La performance de los miércoles en el Congreso
La representación no busca otra cosa que el beneficio inmediato que puede obtenerse en los informativos y los comentarios periodísticos del día
Hay una cierta tendencia a ver al político como un títere, como alguien dirigido por una mano oculta que pretende distraer a los más ingenuos y educarlos en valores. Y hay también algo de teatro de marionetas en el Congreso de los Diputados, ciertamente.
Pero, también hay mucho de performance, de actuación en vivo, de teatro de calle, con una aparente improvisación sobre temas diversos y un sentido de la estética digamos cuestionable. Eso pienso cada miércoles, a las 9 de la mañana, cuando, sentado ante el televisor, contemplo la sesión de control al Gobierno que se escenifica semanalmente en el Congreso de los Diputados.
Un coro de pitos y aplausos
Tanto da que tome la palabra Pedro Sánchez o Alberto Núñez Feijóo. El caso es que, digan lo que digan cada uno de los dos, siempre hay un coro –digo bien, un coro- de diputados y diputadas que, desde su correspondiente escaño, satisfechos, sonríen y aplauden –a veces, incluso se levantan eufóricos- el discurso del Director. Y censuran al contrario con muecas de burla y gestos –siempre los gestos- de desaprobación.
El arte de la representación
Como es sabido, la política, entre otras muchas cosas, es el arte de la representación. Ya en 1967, Guy Debord, fundador de la Internacional Situacionista, en su ensayo La sociedad del espectáculo, creía haber percibido el carácter espectacular –la imagen, la apariencia o la falsificación como elementos de una realidad mercantilizada- de una sociedad –la nuestra- en que “todo era una representación”.
El espectador de la política no acaba de ver el significado y el mensaje de la acción, percibe algo oscuro y oculto
Paradójicamente, los situacionistas, que abogaban por la desaparición de la política y por la destrucción del orden capitalista establecido, apuntalan con sus ideas a los diputados y diputadas de hoy, tanto a los liberales como a los anticapitalistas, a los de derechas como a los de izquierdas. Estamos en la sociedad del espectáculo. Puro teatro.
Si los seguidores de Debord crean circunstancias para –dicen- liberar al individuo, el comportamiento de los parlamentarios parte de coyunturas que permitan liberar/exhibir los propios intereses e ideas. La Performance Art, decían los situacionistas.
Pero, ¿de qué estamos hablando?
La performance, según Celia Balbina Fernández Consuegra en su ensayo titulado Internacional situacionista, un movimiento precursor del Performance Art, 2014, es una forma y modo de arte escénico. La performance es la acción deliberada de un individuo, o de un grupo, que se escenifica en un lugar concreto y durante un tiempo determinado. La performance es una suerte de arte efímero en que el artista establece una relación y una comunicación con la audiencia. En la performance el artista intenta reflejar la realidad de su mundo interior.
La performance deja huella allá donde se escenifica. En la performance cuenta mucho la gestualidad, la cinética corporal y el uso del espacio. También, lo mimético, lo lúdico o la pantomima. Puro teatro que, muchas veces, en el caso de la política, divierte –incluso enfada-, pero no convence. Y es que el espectador de la política no acaba de ver el significado y el mensaje de la acción. Percibe algo oscuro y oculto. Desconfía.
A los 9:00 empieza la performance
La presidencia del Congreso: “Buenos días señores y señoras diputadas. Si ocupan sus escaños abrimos la sesión. Empezamos con la pregunta dirigida al Gobierno”.
Alberto Núñez Feijóo pregunta y Pedro Sánchez responde. Después, la réplica de uno y la contrarréplica del otro. Los diputados y las diputadas de la bancada gubernamental y de la bancada de la oposición responden con aplausos y reproches tal como marca el guion y contra quien señala el guion.
Hay algo en común en la performance de unos y otros: aplausos mecánicos y sonrisas automáticas, porque hay que llamar la atención; levantarse del escaño, abuchear, alzar los brazos, taparse la cara con las manos, afear verbalmente y gestualmente la conducta, algún insulto y corte de mangas sin olvidar la peineta, señalar al adversario con el dedo índice y mover el pulgar hacia arriba o hacia abajo, porque hay que dramatizar y escenificar la respuesta; exhibir banderas, carteles, documentos, libros, impresoras o cartuchos de fogueo, porque hay que recurrir a la imagen; aparecer con camisetas que publicitan una causa, porque hay que humanizar el discurso.
El desdeñoso Pedro Sánchez y el palmoteo de María Jesús Montero
Un comportamiento que rima con el arte de la performance y unos actores que se valen del simulacro –del guion y la de escenificación del mismo- para dotar de vitalidad a un discurso repetitivo.
Una representación a plazo fijo que no busca otra cosa que el beneficio inmediato que puede obtenerse en los informativos y los comentarios periodísticos del día. Una representación que se agota en sí misma y que volverá a repetirse en la próxima sesión de control al gobierno. Como si en el parlamento existieran grupos de artistas listos para representar una performance cuyo objetivo no sería otro que el de ser vistos una y otra vez para que el ciudadano aprenda la lección.
La pregunta es: ¿la performance logrará captar, no solo la mirada del otro, sino también su adhesión y el voto?
El evento teatral y semanal de la sesión de control al Gobierno en el Congreso convoca puntualmente, a la nueve de la mañana de cada miércoles, a los periodistas, las radios, las televisiones y las agencias de noticias que conectan con el Congreso de los Diputados. También, convoca a los espectadores que, con puntualidad británica, conectan la radio o la televisión o el móvil para ver qué ocurre en el capítulo de la semana.
¿Qué preguntará Alberto Núñez Feijóo saliéndose del guion? ¿Quizá Pedro Sánchez, fíjense en la mirada torva que desmiente su sonrisa, responderá –por fin: aunque solo sea una vez en toda su carrera política- a lo que se le pregunta? ¿Pedro Sánchez convertirá de nuevo la sesión de control del Gobierno en una sesión de control de la Oposición? ¿Pedro Sánchez seguirá mostrando que le sobra el Poder Judicial? ¿Habrá algún disidente que se atreva a no aplaudir?
Más allá del Presidente y el líder de la Oposición, el espectador también se pregunta: ¿cuál será el incordio semanal de Santiago Abascal? ¿Saldrá de nuevo por peteneras Gabriel Rufián? ¿Alguna nueva sorpresa por parte de Junts? ¿Volveremos a disfrutar del palmoteo histriónico y eufórico de la ministra María Jesús Montero?
La performance es un arte efímero
La pregunta: la performance semanal de los miércoles en el Congreso de los Diputados, ¿logrará captar, no solo la mirada del otro, sino también su adhesión y el voto?
Una cita del artista visual mexicano Eloy Tarcisio: “El performance es una filosofía del contacto directo; es un lenguaje de signos y símbolos complejos que se relacionan con el espectador de forma inmediata y que, al enfrentarse el artista y el espectador, provoca una reacción esperada pero desconocida para ambas partes” (Con el cuerpo por delante: 47882 minutos de performance, 2001). Quizá sea verdad. Pero, ¿qué tipo de reacción?
La cuestión –volviendo a los miércoles en el Congreso- es la siguiente: ¿se puede dar vida a un artificio generado y sostenido por una animación que, en algunos casos, recuerda al titiritero que resignifica la realidad a su antojo y vive del arrebato y del engaño? Menos mal que es un arte efímero. Mañana será otro día.