Pedro Sánchez y el mejor PSC de la historia 

En estas elecciones catalanas hemos asistido al triunfo de un modelo político que solo habíamos visto despuntar antes con Pasqual Maragall en 2003

Creo que hay consenso generalizado entre los analistas en aplazar el juicio a Pedro Sánchez por el resultado de las autonómicas catalanas hasta que se descubra el pastel de sus pactos con el nacionalismo después de las europeas. 

Pero, mientras el desenlace llega, sí podemos anticipar algunas consideraciones. La primera es que no vale, como ha hecho el otro día Patxi López en el Congreso, descorchar el champán por lo que ha pasado en Cataluña, atribuyéndole una matrícula de honor al PSOE de Pedro Sánchez. Mientras no se sustancie ese resultado con la conformación de un gobierno de nada servirá echar las campanas al vuelo. Ahí, de nuevo, el exlehendakari ha desbarrado, una más de las suyas. 

Si de lo que se trata es de apreciar las bondades de Sánchez en su oficio de funambulismo político, habría que contemplar el caso ampliando el foco. Partimos de que Sánchez, tras un resultado electoral malo para sus intereses el pasado 23 de julio, pero no tan malo como se preveía, sobre todo gracias al despiste monumental del PP en la última semana de campaña, echó cuentas y vio que le salían aliándose de nuevo con todo el Frankenstein, incluidos los catalanes independentistas del procés. Con lo cual se desdijo de todo lo anterior y se dispuso a hacer, como él mismo declaró, de la necesidad virtud.

El objetivo de permanecer en el poder a toda costa mutó, en la ocasión sobrevenida que se le ofrecía, en esfuerzo para lograr la cohesión del Estado intentando domesticar a los independentistas catalanes echados al monte. Y si eso se podía conseguir concediéndoles la amnistía, a riesgo de dejar al Estado de derecho en España hecho unos zorros y desguarnecido ante la posibilidad de que los del procés lo volvieran a hacer, como ellos mismos proclamaban a la mínima ocasión, pues se iba a intentar, como así se ha hecho. 

Todo depende del poder y el poder es lo único que justifica el quehacer político

Estamos ante un caso paradigmático de lo que singulariza a la política, al quehacer político, y que lo diferencia sustancialmente del comportamiento interpersonal habitual. En política las reglas no son las mismas que en el ámbito personal, aunque a veces lo parezca. Y, de hecho, es cierto que se utilizan constantemente las reglas interpersonales para calificar el comportamiento político.

Por ejemplo, cuando el propio nacionalismo compara las relaciones de pareja con las de dos entidades políticas y dice que lo mismo que las parejas se separan también lo pueden hacer los territorios. Lo cual es absurdo a más no poder, pero se utiliza y la gente parece entenderlo y asimilarlo como si fueran cosas comparables. En el caso de Sánchez, diciendo antes de las elecciones que nunca concedería la amnistía y después haciendo lo contrario, si bien en el ámbito interpersonal es un síntoma de contradicción palmario, en el ámbito político la cuestión varía.

Todo depende del poder y el poder es lo único que justifica el quehacer político. Una comunidad política necesita un poder político y la forma en que esto se consiga no se puede analizar en términos interpersonales. Por eso Sánchez actúa como un político y está en su derecho y yo diría que en su obligación de hacerlo así, por más que en el ámbito interpersonal no le aguantaríamos ni un minuto ese tipo de comportamiento.

En el País Vasco no hay una estructura autónoma y con solera propia del socialismo, como ocurre en Cataluña

Este caso lo podríamos aplicar igualmente al de su ya famosa reflexión de los cinco días, justificada al principio con aquello de que no podía soportar ver a su mujer sufriendo y resultó que luego, al cabo de los cinco días, en aquella declaración enlatada del lunes, declaró que tanto su mujer como él ya estaban acostumbrados a los infundios desde hacía tiempo y que no había problema en seguir soportándolos. Sin las repercusiones de ese episodio rocambolesco, en cuanto al mantenimiento del poder político por parte de todo un presidente del gobierno de España, ¿quién habría prestado ni un segundo a una declaración tan insustancial? 

Pero en el caso catalán, como decía antes, habría que ampliar un poco más el foco para entender lo que ha hecho Sánchez, aun a sabiendas de que todavía falta el desenlace. Y aquí hay que considerar otro factor tan importante o más que el comportamiento de Sánchez en el alambre. Me refiero a la figura de Salvador Illa y al PSC. Esto habría que analizarlo aparte y distinguiéndolo muy claramente de Sánchez.

