punto de ebullición. Por un lado, tenemos a Sumar y Podemos, que piden el final de los ejércitos, como si el contexto internacional no importara. Y por otro, un PSOE que, aunque intenta mantener las formas, tiene que cuadrar el círculo: apoyar la OTAN y la industria de Defensa sin perder el favor de quienes piensan que los militares son una reminiscencia del franquismo.
La crisis de Gobierno no acaba ahí. Si miramos al panorama general, vemos un Parlamento ingobernable, donde las hostilidades se extienden entre los propios socios de Sánchez. ERC contra Junts, a la que llama derecha gorrona. Junts contra ERC, a los que ya no ven tan progresistas. El PSOE contra Sumar. Sumar contra Podemos. Y todos juntos contra la realidad de no poder aprobar unos Presupuestos Generales del Estado.
La aritmética parlamentaria es demoledora. Pedro Sánchez ya ha perdido varias votaciones fundamentales y la legislatura avanza sonámbula, como un “Frankenstein” que se tambalea, pero nadie parece tener prisa por poner fin al engendro. Al fin y al cabo, la poltrona es cómoda y en política todo es negociable, incluso la ingobernabilidad. Se pelean, se insultan y se bloquean mutuamente, pero cuando hay que votar para mantenerse en el poder, todos encuentran un punto de acuerdo.
Y ese punto de acuerdo no es otro que llamar a las cosas por otro nombre diferente cuando la dura realidad así lo exige: por ejemplo, lo que hizo la vicepresidenta María Jesús Montero refiriéndose a Bildu como una formación democrática. Eso une, y de qué manera. O cuando Puigdemont pasa de ser un delincuente a ser quien decide la política migratoria en España. Todo por la convivencia. Xenófobos y machistas son los otros, oiga, los de Ayuso y Mazón, y si repreguntas, los de Mazón y Ayuso.
¿Corrupción? Vinieron para terminar con ella. Ábalos se lo tomó tan en serio en aquella moción de censura que decidió asumir la dura tarea de quedarse con la corrupción en su totalidad, para que nadie más tuviera tentaciones ni opciones. Se ha entregado por nosotros. Bueno, lo entregó Sánchez, pero ya me entienden.
«Se pelean, se insultan y se bloquean mutuamente, pero cuando hay que votar para mantenerse en el poder, todos encuentran un punto de acuerdo»
El presidente, en su huida hacia adelante, sigue negando la posibilidad de elecciones anticipadas. Sabe que Yolanda Díaz y su “troupe” son mucho de “OTAN no, bases fuera”, que en su caso viene a ser lo mismo que decir “elecciones no, que me quedo fuera”. Cuando la izquierda más extrema lanza sus viejas consignas desde el seno del Gobierno, resulta entre tierno y patético. Querer cambiar las cosas pero sin cambiarlas, que unas elecciones ahora les vienen fatal a Yolanda y los suyos.
Dicen que son un gobierno “progresista”, el de la gente. Que hacen esfuerzos de consenso para impedir que gobierne la “ultraderecha” y acabe con las libertades. Demasiadas palabras y explicaciones para ocultar la razón que verdaderamente une a los políticos en estas circunstancias: el poder. Todos sabemos que es así, como sabemos lo que significa rearme.