Del  “piquito” de Rubiales al “poquito” de Carvajal

Los mismos que critican el gesto del futbolista son los que en otras ocasiones entienden que cualquier desplante al Rey u otra institución del Estado es simplemente una muestra más del sano ejercicio de libertad de expresión que se puede practicar en España

En los mentideros de la Villa y Corte se comenta que el gesto de Carvajal dando la “mano floja” al Presidente Sánchez ha puesto de muy mal humor al inquilino de la Moncloa. Acostumbrados como están en este Gobierno a la efusividad de la Vicepresidenta Yolanda Díaz, todo lo que no sean achuchones, abrazos cariñosos y besos en las mejillas, por pares, es un desplante.

Y así lo comentan más que nunca los del equipo olímpico de opinión sincronizada a sueldo del erario. Coincide que son los mismos que en otras ocasiones entienden que cualquier desplante al Rey u otra institución del Estado es simplemente una muestra más del sano ejercicio de libertad de expresión que se puede practicar en España.

En el gesto de dar la mano a otra persona se esconde todo un código, un lenguaje que yo desconozco más allá de lo que siempre se nos ha dicho: que un apretón de manos no debe ser ni muy fuerte ni muy débil. Pasarse puede entenderse como una advertencia innecesaria. Algo parecido a lo del chiste de dentista (¿no nos haremos daño, doctor?) pero sin dentista. Quedarse corto, dejar la mano flácida sin dirigir apenas la mirada al otro, puede denotar demasiada timidez o absoluto desinterés, que no desprecio, hacia la persona que nos tiende la mano. Así que lo adecuado, como casi siempre en la vida, es adoptar un punto intermedio. Ni quemado ni crudo. 

Pero ante las críticas que está recibiendo Dani Carvajal por su gesto deberíamos coincidir en que no ha sido en absoluto irrespetuoso. Ha optado por dar la mano con desgana precisamente porque quiere transmitir eso: que Pedro Sánchez no es una persona que le genere entusiasmo.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, saluda al futbolista Dani Carvajal durante la recepción a la Selección Española de Fútbol, campeona de la Eurocopa 2024. Foto: Ricardo Rubio / Europa Press

Me atrevo a decir que al lateral derecho de la Selección (y del Madrid) le pasa con Sánchez lo que al Lehendakari del Gobierno vasco y a muchos miembros del PNV y de EH-Bildu les pasa con todo lo español: no sienten la Selección como propia, ni al Rey ni, en consecuencia, tampoco el himno. Acatan, como Carvajal yendo a la Moncloa, el orden institucional que nos hemos dado los españoles entre otras porque viven de él. Si bien no desaprovechan nunca la oportunidad de pegar un desplante siempre que pueda ser portada en los periódicos.

A nadie se le ocurre criticar ni tachar de maleducados a quienes no aceptan la bandera de España como propia. Es más, muchos de los que miran con lupa el momento en que el futbolista da la mano al presidente del Gobierno no han tenido ningún inconveniente en calificar de “libertad de expresión” las pitadas al himno en las finales de Copa con el Rey en el palco.  En un país en el que insultar y despreciar los símbolos comunes se ha considerado parte de la diversidad de pensamiento que tanto nos enriquece, debería enorgullecernos que alguien pueda transmitir poca efusividad al Presidente y que, quienes sentimos lo mismo, podamos verlo e identificarnos plenamente.

Dificultades y zancadillas puestas por el Ministerio de Trabajo

Quienes critican la desgana de Carvajal en el saludo deberían recordar que, de haber sido por este Gobierno, la Selección no hubiera sido la misma. Empezando por su entrenador. La Vicepresidenta Yolanda Díaz aseguró que Luis de la Fuente no estaba capacitado para dirigir al equipo, ni ninguno de los que aplaudieron a Luis Rubiales en la famosa rueda de prensa del “yo no dimito”.

El incidente del “piquito” con Jenny Hermoso desató la persecución hacia todas las personas que tenían algo que ver con el entonces presidente de la Federación Española de Fútbol. No se tuvo en cuenta ni su capacidad profesional ni si trayectoria personal. Y los jugadores, que tanto deben a su míster, son conscientes de las dificultades y zancadillas que tuvo que superar, sobre todo cuando quienes las ponían estaban al frente del Ministerio de Trabajo.

Desde el “piquito” de Rubiales ya nadie se fía de nadie. Y menos si quien te va a felicitar es un político y ese político es el Presidente del Gobierno. Así que Carvajal decidió que lo suyo iba a ser un “poquito”. Pero ni por esas.