Pienso que en estas elecciones catalanas hemos asistido al triunfo de un modelo político que solo habíamos visto despuntar antes con Pasqual Maragall en 2003, que entonces también sacó 42 parlamentarios, como ahora Illa, y que ganó en votos, con más de un millón, estableciendo el récord del PSC en democracia, pero que no ganó, como ahora sí lo ha hecho Illa, por primera vez.

Maragall consiguió gobernar por tres años, firmando el pacto del Tinell con ERC y los de ICV, que podría repetirse ahora con casi los mismos protagonistas. Pero el modelo era ese: un candidato muy catalán, que no despotricaba contra España, como hacen los nacionalistas, y progresista. Porque la base mayoritaria de la sociedad catalana es precisamente esa. Solo hace falta encontrar el candidato adecuado y el partido predispuesto a ello.

Y eso es lo que ahora se ha vuelto a conseguir con Salvador Illa. Se podría decir, por tanto, que Sánchez lo ha tenido fácil por ahí. Solo ha sido necesario por su parte haberle dado a Salvador Illa la pátina que necesitaba de bagaje institucional, nombrándole ministro de Sanidad justo en la pandemia. Salvador Illa, por mal que lo hiciera entonces, ya iba como ministro, ya no era un desconocido en tareas gubernamentales. Y todo eso ha sumado en su elección.

Si comparamos el caso del socialismo catalán con el socialismo vasco, podremos ver las diferencias. El socialismo vasco ideal sería aquel en el que un candidato muy vasco encabezara al partido, muy vasco y a la vez no beligerante contra España. Eso en el País Vasco tiene sus inconvenientes o no es tan fácil como en el caso catalán, donde hay una tradición socialista catalanista mucho más fuerte que en Euskadi.

GRAFCAV1971. BILBAO, 29/04/2024.-El secretario general del PSE-EE, Eneko Andueza, este lunes en la sede de los socialistas vascos, donde valoró la decisión del presidente del gobierno Pedro Sánchez de seguir en el ejecutivo. EFE/Luis Tejido
El secretario general del PSE-EE, Eneko Andueza. EFE/Luis Tejido

Tendría que ser guipuzcoano, porque ahí el socialismo tiene una base más autóctona. En Vizcaya se sabe que solo saldría de la margen izquierda y ahí todo el mundo era y es de la inmigración, tipo Patxi López. Ramón Jáuregui podría haber tenido ese papel, pero no tuvo nunca el apoyo necesario desde Madrid. Porque en el País Vasco no hay una estructura autónoma y con solera propia del socialismo, como ocurre en Cataluña. En el País Vasco el socialismo vasco casi se fundó a la vez que el madrileño, por mano de Pablo Iglesias Posse.

De hecho, el segundo congreso nacional del partido se celebró en Bilbao en 1890. El modelo del socialismo vasco, en cuanto a vasquismo, está a años luz del catalán en sentido catalanista. No tiene cultura autóctona, nunca la tuvo. No es fácil tampoco tenerla, debido a las características del euskera. Para eso el euskera tendría que haber ejercido menos barrera de la que ejerce, a diferencia del catalán, mucho más hablado. Y en cuanto al líder, está un casi desconocido Eneko Andueza desde 2021, que es de Éibar, guipuzcoano, con lo que por ahí cumple el modelo que diseñamos.

Pero, en cambio, le falta un hervor institucional, como el que ha tenido Salvador Illa de ministro. Y entonces queda como un poco insignificante, políticamente hablando, compitiendo con partidos muy cuajados como PNV y EH Bildu. Y ahí está el resultado de las pasadas autonómicas del 21 de abril: monaguillo del PNV con 12 escaños, tan solo dos más que los conseguidos en las de 2020, con Idoia Mendia de candidata. 

Por lo tanto, a la espera de lo que ocurra tras las europeas, en cuanto a qué va a hacer Pedro Sánchez con la propuesta de Puigdemont, de dejarle a este gobernar o no, a cambio de seguir él en Madrid, el análisis de lo que está pasando en Cataluña necesita al menos dos patas: una la del funambulista Sánchez, que ya la conocíamos, y otra la del probablemente mejor PSC y con el mejor candidato que ha habido hasta ahora desde las primeras elecciones autonómicas allá por 1980.

Y eso había que decirlo también. Y lo que aquí va a estar en juego no va a tener que ver con el nacionalismo catalán. Lo que aquí se va a jugar va a ser todo del lado socialista: si estarán o no dispuestos, por mantener a Pedro Sánchez, a sacrificar la autonomía y el futuro político del mejor PSC de la historia.