La política hipócrita

Las izquierdas y los izquierdos llevan años gobernando todas las administraciones y han logrado empeorar todos los problemas que habían prometido solucionar

Ada Colau se ha ido. Se despidió de malas maneras en el pleno del Ayuntamiento de Barcelona del pasado viernes. Ada no está. Ada se fue. Pero Ada no escapa de nuestras vidas. Ella se va, dicen, al norte de Italia y a Nueva York. Se va a disfrutar de las bondades de espléndidas democracias liberales y capitalistas.

Se va, pero nos deja un legado tóxico del que no vamos a escapar en años; un legado construido a base de falsas promesas y malas políticas; un legado que conservará, más por pereza que por convicción, Jaume Collboni. De momento, el actual alcalde socialista mantiene las mismas regulaciones y las mismas subvenciones del colauismo. Y nada indica que una rectificación vaya a producirse en este mandato.

El principal deber de cualquier alcalde es dejar la ciudad algo mejor de lo que la recibió de su antecesor. No fue el caso de Colau. Ni de lejos. Barcelona es ahora una ciudad más insegura, más desigual y menos próspera. Ni ella misma quiere vivir entre la delincuencia que amparó.

La exalcaldesa de Barcelona y líder de los Comuns en el Ayuntamiento, Ada Colau, durante su último pleno en el Ayuntamiento de Barcelona. Foto: Kike Rincón / Europa Press
La exalcaldesa de Barcelona y líder de los Comuns en el Ayuntamiento, Ada Colau, durante su último pleno en el Ayuntamiento de Barcelona. Foto: Kike Rincón / Europa Press

Alcanzó la alcaldía prometiendo menos autoridad para la guardia urbana y más vivienda social para los barceloneses. Solo cumplió lo primero, por lo que la ciudad lidera ahora los peores rankings de inseguridad de toda España. Todo al revés. Fue una brújula moral que siempre señalaba en la dirección equivocada.

La Colau activista había liderado una plataforma antidesahucios. Sin embargo, la Colau alcaldesa desahució a no pocos barceloneses de su propia ciudad. Bajo su mandato, los precios de la vivienda se dispararon, sobre todo allí donde construyó los denominados “ejes verdes”.

Así, Barcelona tiene hoy el precio por metro cuadrado más elevado de toda su historia. Prometió 8.000 pisos sociales, pero la realidad fue otra. La medida de la reserva del 30 % supuso una política del perro del hortelano: ni construía, ni dejaba construir. Ha sido un rotundo fracaso. Un dato clarificador. Con ella, solo se han concedido 22 pisos en 6 años. Sí, han leído bien: 22.

Las izquierdas y los izquierdos llevan años gobernando todas las administraciones y han logrado empeorar todos los problemas que habían prometido solucionar. El chamanismo casa mal con la realidad. La hipocresía está extendida en muchos ámbitos, pero en la cuestión de la vivienda alcanza cotas sanchistas, el Himalaya de la falsedad.

Vinieron a regenerar la democracia y no han dejado una institución pública por degenerar

Los mismos que agravan la falta de vivienda asequible cogen la pancarta en la calle y proponen comisiones de estudio en los ayuntamientos. Se trata de una competición entre embaucadores: frente a las 8.000 viviendas de Colau, Salvador Illa ha prometido 50.000, y Pedro Sánchez, 183.000. En fin, estas izquierdas construyen más mentiras que viviendas.

Pero la hipocresía no solo se haya en el abismo entre su programa electoral y su acción de gobierno, también reside en su conducta privada. Y eso sí puede ser el final de la aventura política de aquellos que, tras una indignación sobreactuada, escondían mucha ambición y poca responsabilidad.

La peor casta en la Europa del siglo XXI

Así como Colau no se va a Caracas o Pablo Iglesias no se quedó en Vallecas, otros también se llenaron la boca de valores que nunca defendieron con el ejemplo. El caso de Iñigo Errejón, sin ir más lejos, es una estocada a una izquierda populista en feliz peligro de extinción. Y no solo por los presuntos abusos del líder, sino también por el silencio cómplice que muchos empiezan ya a romper.

Dividieron la sociedad, polarizándola respecto a cualquier aspecto de nuestras vidas cotidianas. Todo era político. Todo debía ser convertido en una guerra cultural al servicio de sus ansias de poder. Acusaron a todos los hombres de ser potenciales agresores sexuales. Acabaron con la presunción de inocencia. Debía creerse cualquier acusación en contra de cualquier hombre.

Construyeron cadalsos para todos, creyendo que la guillotina nunca caería sobre sus cabezas. Pero, ay, la revolución, aunque solo sea cultural, acaba devorando a sus hijos. Vinieron a regenerar la democracia y, de la mano del PSOE podemizado, no han dejado una institución pública por degenerar.

Se van Colau y Errejón, pero Carles Puigdemont se queda marcándose todo un Rufián

Niñatos narcisistas, no ha habido peor casta en la Europa del siglo XXI que vosotros. Nunca os preocuparon las víctimas. Solo querías satisfacer un ego que no alberga moral. Albert Camus escribió en La caída que “mucha gente se sube ahora a la cruz únicamente para que se la vea desde más lejos, y no le importa que para ello tenga que pisotear al que se encuentra allí desde hace tanto tiempo”. Henchidos de falsa superioridad moral, ¿a cuántas víctimas habéis pisoteado en vuestro ascenso a la gloria efímera?

P.D. Se van Colau y Errejón, pero Carles Puigdemont se queda marcándose todo un Rufián. La candidatura del prófugo ha arrasado en el congreso de Junts. Había prometido que dejaría la política en caso de no ser investido presidente de la Generalitat. Era otra de sus mentiras, pero los suyos ya no se lo tienen en cuenta. El sectarismo y la hipocresía son parte consustancial de todos los populismos. Si alguien esperaba un giro moderantista en el nacionalismo catalán, puede seguir enfrascado en su ensoñación.