Patriotismo republicano en la jura de bandera de la princesa Leonor
“En el patriotismo republicano [...] las únicas tradiciones que prevalecen son las que ensalzan los valores republicanos de entrega”
Por esas paradojas que se dan en la historia y que nos enseñan tantas cosas acerca de la historia misma, de su relativismo, de la necesidad de adecuar los hechos a su contexto, de evitar los extremos, de nunca juzgar nada como bueno o malo por sí solo, de manejar con soltura toda la gama de grises huyendo lo mismo del blanco inmaculado que del negro zahíno, resulta que en la jura de bandera de la princesa Leonor y sobre todo en el discurso del rey Felipe VI con dicho motivo, hemos podido apreciar lo que significa el patriotismo republicano y el concepto de nación que subyace al mismo, por boca nada menos que del monarca.
El patriotismo republicano consiste en proponer y alcanzar la virtud cívica del ciudadano que se sabe formar parte de un país de cuyo devenir se responsabiliza, participando en su gestión, elaborando las leyes que lo rigen y, si hiciera falta, en un extremo de compromiso, dando la vida por él, porque la libertad que el ciudadano republicano consigue en su país no la va a poder obtener en ningún otro, hasta el punto de qué vida, libertad y leyes forman una alianza inextricable. En ese sentido, el patriotismo republicano alcanza su máxima expresión dando la vida por la patria, porque el ciudadano que así se comporta sabe que fuera de su patria va a ser un esclavo: sin leyes y sin libertad.
El patriotismo republicano consiste en proponer y alcanzar la virtud cívica del ciudadano que se sabe formar parte de un país de cuyo devenir se responsabiliza
La jura de bandera vendría a representar, tal como la glosó el rey en su discurso, la responsabilidad de todo ciudadano con su país, hasta dar su vida gozosamente por él, porque es su país el único lugar de la tierra donde se siente libre, donde quiere vivir libre, bajo unas leyes que afectan a todos por igual y de cuya elaboración se siente partícipe, bien por delegar en otros a quienes conoce y controla, bien por participar directamente él en su gestión.
Que esto lo diga un rey es lo que llama más la atención en este caso, puesto que el republicanismo está pensado para que todos los ciudadanos vivan libres bajo una misma ley que afecta a todos por igual. Y es por eso que el republicanismo tendría como consecuencia necesaria –pero sin necesidad de hacer causa de ello desde un principio– la abolición de la monarquía, que representaría instituir a un ciudadano con unos privilegios que están fuera del alcance de los demás que forman la misma patria.
Es por eso que decía al principio que la historia nos lleva a estas paradojas, de modo que en un país donde –como en la mayoría de los de nuestro entorno– los ciudadanos no tienen habitualmente la oportunidad de hacer profesión de fe republicana, en forma de entrega total y desinteresada a su país, sea el rey quien venga a llenar ese hueco.
Como ciudadano español me hubiera gustado jurar la bandera con los mismos propósitos que alentaba el rey en su discurso dirigido a los más de 400 cadetes reunidos en el patio de la Academia General Militar de Zaragoza, entre los que se encontraba la princesa Leonor. Y ante la imposibilidad de hacerlo, me veía representado en el rostro claro y diáfano de la cadete Leonor, que lo hacía por mí.
Prefiero mil veces una monarquía con ese espíritu de republicanismo patriótico que no una nación que se pretenda igualitaria y que haga tabla rasa, por ello, lapidándolo, de lo mejor de su tradición y de su historia. Del mismo modo que prefiero mil veces una monarquía española con esos principios bien claros y manifiestos que no una república federalizada con tantas federaciones como taifas nacionalistas, deseando, cada una por su lado, convertirse en nacioncitas con forma de falsas etnocracias, dirigidas por élites nativas excluyentes e integradas en su mayoría por masas adoctrinadas –adocenadas– y sin asomo de virtud.
Prefiero una monarquía española con esos principios bien claros y manifiestos que no una república federalizada con tantas federaciones como taifas nacionalistas
Las naciones que apelan a componentes prepolíticos como la raza o la etnia, a las que se subordina todo lo demás, acaban siempre siendo excluyentes y primando los privilegios, acaban ensalzando dudosos valores que son producto de una deformación interesada de la historia. En esos nacionalismos la nación se convierte en un tótem, situado por encima de los individuos que la forman, como una entidad que subsiste en el tiempo, ajena a la voluntad de sus componentes.
La nación elige quién forma parte de ella, como si estuviera por encima del bien y del mal, y además consagra a sus mejores representantes, como los que mejor cumplen los requisitos que pone de antemano para formar parte de ella, sin que los demás ciudadanos tengan opción de aceptarlos o rechazarlos: si los cumples de serie, al nacer, eres ciudadano de primera, si no los cumples eres de segunda y no puedes hacer nada humano por evitarlo. Sirva de ejemplo, para el caso vasco y catalán, la posesión de apellidos autóctonos.
En el patriotismo republicano, en cambio, no hay castas, no hay tradiciones que excluyan a unos ciudadanos y privilegien a otros. Las únicas tradiciones que prevalecen son las que ensalzan los valores republicanos de entrega, de compañerismo, de solidaridad, de sacrificio, justo los valores que ensalzó el rey Felipe VI como propios de la milicia, pero que perfectamente sirven para definir la condición del ciudadano republicano, del patriota virtuoso en definitiva, algo que flotaba con emoción en el ambiente de la ceremonia de jura de bandera de la princesa Leonor.