Por qué a Pedro Sánchez no le gusta la Constitución
A Sánchez le molesta que haya sido la Constitución, y no Él, la que cambió España y la que la dotó de unas instituciones y estructuras políticas democráticas
Pedro Sánchez ha aprovechado el día de la Constitución para obsequiarnos con un discurso buenista, en modo melifluo, en el cual se ha felicitado a sí mismo de haber hecho realidad el derecho a disfrutar del medio ambiente (artículo 45.1 CE), el derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada y de implementar (artículo 47 CE) la reforma del artículo 49 CE sobre los derechos de las personas con discapacidad.
Por si fuera poco, Pedro Sánchez nos amenaza con algún tipo de reforma constitucional de corte progresista para protegernos de la derecha. El de Pedro Sánchez es un discurso de supervivencia que únicamente engaña al sanchismo más cafetero.
Más allá del autobombo y las promesas y engaños que nunca se realizan, Pedro Sánchez es uno de los adversarios/oponentes de la Constitución. Por eso, se ha apropiado de las instituciones, ha regateado la Constitución y ha convertido el Tribunal Constitucional en un Tribunal de Casación de parte.
A Pedro Sánchez la Constitución no le gusta. No le conviene. Le perjudica.
La tentación autocrática
No le gusta, ni le conviene y le perjudica, porque la Constitución española implica/remite a la democracia formal liberal. Es decir: monarquía parlamentaria, división de poderes, limitación de poderes, tolerancia, antiabsolutismo, economía de mercado, propiedad privada, seguridad jurídica. La política entendida como representación y no emancipación del género humano. En definitiva, una democracia liberal que se caracteriza por la seguridad, por un Estado sometido al imperio de la ley y por la elaboración de los las leyes mediante la discusión pública.
De la teoría a la práctica, con la Constitución española en la mano, Pedro Sánchez no habría colonizado las instituciones rompiendo así la división de poderes, no sucumbiría de forma reiterada a la tentación autocrática, no pondría en peligro a la empresa privada vía inseguridad jurídica, no se inmiscuiría en la propiedad privada, no aprobaría una y otra vez las leyes por decreto, no se empeñaría en la idea de salvar al pueblo. Y sería más respetuoso con la palabra dada que incumple sin cesar así como con la figura de la Jefatura del Estado. Si respetara la Constitución española, Pedro Sánchez no sería Pedro Sánchez.
No al consenso
A Pedro Sánchez hay una cosa que le irrita, de la Constitución española: la idea de continuidad. Esa continuidad que es la bandera de una Transición que se propone –lo consiguió- reconciliar a todos los españoles –de uno u otro bando- una vez desaparecido el dictador. Pedro Sánchez, por la vía del discurso frentepopulista excluyente, y con las leyes de la memoria/desmemoria histórica, impulsa, conscientemente, una polarización de la cual saca tajada.
Pedro Sánchez es un maestro en el arte del divisionismo social, político e ideológico. De hecho, la polarización y la división –la izquierda buena contra la derecha mala- es uno de los secretos del éxito de un sanchismo que se define y se caracteriza por su deriva sectaria. Ese pertinaz ajuste de cuentas –el sanchismo también se define por el diseño y construcción de enemigos a la carta- que no cesa y rompe, voluntariamente, con el consenso que preside la Constitución española. Ese Pedro Sánchez que es tolerante con los intolerantes –impunidad por poder- no rima con la Constitución española.
No a la comunidad territorial
De la Constitución española –en contraposición a la Constitución de la Segunda República que, por cierto, no refrendó el pueblo en las urnas- suelen destacarse tres cosas: haber dotado a España de una forma de Estado, haber resuelto el problema religioso y haber solucionado la organización territorial del Estado.
Pedro Sánchez acepta la forma de Estado monárquica porque no tiene más remedio y parlotea con el Papa –entre peronistas anda el discurso- sobre la paz, la inmigración, la acogida, Gaza, los abusos de la Iglesia y la resignificación del Valle. Un encuentro “fructífero y muy positivo”, dijo.
Para Pedro Sánchez, el problema de la Constitución está en el artículo 2 y en el título VIII. El primero habla de la “indisoluble unidad de la Nación española” y el segundo “De la organización territorial del Estado [Autonomías]”.
Me explico: en el debate para liderar el PSOE –tres candidatos: Susana Díaz, Patxi López y Pedro Sánchez, 15 de mayo de 2017-, surgió el tema del modelo de España. Patxi López pregunta: “Vamos a ver, Pedro, ¿sabes lo que es una nación?” Pedro Sánchez responde: “por supuesto”. Patxi López pregunta: “¿Sí? ¿Qué es?” Pedro Sánchez responde: “Pues es un sentimiento que tiene muchísima ciudadanía, por ejemplo en Cataluña, por ejemplo en el País Vasco, por razones culturales, históricas o lingüísticas”.
Ese Pedro Sánchez que es tolerante con los intolerantes no rima con la Constitución española
Pedro Sánchez, cinco meses antes del referéndum ilegal de autodeterminación de Cataluña, ya sea por ignorancia o por interés, o por las dos cosas a la vez, comulgaba con algunas de las ideas del secesionismo que se alzó el 1 de Octubre de 2017.
En 2023, Pedro Sánchez dio un paso más en la línea del nacionalismo catalán –un ataque al artículo 2 y al Título VIII de la Constitución y a la igualdad ante la ley del artículo 14- aprobando una ley de amnistía. A lo que hay que añadir el indulto de los golpistas, la derogación del tipo de sedición, la reducción de la pena del tipo de la malversación y una larga lista de concesiones al nacionalismo catalán. De nuevo, impunidad por poder.
Pedro Sánchez vuelve a tropezar con la Constitución española. En este caso, colisiona con la idea de Nación española indisoluble e indivisible que contempla dicha Constitución. Aunque, Pedro Sánchez confía en salvar los escollos en un Tribunal Constitucional de parte y a la medida.
Todavía nos queda la Constitución
A Pedro Sánchez le molesta que haya sido la Constitución, y no Él, la que cambió España, la que dotó a España de unas instituciones y estructuras políticas democráticas que subieron la Nación y a los españoles en el tren de la historia. Una España, una sociedad abierta y tolerante, plural, que, guste o no guste, es el fruto de la Constitución de 1978. De una Constitución, por cierto, que el PSOE de Pedro Sánchez quisiera superar por la vía de algún tipo de proceso deconstituyente de futuro incierto.
Afortunadamente todavía nos queda la Constitución. Una Constitución que es lo más parecido a una gramática que nos estructura como pueblo, nación y Estado. Una Constitución que es una barrera democrática ante cualquier política y político sobrado de embustes, imaginación y ambición.
Ya lo advirtió Rüdiger Safranski: cuidado con quienes hacen saltar los marcos jurídicos y morales.