¡No quiero trabajar!

André Gorz afirmó –hablando de los trabajadores- que “nos declaramos enfermos más rápidamente, cuanto más ajenos y fastidiosos nos aparecen nuestra vida y nuestro trabajo”. Ahí está el inicio del programa de una izquierda –sindicatos incluidos- que tiene alergia al trabajo

Durante los años 60, 70 y primeros 80 del siglo pasado, la izquierda se preocupó por la salud de los ciudadanos con el objeto de mejorar las condiciones de vida dentro y fuera de la fábrica. Hoy, el denominado progresismo, está preocupado porque trabajamos demasiado y deberíamos trabajar menos –que cada uno se preocupe de sus labores y lo haga a su aire- o no trabajar. Vayamos por partes.     

Una sociedad patógena    

Durante la segunda mitad del siglo XX, André Gorz –uno de los sociólogos más destacados de la izquierda de aquella época- se quejaba de las múltiples enfermedades degenerativas de nuestra civilización. Enfermedades –cáncer y enfermedades cardiovasculares, entre otras- que la medicina no sabía prevenir ni curar.

Enfermedades que asociaba a nuestro modo y medio de vida. Enfermedades que -añadía- eran tratadas como una anomalía accidental e individual con la intención de ocultar las razones estructurales de las mismas que no eran sino sociales, económicas y políticas (Medicina, salud y sociedad, 1974). El trabajo alienante del capitalismo, por supuesto.  

Foto: Rober Solsona / Europa Press 16 SEPTIEMBRE 2024;VALENCIA;CONTROL FRONTERIZO;PUERTO VALENCIA 16/9/2024

Tan es así que el médico Jean Rousselot –en ejercicio de su profesión- hablaba de una enfermedad que denominó “alergia al trabajo” (L´allergie au travail, 1974). Al mismo tiempo, André Gorz concluía que el sistema capitalista había generado una “sociedad patógena”.

En cualquier caso, André Gorz afirmó –hablando de los trabajadores- que “nos declaramos enfermos más rápidamente, cuanto más ajenos y fastidiosos nos aparecen nuestra vida y nuestro trabajo”. Ahí está el inicio del programa de una izquierda –sindicatos incluidos- que tiene alergia al trabajo. De ahí, el absentismo de ayer y hoy.     

Hay que liberarse del trabajo y en el trabajo    

El mismo André Gorz pone la primera piedra en pro de la liberación del trabajo. Concretando: nuestro sociólogo reivindicaba la abolición del trabajo capitalista al hablar de “la liberación del tiempo y la abolición del trabajo” (Adiós al proletariado, 1980).

Después de recordarnos la etimología latina del término “trabajo” (tripalium, instrumento de tortura durante el Imperio Romano; aunque el origen también podría ser del latín trabis, las dificultades del hombre para sobrevivir y desarrollarse), nuestro sociólogo especifica la actividad  que hay que abolir: el trabajo por cuenta ajena o por cuenta de terceros, a cambio de un salario, según formas y horarios fijados por aquel que paga, orientada a fines que no ha elegido por sí mismo.  

«Nos declaramos enfermos más rápidamente, cuanto más ajenos y fastidiosos nos aparecen nuestra vida y nuestro trabajo»

Para André Gorz, el trabajo es una “actividad forzada, heterodeterminada y  heterónoma” que es “percibida por la mayoría de los que lo buscan y de los que lo tienen, como una venta de tiempo en el que el objeto poco importa”.

Por eso, el trabajo, además de “un medio para ganar dinero”, se caracteriza por “no ser la libertad”. Por eso, hay que “liberarse del trabajo y en el trabajo”. Por eso, “la abolición del trabajo es un objetivo central para los que sienten que ‘su trabajo’ jamás podrá ser para ellos una fuente de realización  personal ni el contenido principal de su vida”.   

