Sanchismo, proceso y emancipación

Si la verdad nos hace libres, ¿en qué nos convierte el sanchismo? La mentira reina en el discurso de todo procesismo

Hace ya más de tres años publiqué El proceso español (editorial Deusto) en el que relataba cómo la política española volvía a tropezar con las mismas piedras del procés separatista catalán. Pedro Sánchez era el nuevo Artur Mas. Ambos políticos poseían un alto nivel de narcisismo, una notoria mediocridad intelectual y un nulo apego a la ética de la responsabilidad. Ambos políticos habían iniciado un camino sin retorno caracterizado por el sacrificio de la verdad, el desprestigio de las instituciones y la división social inducida desde el poder político. Ya sabemos cómo acabó el procés: con el triunfo del Estado de derecho, sí, pero también con el enquistamiento de la discordia social y el deterioro económico. Sin embargo, aún no sabemos cómo acabará el proceso español o sanchista. En todo caso, no pinta nada bien para la democracia y la ciudadanía.

Si la verdad nos hace libres, ¿en qué nos convierte el sanchismo? La mentira reina en el discurso de todo procesismo. Mil ejemplos podríamos ofrecer… cada semana. No obstante, me quedo hoy con la manipulación del lenguaje ante la presunta perpetración de delitos. Recordarán que, tras aquel referéndum ilegal que pretendía hurtarnos los derechos políticos a todos los españoles, los separatistas repetían mantras como “votar no es delito”, “poner urnas no es delito” o “la democracia no es delito”. Los delitos, en realidad, eran la malversación, la desobediencia y la sedición, como pronto comprobarían.

Hoy el PSOE repite la misma falacia a la hora de justificar a Álvaro García Ortiz, el fiscal general de confianza de Sánchez y familia. “Desmentir bulos no es delito”, repiten las cotorras sincronizadas. Pero, ¡ah!, la revelación de secretos sí lo es. Para los influencers y los followers de ambos procesos nada de lo que hicieran o hagan sus líderes es delito. Y es que estas dinámicas psicológicas van más allá de la posverdad. Reconocen las mentiras perfectamente, las aplauden y las difunden. Lo de los tertulianos y polítólogos del sanchismo ya lo hemos visto antes. Personas leídas y viajadas celebraban los engaños nacionalistas como astucias del astut Mas o “jugadas maestras” puigdemónicas. Hoy defienden “el juego sucio” para vencer “a los malos”.

Así mueren las democracias

Ante un electorado domado y acrítico, los líderes procesistas se sienten tan impunes que se ven incentivados a anteponer la propaganda a la gestión. Los suyos no les exigirán ninguna rendición de cuentas por los despilfarros y las corruptelas. Así mueren las democracias. Así, la calidad de las políticas públicas cae en picado. La sanidad y la educación catalanas se hunden. Y las empresas siguen yéndose. Lo mismo ocurre en el proceso español. Escribo este artículo desde una colapsada estación de Atocha y pienso en las razones de Sánchez para haber nombrado ministros de Transporte a personajes como José Luis Ábalos o Óscar Puente. ¿El conocimiento para gestionar o la capacidad para insultar?

El sanchismo, con todo, no es solo retórica de la mentira y el odio. Es también un proyecto político de mutación constitucional. Su principal objetivo es evitar la alternancia en el poder. Y este fin le justifica cualquier medio, desde ese sacrificio de la verdad a esta perversión absoluta de las instituciones. Estamos hablando de un populismo de manual, es decir, de la demagogia al servicio de la concentración del poder en el ejecutivo. Desprecian a los jueces y gobiernan “sin el concurso del poder legislativo”. Intentan controlar a los periodistas y amenazan a la oposición. Al fiscal general solo le faltaba acariciar un gato mientras presumía en TVE de saber demasiado.

¿En qué nos convierte el sanchismo? Exacto. En súbditos.

Esta transición antidemocrática solo es posible por el sectarismo de unos pocos y la indiferencia de los muchos. La arbitrariedad del poder aumenta con la debilidad de las virtudes cívicas en la sociedad. Sin responsabilidad, no hay libertad. Recupero la pregunta inicial: si la verdad nos hace libres, ¿en qué nos convierte el sanchismo? Exacto. En súbditos. En masa maleable y obediente. En simples transeúntes en un país decadente.

La mentira debería volver a escandalizarnos. La verdad existe y debe ser defendida. La realidad importa. Maurizio Ferraris escribió que la imbecilidad, la “indiferencia a los valores cognitivos”, es cosa seria. Según el filósofo italiano, “el descubrimiento de que el Líder Máximo es un imbécil puede tener mayor efecto emancipador que una revolución”. Llámenle Líder Máximo, Gran Jefe, Puto Amo o Número Uno, pero emancipémonos de sus mentiras. Quitémosle la razón a Ferraris cuando escribe que “la imbecilidad garantiza una segura base demográfica”. La verdad no será suficiente, pero es necesaria, para ser libres.