Puigdemont es un golpista, pero es nuestro golpista 

“Cuando Pedro Sánchez acepta someterse en público a unos golpistas, se produce un peligroso vacío: el que dejan muchos ciudadanos expulsados por la fuerza centrífuga de la incoherencia, la contradicción y la mentira. Y ese vacío lo acaban llenando quienes mejor practican el arte del engaño”

En política no siempre es fácil distinguir a los amigos de los enemigos. Quienes fueron fieles aliados en un momento pueden acabar convirtiéndose en feroces adversarios poco después. Y al revés. No es raro terminar haciendo manitas con alguien que al principio daba repelús. Las circunstancias cambian y con ellas nuestra valoración de los otros. Que se lo pregunten si no a Pedro Sánchez, que llegó a calificar a Quim Torra como el Le Pen español para luego acabar pactando con Junts como si de una fuerza progresista más se tratara.

Claro que cuando el líder socialista decía esto, allá por 2018, del entonces presidente provisional de la Generalitat, no podía ni imaginar que años después el partido del huido Puigdemont iba a resultarle fundamental en sus planes para perpetuarse en La Moncloa. 

Así que Pedro Sánchez se ha visto obligado a pactar con la ultraderecha que representaba Quim Torra (al menos en 2018) para evitar que la otra ultraderecha (con Vox no hay un antes y un después) gobierne en España con el PP. La diferencia es que para el presidente del Gobierno la ultraderecha de Junts es “su” ultraderecha; la que le mantiene en el poder. Y eso cambia las cosas.

Lo explicó muy bien Franklin D. Roosevelt cuando alguien le inquirió sobre el apoyo que entonces daba EE.UU. al régimen del tirano nicaragüense Tacho Somoza: “Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, dijo Roosevelt. La frase no quedó ahí, porque Henry Kissinger la repitió cuando tuvo que volver a justificar, años después, el apoyo norteamericano a Somoza, hijo, que heredó y mantuvo la dictadura de su padre. 

La diferencia es que para el presidente del Gobierno la ultraderecha de Junts es “su” ultraderecha; la que le mantiene en el poder

Cuando Roosevelt decía que Somoza era “su” hijo de puta, dejaba claro que los intereses norteamericanos estaban por encima de cualquier cosa. Todo proceso de apertura en Nicaragua en aquella época, con el riesgo de una revolución popular fuera de control, era una amenaza para Washington.

Existía un bien superior que permitía moralmente a EE.UU., en nombre de su sacrosanta democracia, mantener dictadores en distintos países de Latinoamérica. Eran títeres al servicio de la superpotencia que a su vez les garantizaba seguir en el poder. No al revés. Por eso la Administración norteamericana no ha tenido ningún inconveniente en reconocer su manera de actuar. Podía haber dicho que hacía de la necesidad virtud, pero no le dio por ahí. 

El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños y la vicepresidenta primera, María Jesús Montero, escuchan la intervención de la portavoz de Junts, Míriam Nogueras, durante el pleno del Congreso, reunido excepcionalmente en el Senado, que debate la convalidación de tres decretos del Gobierno con medidas para amortiguar la crisis. EFE/Mariscal

En España a día de hoy la situación es justo la contraria. Está claro que los intereses de Pedro Sánchez están por encima de todo y que para conseguir su objetivo también tiene a “su” ultra particular. Pero no lo reconocerá, ni él, ni nadie de cuantos le rodean. Roosevelt lo hizo porque él no estaba sometido al chantaje de Tacho Somoza como Junts somete al presidente del Gobierno. Se vio en la esperpéntica sesión del miércoles en la que los independentistas arrancaron un amplio paquete de transferencias y concesiones a cambio de apoyar al Ejecutivo y evitar su primera gran derrota si caían sus decretos. 

Cuando los intereses priman siempre por encima de cuestiones ideológicas, la praxis política deja un reguero de desencanto que muchas sociedades acaban pagando con el precio del populismo. La imagen de un Gobierno en manos del radicalismo independentista menoscaba la confianza de los ciudadanos en sus instituciones y en quienes les representan. Cuando Pedro Sánchez acepta someterse en público a unos golpistas, se produce un peligroso vacío: el que dejan muchos ciudadanos expulsados por la fuerza centrífuga de la incoherencia, la contradicción y la mentira. Y ese vacío lo acaban llenando quienes mejor practican el arte del engaño.  

Cuando Pedro Sánchez acepta someterse en público a unos golpistas, se produce un peligroso vacío

Pedro Sánchez arenga siempre que puede contra los peligros de los radicalismos y los fantasmas ultras que recorren Europa. Su Gobierno se forjó precisamente como un muro de contención para impedir que la ultraderecha gobernara España. Ahora, curiosamente, gobierna gracias a la ultraderecha golpista catalana. Pero como dijo Roosevelt, es la suya.