Talgo y Orbán: amistades peligrosas
El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, es el caballo de Troya del Kremlin en Europa.
Para quienes sólo hayan oído hablar de él, lo primero que hay que decir de Viktor Orbán es que es un iluminado, en el sentido más preocupante de la palabra.
Seguramente no se manche directamente las manos con actuaciones turbias, sino que delega todo lo irreconocible en su guardia pretoriana, compuesta principalmente por amigos personales convertidos en oligarcas.
Es el mismo modelo de Vladimir Putin. Obsesionado con la posible pérdida del poder, el líder se rodea de aquellos cuyo único mérito real es una lealtada absoluta, perruna. Ellos constituirán su círculo más directo, las primeras capas de la cebolla.
Para premiarles y para que ocupen posiciones que, de otra manera, tomarían otros, se les da todo tipo de concesiones públicas o se privatiza las empresas sin ofertas justas y neutrales, sino directamente a su favor. A cambio, los nuevos oligarcas, ricos de la noche a la mañana, actuarán al dictado del gran hombre y pasarán por caja para sostener entre todos un inmenso “fondo de reptiles”.
El ruso, según cálculos del inversor Bill Browder, defenestrado por Putin, estaría en más de doscientos mil millones de dólares. ¿El húngaro? Es difícil saberlo pero algunas cosas se conocen.
Hungría intenta ocupar posiciones en la gran empresa de otros países europeos, más con intenciones geopolíticas que puramente empresariales
Prueba número uno, la declaraciones archiconocidas de Lorinc Mezsaros, el hombre más rico de Hungría, que varias veces ha agradecido públicamente a Orbán por su riqueza, con campechano desparpajo.
Prueba número dos, el aporte húngaro al entramado ideológico nacional-populista, no ya en Hungría sino a escala mundial.
Estaríamos hablando de una cantidad, sólo para la ultraderecha, equivalente a todo lo que Alemania aporta cada año para todas las fundaciones vinculadas a los distintos partidos, en proporción a su representación en el Bundestag. Pero con la diferencia de que el PIB alemán es veintitrés veces el húngaro, y la población germana es más de ocho veces la magiar.
Diversas fuentes periodísticas y varios libros han vinculado, al menos indiciariamente, la operativa húngara de promoción del nacional populismo con entidades españolas de la órbita de VOX, así como con el movimiento trumpista estadounidense.
Santiago Abascal y Viktor Orbán, en 2021. VOX
A la vez, Orbán no es sino el gran caballo de Troya del Kremlin en Europa. No es sensato ignorar la coordinación de acciones, en un momento geopolítico en que a Putin le interesa sobremanera el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, sobre todo tras fracasar su segundo intento de colocar a Marine Le Pen en el Elíseo.
La nueva derecha radicalizada es profundamente “iliberal”. Fue el propio Orbán quien en 2014 acuñó el término “iliberalismo” para referirse a su modelo de pseudodemocracia opresiva, con imposición de los valores culturales y morales supuestamente propios de la mayoría, en detrimento de la libertad de minorías e individuos.
La acción política exterior se canaliza a través de entidades como el Danube Institute o el conglomerado universitario Matthias Corvinus, inmensamente financiado por el régimen de Orbán.
Al mismo tiempo, Hungría intenta ocupar posiciones en la gran empresa de otros países europeos, más con intenciones geopolíticas que puramente empresariales. Y al hacerlo, no nos encontramos con empresarios independientes ajenos al poder político, enfrentados tal vez con este (como lo están hoy, por ejemplo, algunas de las grandes multinacionales españolas).
Lo que vemos en Hungría es, por el contrario, correas de transmisión del Estado férreamente controlado por Viktor Orbán. No olvidemos que su partido, Fidesz, acapara, no ya la mayoría absoluta del parlamento, sino incluso la mayoría cualificada que le permite hacer literalmente lo que quiera y hasta cambiar a su gusto la constitución.
Esa mayoría se corresponde con un panorama de medios de comunicación ajeno al pluralismo propio de una democracia, y con una sociedad ampliamente dependiente de las subvenciones para todo, las cuales pagan los contribuyentes de la Europa rica. Con el dinero del europeo medio, Orbán reprime los derechos y libertades que ese europeo medio considera hoy esenciales, y apoya al zar que nos amenaza a todos.
Es evidente que la situación ya es insostenible: Hungría tiene que amoldarse al club o salir del club, pero no puede seguir toreando al club. Las inversiones que llegan desde Hungría deben observarse con mucho cuidado, porque su intención última puede ser adquirir palancas de influencia sobre otros países.
Talgo Avril. TALGO
Parafraseando a Shakespeare, “algo huele a podrido en Hungría” cuando resulta que la OPA analizada sobre Talgo está realizada por un conglomerado en el que participa con un 45% el fondo público Corvinus. No hace falta ser un genio para ver una operación mucho más política que empresarial.
Curiosamente, el partido que siempre pone el grito en el cielo por la “soberanía” económica, agraria o energética de nuestro país, guarda un mutismo más que sospechoso cuando los que compran una gran empresa española, de indudable tradición y con una marca reconocida, son sus socios húngaros.
El libre comercio es una de las bases fundamentales del liberalismo económico, y su resultado es la globalización que, como dice Johan Norberg en su recién publicado ‘Manifiesto capitalista’, es lo que al final salvará al mundo en este incierto panorama de tensión entre lo liberal y lo iliberal. Pero no vale hacer trampas.
El libre comercio es entre empresas libres, es decir, privadas. Y privadas no sólo por su composición accionarial, sino también por su acción ajena a toda indicación o agenda estatal. Hará bien el Gobierno en revisar con cuidado esta extraña operación.