Salvador Illa es un nombre indiferente
Al apartar a Miquel Iceta a favor de Salvador Illa, Pedro Sánchez calcula que de este modo, poniendo al frente de su candidatura en Cataluña a un nombre nuevo y de sobras conocido, aumentan sus posibilidades de pasar de un buen a un excelente resultado en Barcelona.
De paso, al situar una cara nueva en Sanidad, dejará atrás el posible desgaste ocasionado por una gestión de la pandemia de la que el gobierno saca pecho a pesar de que las de España son una de las peores cifras del mundo.
El cálculo es erróneo en cuanto a la capacidad de arrastre electoral de Illa pero posiblemente acertado en lo tocante a cambiar el titular del ministerio que ha estado en el ojo del huracán a lo largo del 2020.
Illa es un político frío, sin gancho, sin perfil propio ni capacidad retórica más allá de la repetición de frases y conceptos de manual, o sea manidos. En todas sus apariciones da la imagen de pasmarote parlante. El mejor elogio que le han hecho es el de mantener la calma en medio del temporal, pero mucho es de temer que su frialdad sea abisal, o sea incorregible. Idéntica imperturbabilidad en cualquier situación.
Ello no significa que no sepa por dónde anda, cuál es su papel y cuáles sus bazas. Tanto para sus jefes como para sus subordinados es fiable y predecible, incluso amable si la amabilidad puede ir acompañada de una mueca en sustitución de la sonrisa que luce el común de los mortales.
Es capaz pues de cumplir cualquier misión, a condición de que las cartas de navegar puestas a su disposición estén bien elaboradas. La improvisación, la intuición, los golpes de timón, la rapidez en hacerse cargo de una situación no son lo suyo.
Salvador Illa es un político quieto, mientras Miquel Iceta es un político inquieto
Todo ello es indiferente de cara a las urnas del 14-F. Los votos que vayan al PSC no van a depender del candidato sino de dos factores que le son ajenos. El primero, que el PSOE manda en Madrid y eso siempre obtiene premio en una parte significativa del electorado catalán.
El segundo, que a medida que avanzaba el procés pero aún más tras la culminación y el fracaso de otoño del 2017, los socialistas catalanes abandonaron la ambigüedad que provocó la migración de votos hacia Ciudadanos.
Una vez situados de pleno en el mismo bando que Cs y PP, o sea la oposición sin complejos al independentismo, es natural que buena parte de sus votantes de siempre vuelvan al redil, si bien unos cuantos, o sea no pocos, culminarán su trayectoria pasando del PSC al PP o incluso a Vox a través del puente de Ciudadanos.
El nombre del candidato es por lo tanto irrelevante en cuanto al número de diputados, si las dos razones del previsible y previsto incremento de voto socialista en Cataluña resultan acertadas. No lo es tanto, en cambio, a lo largo de la legislatura.
Salvador Illa es un político quieto, mientras Miquel Iceta es un político inquieto. Con Iceta, el PSC puede estar tentado de tener iniciativas, con Illa al mando, se cumplirán las indicaciones y punto en boca. Tal vez ahí radique el meollo de la decisión de Pedro Sánchez. Sabe el jefe que Illa cumplirá sin brillar, mientras que Iceta es capaz de incumplir con tal de brillar.
Abramos el abanico. Del mismo modo que el candidato es indiferente en el caso del PSC, también lo es en los demás partidos. Todos menos uno, a saber JxCat.
En cuanto a los populares, la mejoría de sus paupérrimos resultados se deberá al hundimiento de Ciudadanos, si bien se repartirán la cosecha con Vox. Por lo que tanto el nombre de Alejandro Fernández o el de la recién fichada Lorena Roldán no van a añadir ni a quitar un solo voto.
Lo mismo reza tanto para los partidos del otro extremo del arco, los Comunes y la CUP. Las papeletas que recauden son el resultado de sus posiciones, no de los nombres que encabecen o rellenen sus listas. No es que sus respectivos votantes crean que van a cambiar algo sino que, unos y otros, dan testimonio de su adscripción y cercanía a postulados más o menos radicales pero poco operativos en el Parlament.
JxCat no tiene otro proyecto que ocupar de nuevo la presidencia de la Generalitat
Finalicemos con ERC y JxCat. Ahí va estar, entre los dos partidos que ocupan la pole, la gran batalla de febrero. No hay duda de que el candidato de Esquerra, Pere Aragonès, cumplirá su competido sin fallos, con la misma pulcritud cansina y opaca que Illa. Con luz de prestado, cual satélites nocturnos.
No así los cabezas de lista Carles Puigdemont y Laura Borràs. JxCat no tiene otro proyecto que ocupar de nuevo la presidencia de la Generalitat, sin embargo cuentan con una baza de la que los demás carecen: la oratoria, la retórica, el sentimentalismo, la épica, la obstinación en no dar per perdido lo que evidentemente lo está.
Los sondeos pronostican que andan pisando los talones a ERC. Ya veremos si se quedan por detrás, en cuyo caso la Generalitat volverá a ser una administración autonómica, o si consiguen la victoria y sigue siendo un símbolo errante.