Rosas y capullos
Que haya gente que denigre la memoria de las Trece Rosas debería servir para condenar a los negacionistas del franquismo
El 22 de febrero de 1943, Sophia Magdalena Scholl, de 21 años, fue guillotinada por las autoridades nazis. Sophia había sido miembro de un grupo de resistencia anti-fascista llamado la ‘Rosa Blanca’.
Apenas cinco años antes, un grupo de 13 jóvenes mujeres, también pertenecientes a un grupo de resistencia, fueron ajusticiadas por las autoridades franquistas el 5 de agosto de 1939, poco después de haber derrotado al legítimo gobierno republicano con la ayuda de la Alemania nazi y la Italia fascista. Estas mujeres son recordadas como las Trece Rosas.
Cada 5 de agosto sale en España algún revisionista a relativizar la inocencia de las Trece Rosas
Hasta aquí, las similitudes. Ahora, las diferencias. En Alemania, Sophia es un símbolo incuestionable de coraje moral y lucha por la libertad, cuya memoria nadie osaría deshonrar.
En España, cada agosto, saca la cabeza de su guarida algún que otro revisionista, que no sólo relativiza la inocencia de las Trece Rosas, sino que aprovecha para situar en el mismo plano moral a los que defendieron la república y a quienes la destruyeron, las víctimas y sus verdugos.
Hay quienes se atreven a comparar el gobierno de Pedro Sánchez con un frente popular
Alguien llega incluso al nivel de histrionismo necesario para tildar al nuevo gobierno de Pedro Sánchez de frente popular, y correlacionar la reciente huelga del taxi con las revueltas obreras que preludiaron el alzamiento franquista.
La decisión del gobierno de Sánchez de vaciar de contenido la meca del franquismo ha producido un efecto similar al que tiene la caza del zorro con reclamo como control de depredadores.
Desde el anuncio del traslado de la momia del valle han salido a la superficie todo tipo de apologetas del nacionalcatolicismo a los que une combatir la memoria histórica con un cóctel de memoria selectiva y sofistería, y que auguran día sí, día también, una maldición comparable a la de Tutankamón si el Gobierno osa levantar la lápida que cubre el ataúd de Franco.
Esta desvergüenza revisionista revela que aún hay demasiada gente en nuestro país, algunos incluso con cargos públicos, que son incapaces de admitir libremente que el franquismo, desde su inicio hasta su final, fue una aberración moral que cae en la misma categoría del nazismo y del fascismo, y cuya veneración no tiene lugar entre demócratas.
Y esto, más allá de ser un problema ético, y ocasionalmente estético, representa un riesgo real para la democracia, que nos exige militancia aunque no la prescriba nuestra constitución.
El discurso de la violencia
Cuando no solo se disculpa un alzamiento que organizó la represión institucional durante 40 años, aduciendo que los rebeldes actuaron en legítima defensa, sino que además se trazan paralelismos entre 1936 y 2018, y se recurre a la hipérbole para convencernos de que estamos en una situación prerrevolucionaria, anárquica, de sumisión al separatismo y con violencia creciente, se está usando la misma narrativa que creó el clima que desembocó en el 23-F, que legitima la violencia contra la democracia.
No es de esperar que los admiradores de quienes jaleaban “muera la inteligencia” en 1936 entiendan que determinadas acciones, como la oposición frontal de la familia del dictador a la decisión del Congreso de los Diputados de exhumar los restos del dictador Francisco Franco del Valle de los Caídos.
Pedro Sánchez debe respetar el mandato recibido en el parlamento
El manifiesto de 181 militares en la reserva en la misma línea pone a Sánchez en la misma tesitura en la que se vio Truman ante MacArthur, haciendo ahora inevitable que el Gobierno imponga el mandato recibido del parlamento.
Cuando esto ocurra con toda normalidad, los nostálgicos sabrán que nuestra democracia ha cruzado el Rubicón.
Relativizar las masacres de la carretera Málaga–Almería, Badajoz, Sevilla y Guernica, y denigrar la memoria de las Trece Rosas cada 5 de agosto, no es solo una insultante exhibición de mal gusto, es también, y sobre todo, un toque de atención para que permanezcamos vigilantes frente a unos negacionistas a los que la democracia, que nos dimos hace ya 40 años, y a pesar de ellos, se la trae al pairo.