Otra temporada sin guerra

El mundo lleva ya una buena temporada sin grandes guerras: lo deseable es que siga así y mejore, incluso eliminando las pequeñas

Muy acertado el tema estrella del último episodio del podcast de Economía Digital La Plaza. Ya que la campaña es aburrida y estamos todos algo cansados de hablar siempre de lo mismo como hámsteres en la ruedecilla, su conductor, Juan García, planteó abrir el compás y hablar de los tambores de guerra en el mundo.

A las guerras casi nunca se las ha esperado a priori y cuando se han planificado con antelación siempre ha sido con exceso de optimismo en cuanto a su virulencia y duración.

En cambio, siempre se las ha calificado como inevitables a posteriori. Ni una cosa ni la otra son del todo ciertas: las guerras son tan predecibles como evitables, o tan poco predecibles como difíciles de evitar una vez los conflictos entran en fase aguda.

Si al término de la Primera Gran Guerra los vencedores hubieran abierto una puerta a Alemania para el futuro, no se hubiera declarado la Segunda

Busquemos un ejemplo paradigmático en la gestación de la Primera Guerra Mundial. Stefan Zweig atribuía su origen a la falta de experiencia de varias generaciones de europeos sobre los horrores y el sufrimiento de las guerras. El precedente más cercano, la Guerra Franco-Prusiana de 1870, fue la primera operación relámpago de los tiempos modernos.

También el primer zarpazo germano en busca de un buen acomodo en el concierto de las grandes potencias, a la categoría de las cuales había ya accedido a pesar de la enorme desventaja que suponía no disponer de colonias como las demás naciones coloniales europeas.

No es el momento de preguntarse cómo se las apañaron los denostados germanos para despertar de una suerte de sempiterno letargo de segunda o tercera categoría y levantar un país tan próspero y pujante en tan poco tiempo.

Tal vez el romanticismo y el idealismo, el empuje de la voluntad y la primacía de las proyecciones sobre los hechos, sean las respuestas a la humillación secular sufrida. Las tesis de Isaiah Berlin apuntan por este lado. El resentimiento no sólo mueve a los individuos, también a las naciones.

El final pacífico del siguiente gran conflicto, la Guerra Fría, se explica por las halagüeñas perspectivas de los perdedores

La lección que debemos tener presente de ambas guerras mundiales es la idea de la cesión preventiva. En todo conflicto existe un forcejeo, con ciertos altibajos, pero también avances y retrocesos a gran escala.

Si al término de la Primera Gran Guerra los vencedores hubieran abierto una puerta a Alemania para el futuro y la colaboración en el disfrute del colonialismo y las materias primas en vez de imponer pagos inasumibles, no se hubiera declarado la Segunda.

Aunque demasiado tarde para los millones de muertos del más destructivo conflicto armado de la historia, la guerra del 40-45, los aliados habían aprendido que ganar integrando era mejor que ganar humillando y hundiendo en la miseria. De ahí nuestra Europa y los casi tres cuartos de siglo de bienestar. Que dure.

El final pacífico del siguiente gran conflicto, la Guerra Fría, se explica también por las halagüeñas perspectivas de los perdedores. Cuando perder una guerra conlleva costos inasumibles, lo normal es redoblar esfuerzos para revertir la situación.

Donald Trump y Kim Jong-un se reúnen en una cumbre histórica. EFE/KEVIN LIM/THE STRAITS TIMES

un mundo con dos conflictos bélicos

Aparte del conflicto en Medio Oriente, la gran guerra es comercial y está entre Estados Unidos y China

En cambio, como fue el caso para las autoridades de la URSS, un final sin armas era mejor, mucho mejor, que la única alternativa: el conflicto nuclear a gran escala. Rusia perdió su imperio, pero hoy no se vive peor allí que antes de la caída del Muro. Todo lo contrario.

Ahora el mundo sufre dos grandes conflictos. Uno semibélico, en el Próximo y Medio Oriente, y otro de alta tensión y magnitud económica, entre los Estados Unidos y la China.

El primero transcurre en el tablero más complejo, con más actores, más intereses cruzados y más dificultad para analizarlos, de los que ha conocido la humanidad. No es de esperar que asistamos a su fin pero tampoco parece contener los ingredientes para provocar una explosión a gran escala.

Se trata de un conflicto regional encauzado, con actores distantes que lo utilizan para sus escaramuzas, pero presenta todas las características de quedarse en regional y  seguir encauzado.

Un mundo sin guerras

El primer problema de nuestro mundo es el imparable avance chino, que topa con la voluntad hegemónica de los Estados Unidos. A pesar de los roces y las tiranteces, que son graves y se agravan, hasta el momento el beneficio mutuo ha sido mucho mayor que el perjuicio. China vende a Estados Unidos. China compra la deuda de los Estados Unidos. Interdependencia. Colaborar y competir. Win win.

Las posibilidades de escalada comercial son limitadas. Las de deriva bélica, nulas a medio y tal vez largo plazo. El gigante empequeñecido de las bravatas inútiles es Rusia. China va muy lenta a armarse, justamente para no alarmar y dar así excusa para que Norteamérica invierta en una supremacía militar todavía mayor.

El mundo lleva ya una buena temporada sin grandes guerras. Lo deseable es que siga así y mejore, incluso reduciendo o eliminando las pequeñas. Por el camino emprendido, lo previsible es que sigamos como estamos.

Lo más tranquilizador dentro del inquietante panorama del gran desafío chino es su método: avanzar colaborando, no enfrentándose. Para ellos es el mejor camino. Para los demás también, sobre todo para quien sea capaz de correr y competir tanto como ellos.

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