Razones para leer

Es una buena noticia. ¡Y no es fake! Debemos celebrarlo. Debemos animar a la lectura. No salvaremos vidas, pero las expandiremos. Hay un millón de razones para leer. Todas buenas

Una de cal y otra de arena. La comprensión lectora está en horas bajas en nuestras escuelas, especialmente en las catalanas. Así lo indican los informes PISA. Y a los gobiernos parece importarles poco. Las materias de Lengua y Literatura sobreviven al asedio de pedagogos, ideólogos y políticos. Lo denuncia la Real Academia de la Lengua Española. Son malos tiempos para la lírica… y también para el resto de los géneros literarios. Sin embargo, se anuncian datos para la esperanza. Esta semana, en la Nit de l’edició, el Gremi d’editors de Catalunya nos recordaba que, desmintiendo el tópico pesimista, cada año se lee más en España. El papel no desaparece. La venta de libros va bien, y el número de lectores aumenta. No llegamos al nivel de la vecina Francia, pero los índices de lectura entre los jóvenes auguran una vida longeva al libro. Gracias, sobre todo, a las chicas.

Es una buena noticia. ¡Y no es fake! Debemos celebrarlo. Debemos animar a la lectura. No salvaremos vidas, pero las expandiremos. Hay un millón de razones para leer. Todas buenas. Leer es mejor que no leer, esta es definitiva. A veces me viene a la mente un artículo del que olvidé autor, título y medio. Solo retuve el irónico argumento: si lees mucho, ligas más. En realidad, se refería a la consumación del ligue. Mucho mejor. Era una captatio excelente. La clave del flechazo no sería la adquisición de conocimientos secretos para afrontar el reto romántico, sino el atractivo de cierto declive físico. El éxito amoroso no residiría, pues, en una mayor cultura, sino en una peor vista. Si lees mucho, acabas miope, y miras a las otras personas con los ojos suavemente entrecerrados. Así, inconscientemente, forjas una mirada profunda, interesante, seductora. En fin, esa era la teoría de aquel artículo. En mi caso, soy miope y puede descartar rotundamente la efectividad del método. Busquemos, pues, la llamada de la lectura en otra parte.

Acudo a Mario Vargas Llosa y la incitación al placer de la lectura que es La verdad de las mentiras (Debolsillo, 2015). La lectura no nos hace más felices ni mejores personas, simplemente nos hace más personas. Que no es poco. La vida verdadera “nunca ha sido ni será bastante para colmar los deseos humanos”. Así, “la literatura extiende la vida humana, añadiéndole aquella dimensión que alimenta nuestra vida recóndita: aquella impalpable y fugaz pero preciosa que sólo vivimos de mentira”. La lectura nos permite construir una ciudadela interior de libertad indestructible. Por esta razón, autoritarismos y totalitarismos siempre han temido la fuerza de los libros, capaces de ampliar los horizontes de la imaginación y de corroer cualquier poder.

Leer suma experiencias. Un libro permite vivir el doble. Incluso las ficciones ayudan a entender el mundo real. Es la verdad de las mentiras a la que se refiere Vargas Llosa. En El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad vislumbró “la frágil corteza que separa la modernidad del salvajismo”. De La muerte en Venecia de Thomas Mann aprendió que el “ángel que habita en el hombre nunca consigue derrotar totalmente al demonio con el que comparte la condición humana”. De Manhattan Transfer de John Dos Passos, que la civilización industrial nos ha hecho más prósperos, pero “no ha exonerado a innumerables hombres del (…) corrosivo sentimiento de vacío, de frustración espiritual, de vida insuficiente, sin grandeza ni rumbo”. ¡Ah!, pero cuidado con las utopías, porque sabemos, por El mundo feliz de Aldous Huxley, que “la búsqueda absoluta en el dominio social conduce, tarde o temprano, al horror absoluto”. Eso fue el comunismo. Lo denunció Arthur Koestler en El cero y el infinito y Alexandr Solzhenitsin en Un día en la vida de Iván Denisovich. Desde la izquierda también denunciarán ese poder totalitario Albert Camus y George Orwell. De Heinrich Böll y sus Opiniones de un payaso, dedujo “que el mundo siempre estará mal hecho, que siempre deberá mejorar”. Y gracias al pescador de El viejo y el mar de Ernest Hemingway, entendió que la persona más sencilla puede alcanzar la grandeza moral enfrentándose a las pruebas de la vida con dignidad y valentía.

La lectura es una gran escuela, por eso no encuentro ningún beneficio en sacar la lectura de la escuela. El sabio Marc Fumaroli nos recuerda, en La educación de la libertad (editorial Arcadia, 2007), que la lectura de los clásicos no solo “embellece y ennoblece el espíritu de quienes la reciben, también ocurre que los ennoblece socialmente”. Así pues, la educación exigente es fundamental para la mejora de la sociedad. Es una escalera que permite subir moral y socialmente. De este modo, se nos hace evidente que progre es el antónimo perfecto de progreso. Nivelar es destruir. Es restar oportunidades a quienes ya nacen con pocas. La educación humanista no solo abre nuevos mundos, permite crecer en este mundo. Concluye Fumaroli: “Educere es conducir fuera de la ignorancia, fuera de la barbarie, fuera de la brutalidad, para iniciar en el juicio y las costumbres civilizadas, y, si es posible, a esa vida libre, inventiva y visionaria del espíritu para la que el estudio de las obras maestras clásicas ha sido el humus desde los orígenes de Europa”.