Pedro «Kirchner» Sánchez
Al esposo de esa nueva institución española no le gusta la crítica ni la rendición de cuentas, es decir, no le gusta la democracia si ésta pone en riesgo su permanencia en el poder
El sanchismo es el peronismo español. Más allá de su buscada y sobreactuada polémica con Javier Milei, tanto las formas como el fondo de la política de Pedro Sánchez se asemejan preocupantemente al kirchnerismo. La confusión retórica entre la persona y el Estado, incluso entre los intereses de la persona y los del Estado, la incentivada división social desde el poder político, la reconversión del adversario en un enemigo sin derecho a ser escuchado, la eliminación de los espacios de deliberación y de las autoridades independientes, y las turbias relaciones con Venezuela son sólo algunas de las coincidencias entre ambos fenómenos políticos.
El populismo de Sánchez, como el peronismo, no es sólo una estrategia electoral, es también una política de Estado, incluso tiene a su Evita o, más bien, a su Cristina. Ha elevado a Begoña Gómez a nivel de institución, eso sí, después de ponerla en el disparadero internacional vinculándola mediáticamente a la corrupción. La consorte es primera dama a la hora de justificar un conflicto diplomático -curiosamente, nada ocurrió cuando el mexicano AMLO criticó al rey de España-, pero la misma persona es una simple ciudadana anónima si se trata de evadir las explicaciones públicas tras conocerse unas actuaciones sospechosas.
Exigiendo adhesiones inquebrantables al líder, el aparato monclovita sigue también la estela kirchnerista en sus amenazas contra la libertad de los medios y la independencia de los jueces. Al esposo de esa nueva institución española no le gusta la crítica ni la rendición de cuentas, es decir, no le gusta la democracia si ésta pone en riesgo su permanencia en el poder. Pero, además, como populista de manual (de resistencia), no sólo pretende asfixiar las libertades políticas, sino también las económicas. Y es que la propiedad privada y la clase media son dos frenos al absolutismo, siempre interesado en la dependencia de sus vasallos.
No, los españoles no estamos mejor; estamos peor. Somos más pobres por la caída salarial. Los salarios reales han bajado un 3,6 % desde 2019, y también han empeorado la inversión y el consumo
Aquí la única economía que va como un cohete es la de Pedro Sánchez y su corte. Datos coyunturales no pueden esconder un crecimiento pobre: España es el último país de la eurozona en recuperar el PIB pre-pandemia. El paro sigue siendo muy elevado. Con una tasa de 12,29 %, encabezamos uno de los peores rankings de la Unión Europea. El empleo ha registrado su peor primer trimestre desde 2020, destruyendo 139.700 puestos y aumentando 117.000 el número de parados.
No, los españoles no estamos mejor; estamos peor. Somos más pobres por la caída salarial. Los salarios reales han bajado un 3,6 % desde 2019, y también han empeorado la inversión y el consumo. Sube la cesta de la compra: todos los alimentos han subido de media casi un 25 % en 2 años. Las familias no remontan, y las empresas tampoco. La inversión empresarial está cayendo pese a la masiva llegada de fondos europeos: más de un 4 % en España entre 2019 y 2023. Y es que en España es tan difícil encontrar los fondos europeos en el sector privado como las decenas de miles viviendas tantas veces prometidas por Sánchez.
El populismo político tiene siempre consecuencias económicas negativas y, a base de incrementar deuda e inflación, quien se lleva la peor parte son los jóvenes. Las probabilidades de ahorro son ínfimas. Los jóvenes de hoy llegarán a la vejez sin patrimonio, si no se revierten las políticas actuales. La emancipación es hoy una misión (casi) imposible. Según la Encuesta Financiera de las Familias del Banco de España, dos de cada tres (65,9 %) de los jóvenes entre 18 y 34 años viven en casa de sus padres (datos de 2022). El impacto en la natalidad será atroz. El reto demográfico se agigantará. La falta de oportunidades, los bajos salarios, el alza de los precios, el incremento de los impuestos, los alquileres y las hipoteca, la deuda pública desbocada… pero el problema es Milei.