El ‘proceso’ está más vinculado al pasado de los años treinta que al presente  

Históricamente hablando, Cataluña y Barcelona se han caracterizado por las bombas, las pistolas, las ejecuciones, los saqueos y la quema de conventos

La reedición ampliada del libro del historiador Enric Ucelay – Da Cal, titulado La Cataluña populista. Imagen, cultura y política en la etapa republicana (1931-1939), nos sumerge en la Cataluña violenta, populista y golpista de los años veinte y treinta del siglo pasado. Una Cataluña que no está tan alejada como parece de la Cataluña de nuestros días.

Una Cataluña que recuerda y remite a la del “proceso”. Tan es así, que Enric Ucelay – Da Cal (catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y en la Universidad Pompeu Fabra también de Barcelona) concluye que “el procés está mucho más vinculado a los discursos del pasado, de los treinta, que no a la realidad social presente”.    

Un libro indispensable que invita a pensar y repensar la realidad y a reflexionar sobre la Cataluña de hoy.  

La violencia y el populismo que persisten

Lo que llama la atención del asunto, entre otras cuestiones, es la violencia de una Cataluña y una Barcelona que se publicitan como territorios de la paz. Lo que llama igualmente la atención es la Cataluña y la Barcelona que también se publicitan como ejemplos de democracia. Nada de eso es cierto.

Históricamente hablando, Cataluña y Barcelona se han caracterizado por las bombas, las pistolas, las ejecuciones, los saqueos y la quema de conventos. Cataluña y Barcelona se han caracterizado también por la transgresión continuada de la democracia.

Los tiempos han cambiado, pero la violencia en Cataluña y Barcelona persiste. Ahí está la kale borroka a la catalana que sabotea las vías de comunicación y transporte al tiempo que quema contenedores y apedrea a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Y el incumplimiento reiterado de las resoluciones de los Altos Tribunales y el golpe de Estado de octubre de 2017.  

Si la violencia persiste, también persiste en Cataluña y Barcelona un populismo que es el propio de los años veinte y treinta del siglo pasado: la calle pesa más que las instituciones democráticas y el derecho, los partidos políticos y los sindicatos exhiben una solidez superior a la de las instituciones constitucionales. La apelación a las emociones políticas se impone. Una idea de populismo que nuestro historiador perfecciona tomando como ejemplo/modelo los populismos manipulativos de América Latina de los años cincuenta del siglo pasado en los cuales se escucha al pueblo, pero no se le oye. Sigue la manipulación y el engaño.     

Concluye Enric Ucelay – De Cal: “El poder dimanaba o se entendía derivado de la fuerza. No sorprende que todo acabara mal”.        

Ni ayer ni hoy se encontraron los huevos de oro     

No sorprende que la Cataluña populista de 1931 acabara mal. Caído Alfonso XIII, afloraron las contradicciones. Sopa de letras:   PSOE, lerrouxistas, CNT, UGT, Acció Catalana,  PCR, Lliga,  Unió Democràtica de Catalunya, BOC, POUM, Estat Català y  Partit Comunista de Catalunya entre otros.

Y una Esquerra (ERC) heterogénea que ganó las elecciones. Una Esquerra galimatías formada por un conjunto de barrios o pueblos asociados, ateneos o grupos que no siempre mantenían buenas relaciones entre sí. Una Esquerra sin apenas ideología, ni líderes, ni organización, ni programa. Una Esquerra políticamente incorregible. Al frente de ese “nacionalismo-republicano populista” estaba el adorado Avi Macià, presidente de la Generalitat de Cataluña.

El secreto de Esquerra que señala nuestro historiador: “la confusión y la desorganización facilitaron que cada sector de las clases populares catalanas viera sus intereses representados, de alguna manera por la Esquerra, y le aseguraban un voto popular masivo y continuado” en las elecciones. De ahí, el Estatuto de Núria. De ahí, la hegemonía de Esquerra y su política populista de masas. La cuestión: “Esquerra encontró una fórmula mágica, que –como la gallina de los huevos de oro del cuento- comportaba el éxito mientras no se pensara demasiado en cómo se producía el milagro”. 

Y en eso que la Esquerra de “grupitos en reñida competición” se adentró en el faccionalismo. Unas disputas internas que debilitaron y difuminaron el sueño populista de la Cataluña republicana. Las divisiones se agravaron, el retroceso electoral se acentuó y el Avi murió por culpa de una apendicitis que fue operada sin éxito. Falleció el día de Navidad de 1933.  

La nochevieja de 1933, Lluís Companys fue elegido presidente de la Generalitat de Cataluña. El semanario humorístico El Be Negre publicó un chiste en donde aparecía un diminuto Lluís Companys sentado en una enorme silla presidencial diciendo “Creo que me viene grande”. Acertó. Por su parte, los Reyes Magos de Oriente trajeron a Cataluña un gobierno populista de coalición. Sin las gallinas de oro. Todo empeoró. El milagro no se produjo. 

Del ayer al hoy –paralelismo histórico y político-, el milagro tampoco se produjo, porque en lugar de aparecer los huevos de oro, se presentó otra sopa de letras (ERC, Convergència, Unió Democràtica, la CUP, ANC, Òmnium Cultural o Junts),  una ERC dividida (Oriol, Junqueras y Marta Rovira) y Artur Mas y Carles Puigdemont. La lógica se impuso: un desastre.    

 De golpe a golpe y me pronuncio porque me toca    

El golpe populista de 1934 –la proclamación del Estado Catalán el 6 de octubre-, como era previsible, acabó mal.  El presidente Lluís Companys tenía in mente salvar “el baluarte de la República” en manos de la derecha que, por cierto, había ganado las elecciones. Incluso barajó la idea de que el general Domingo Batet –comandante en jefe de la IV Región- “asumiera las implicaciones de la defensa de las instituciones catalanas como expresión pura de la República”. Fantasías de un golpista. 

El golpe de 1934 vino precedido –populismo autoritario- por una agitación revolucionaria y una sensibilización –estilo fascista- de la opinión pública por la vía de las grandes manifestaciones, los mítines y los desfiles con banderas incluidas. Lluís Companys proclamó “el Estado Catalán dentro de la República Federal Española” como medida contra “la fuerzas monarquizantes y fascistas” que habían querido “traicionar a la República” y que había “alcanzado su objetivo y asaltado el poder”. El resultado: “el fracaso estrepitoso del golpe populista”. Fuga, juicio y prisión para algunos.

Del ayer al hoy, así es el modelo del golpe de Estado a la catalana: hay que salvar la nación, victimizarse, recolectar fidelidades, agitar el pueblo, asaltar el poder y proclamar la República o Declaración unilateral de independencia de Cataluña. Aunque sea –del ridículo de ayer al de hoy- durante diez horas u ocho segundos.  

Remata Enric Ucelay – Da Cal: ese “procés secesionista, que creció y creció en Cataluña desde 2010 hasta 2017, para quedarse en un sector de militancia fervorosa enganchada en un criterio fehaciente que remite a los años treinta del siglo pasado”.  Vaya.

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