Romper el silencio

“Los socialistas sin cargo, [...] como ciudadanos en democracia, deberían hacerse responsables, dejar de aplaudir la mentira, romper el silencio y abrazar una verdad que, ahora más que nunca, les haría libres”

El escritor Javier Cercas escribió en El País que no habría amnistía porque el PSOE entendería que “es más importante el futuro de la democracia que el presente del poder”. Muchos fueron los socialistas que también creyeron que la cúpula de su partido no caería en ese profundo pozo de inmoralidad. Se equivocaron. O, peor aún, deseaban ser engañados por el político más cínico que jamás hayamos conocido. Pedro Sánchez siempre ha demostrado ser más narcisista que patriota, y más ambicioso que demócrata. Sus promesas siempre son falsas. Sus escasas verdades son rápidamente rectificadas. 

Ya no cabe duda sobre la deshonestidad del personaje, pero tampoco sobre la cobardía de quienes le rodean. Los socialistas saben que la transición antidemocrática del sanchismo contiene también el germen de la autodestrucción de su partido. Lo saben, pero callan. En el PSOE se está reproduciendo aquella espiral del silencio que muchos convergentes sufrieron cuando Artur Mas se subió a lomos del tigre nacionalpopulista. El miedo se suma a la irresponsabilidad. El discurso público se contradice con la confesión privada. La deriva sanchista no habría sido posible sin la complicidad de tantos y tantos silencios.  

Los diputados, barones y otros líderes socialistas son cooperadores necesarios del asesinato de nuestra democracia. Salvador Illa aplaude el regreso bajo palio de Carles Puigdemont. Josep Borrell sufrió una leve y efímera preocupación. La inacción de Emiliano García-Page ha demostrado que su discrepancia sólo podía ser falsa o pactada. Todos ellos están blanqueando a Pedro Sánchez. Todos ellos son responsables de lo que nos espera a los españoles. La amnistía a corruptos y violentos sólo es el principio. Las humillaciones al constitucionalismo y los golpes a la democracia desde el poder político serán la constante de esta legislatura.  

Todos ellos son responsables de lo que nos espera a los españoles

Los socialistas silenciosos están avalando la privatización de la Justicia española bajo la bolivariana coartada del lawfare. Están avalando el final de la igualdad de los españoles ante la ley. Los mismos delitos tendrán castigos (o premios) diferentes dependiendo de la ideología del criminal. Están avalando el triunfo de la casta más reaccionaria e insolidaria, la que pisotea sin compasión los derechos de las familias catalanas más humildes. Están avalando la liquidación de la solidaridad abriéndose a la cesión de todos los impuestos. 

En el debate de investidura hemos podido comprobar que Sánchez busca la discordia con contumacia. Busca la petrificación de las dos Españas. Teme una calle movilizada cívicamente en contra de sus cesiones al separatismo, pero adora el conflicto que tape sus miserias y le evite la rendición de cuentas. Azuza el enfrentamiento entre los españoles, porque así sus feligreses no le preguntarán por la deuda y el déficit, por el desempleo y el fracaso escolar, por la sostenibilidad de las pensiones o por esa renta per cápita que cada día se aleja más de la Europa que funciona. 

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, ha sido reelegido como presidente del Gobierno `por mayoría absoluta. EFE/Javier Lizon

En un alarde de desvergüenza, Sánchez citó a Albert Camus. Y a uno le viene a la cabeza la maravillosa recopilación de conferencias y discursos del gran moralista del siglo XX que la editorial Debate acaba de publicar. ¿El título? El derecho a no mentir. Sánchez es un mentiroso compulsivo, y es humanamente comprensible que los cargos socialistas con sueldo público tragaran con todo por su pánico a las urnas. Pero los socialistas sin cargo deberían entender que tienen derecho a no mentir. De hecho, como ciudadanos en democracia, deberían hacerse responsables, dejar de aplaudir la mentira, romper el silencio y abrazar una verdad que, ahora más que nunca, les haría libres.  

El proceso español ha reventado los ejes ideológicos clásicos. La amenaza sanchista debe llevarnos a superar momentáneamente las diferencias entre derecha e izquierda, porque esto va de democracia. Va de proteger la mejor herencia que ninguna generación de españoles ha recibido nunca de sus padres. No tenemos derecho a dejar a nuestros hijos un país peor. No tenemos derecho a dilapidar el legado de la Transición: una Constitución que nos regaló el mayor periodo de paz y prosperidad de la Historia de nuestro país, una Constitución que nos permitió superar, con Justicia y sin venganza, todo tipo de crisis, terrorismos e intentonas golpistas.