La nueva sociedad que nos espera  

Primer objetivo: la sociedad del tiempo libre. Segundo objetivo: el derecho a la autoproducción incompatible con monopolios industriales, comerciales o profesionales, privados o estatales. Tercer objetivo: el retroceso de la producción mercantil y la venta del trabajo en beneficio de la producción autónoma, basada en la cooperación voluntaria, el intercambio de servicios o la actividad personal.  

Estoy harto de trabajar   

Cincuenta años después de la ensoñación de André Gorz -insisto, el sociólogo franco austriaco no era un donnadie, sino un referente de la izquierda de los 70 y 80 del pasado siglo-, una legión de políticos, sindicalistas, sociólogos, economistas, psicólogos, consultores, médicos y demás intelectuales orgánicos progresistas, levantan, con orgullo la bandera de la abolición del trabajo capitalista en beneficio de la sociedad del tiempo libre. Y de la pereza.  

Lo que dicen quienes reprueban el trabajo capitalista   

Una variada selección de citas –extraída de fuentes alternativas diversas de reconocido prestigio- de quienes reprueban el trabajo: “hay que flexibilizar el tiempo de trabajo”, “la reducción del tiempo de trabajo reduce el estrés, el síndrome del trabajador quemado y promueve el consumo más sostenible”, “la reducción del horario de trabajo promueve una vida más comprometida con la comunidad, posibilita las actividades culturales, disminuye el tránsito automovilístico y mitiga el crecimiento exponencial de los problemas de salud mental y soledad de la ciudad”, la reducción del trabajo “incrementaría el dinamismo económico y la atracción de talento”.  

Un poco de psicología más allá del estrés: “hay que tener tiempo para pensar en el mundo laboral”, “hay que crear espacios saludables para reflexionar sobre el trabajo y el funcionamiento del equipo” porque de lo contrario seremos “emocionalmente vulnerables frente a un entorno excesivamente acelerado”, “cuando no es posible trabajar en equipo aparecen conductas individualistas, la calidad del trabajo empeora y los miembros del grupo se ponen en riesgo desde el punto psicosocial”, “hay que hacerse cargo del malestar del grupo”.      

«Segundo objetivo: el derecho a la autoproducción incompatible con monopolios industriales, comerciales o profesionales, privados o estatales»

Un poco de la nueva ética empresarial: “la empresa no debe limitarse a la generación de beneficio y sí a generar valor social por la vía de una cultura ética que impulse un futuro más equitativo combinando la rentabilidad con la transformación social y estableciendo un nuevo estándar del éxito”. Por supuesto, “la empresa ha de implementar políticas que permitan que los trabajadores crezcan y se desarrollen plenamente en el ámbito personal”.   

 El derecho a la pereza hoy   

La reivindicación del tiempo libre de nuestros coetáneos se parece más a El derecho a la pereza de Paul Lafargue (1880) que al Adiós al proletariado de André Gorz (1980). Mientras el segundo quiere liberar el tiempo para que los individuos puedan convertirse en dueños de sus cuerpos, de sus propios empleos, de escoger sus actividades, de sus fines, de sus obras; mientras el segundo reivindica todo eso, el primero –siempre habrá  alguna excepción- entiende el ocio como una filosofía que nos libera de cualquier clase de trabajo.  

En su tiempo, la filosofía de la pereza de Paul Lafargue –¡no quiero trabajar!- tenía sentido si tenemos en cuenta que, por aquel entonces, el horario laboral era de doce horas y las condiciones laborales no eran precisamente las mejores. Hoy, casi ciento cincuenta años después, la filosofía de la pereza que subyace en las ideas y propuestas de nuestro progresismo, suena a capricho.  

Un detalle que retener: inicialmente, el panfleto de Paul Lafargue se publicó en capítulos en la revista L´Égalité y fue considerado como la crítica más dura del capitalismo después de las obras de Karl Marx. Hoy, los panfletos de nuestros progresistas, amantes del tiempo libre, merecerían publicarse en la revista L´Inégalité  y serían considerados como los artículos que más emboban a la ciudadanía proclive al absentismo realmente existente y fomentan la pereza que ya se exhibe en la esquina. ¡No quiero trabajar!    

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