¿Qué pasa con Europa?
Los electores de los 27 países miembros elegirán a los 720 diputados del Parlamento Europeo, dotando a esta institución de una nueva composición que reflejará la correlación de fuerzas en el conjunto de la Unión
El próximo 9 de junio se celebran las elecciones al Parlamento Europeo, en uno de los momentos geopolíticos más tensos de las últimas décadas. Si bien nuestro debate público sigue centrado en las trifulcas verbales del gobierno español con el jefe del ejecutivo de un país latinoamericano y las acusaciones a la mujer del presidente, los electores cometerían un grave error si no levantan la mirada. Deberíamos prestar la atención debida a lo que está en juego en nuestro continente y a las consecuencias que puedan derivarse de los resultados electorales. La política española no puede minusvalorar cuestiones tan relevantes como las que se dilucidan en Europa.
Los electores de los 27 países miembros elegirán a los 720 diputados del Parlamento Europeo, dotando a esta institución de una nueva composición que reflejará la correlación de fuerzas en el conjunto de la Unión. Europa se enfrenta a retos enormes, empezando por su autonomía estratégica, energética e industrial y la nueva posible ampliación al este con una necesaria reforma de su funcionamiento, en un contexto internacional de alta tensión.
La Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD) sigue siendo en gran medida intergubernamental, y el procedimiento de codecisión no se aplica en este ámbito, por lo que la composición del Parlamento no influirá directamente en las formas de las iniciativas o instrumentos. Sin embargo, no debe subestimarse la importancia de las elecciones europeas para la defensa comunitaria.
En primer lugar, el Parlamento Europeo elige al presidente de la Comisión y aprueba a los comisarios, por lo que dispone de un importante poder de veto. La composición del Parlamento, y en particular la fuerza de los partidos euroescépticos y populistas, tendrá un impacto directo en el acceso a la toma de decisión europea. A pesar de las competencias relativamente limitadas de la Comisión, desempeña un papel importante en el desarrollo de nuevas políticas de defensa y en la formulación de estrategias siguiendo el mandato del Consejo Europeo. En un hipotético Parlamento Europeo con un peso mayor de los grupos euroescépticos (Conservadores y Reformistas Europeos e Identidad y Democracia), será más complicado conseguir que se voten propuestas presupuestarias ambiciosas, ya se trate de recursos para apoyar a Ucrania o de políticas destinadas a construir la base industrial y tecnológica de la defensa europea.
La importancia de pensar en la defensa europea de forma integrada, es decir, de alinear los objetivos y las capacidades industriales, ya se ha materializado en varias políticas adoptadas en Bruselas en estos dos últimos años, como la acción de apoyo a la producción de municiones (ASAP) o el reglamento destinado a reforzar la industria europea de defensa mediante la contratación conjunta (EDIRPA). Para 2024, la Comisión Europea tiene previsto ir más allá de estas medidas ad hoc y consolidar una estrategia para la industria europea de defensa.
En este sentido, será interesante evaluar qué fuerzas políticas, tanto en España como en el resto de Estados miembros, apuestan por la contratación multilateral de defensa y la coordinación de las capacidades militares en el marco de la Cooperación Estructurada Permanente (PESCO) y ampliación del Fondo Europeo de Defensa (EVF).
Otro proyecto importante es el de ampliar el mandato del Banco Europeo de Inversiones (BEI) para inversiones en defensa y el impulso de la inversión comunitaria en proyectos de investigación y desarrollo (I+D) en ciberseguridad o desarrollo tecnológico.
La UE es consciente de la importancia de mejorar la seguridad para su consumo energético, y la cadena de suministro de semiconductores o metales raros
Por otro lado, las elecciones estadounidenses representan, seguramente, el mayor desafío para la defensa europea en 2024. Estados Unidos es un socio vital para los europeos y un pilar fundamental para disuadir a Rusia. Por otro lado, las tendencias estructurales de la política exterior estadounidense –también bajo la administración Biden– indican que el apoyo de Estados Unidos a Ucrania y su compromiso con la seguridad europea representan más bien un paréntesis. Incluso en las capitales más atlantistas, como Berlín o en Europa del Este, los dirigentes son muy conscientes de que la política exterior estadounidense tiene los ojos en el Indo-Pacífico y en la competencia con China, no en Europa.
Los europeos se enfrentan al difícil equilibrio de mantener el compromiso de Estados Unidos con la seguridad europea y, al mismo tiempo, iniciar estrategias para mitigar los riesgos de un posible abandono americano en caso de una reelección de Donald Trump, reforzando las capacidades europeas en el ámbito operativo, estratégico e industrial.
Un potencial regreso de Donald Trump a la Casa Blanca tendría graves consecuencias para Ucrania, la OTAN y la seguridad europea, pero también para el futuro de la propia democracia liberal. Es probable que una segunda administración Trump sea más contundente e incluso menos consciente de las opiniones de los aliados al otro lado del Atlántico.
En ese sentido, convendría que los candidatos presenten su posición en relación a la firma de nuevos tratados de libre comercio y acuerdos estratégicos de inversión con EE.UU., pero también con países emergentes como los países del Mercosur, India, Pakistán, Indonesia, Bangladesh, Etiopía o Nigeria. La UE es consciente de la importancia de mejorar la seguridad para su consumo energético, y la cadena de suministro de semiconductores o metales raros, pero también que su capacidad para tomar decisiones económicas y estratégicas independientes es limitada.
A pesar del pesimismo reinante, existen atisbos de esperanza para el papel de Europa en el nuevo orden multipolar: el esfuerzo colectivo en Ucrania, que debe intensificarse: la revitalización del triángulo de Weimar formado por Francia, Alemania y Polonia; el “arco nórdico” con Gran Bretaña, los escandinavos, los bálticos, Polonia y cada vez más Alemania; la misión del Mar Rojo con Italia en primera línea… La pregunta, por lo tanto, es si España quiere jugar un papel relevante en esta confluencia y si la campaña y el debate electoral estarán a la altura de las circunstancias.