No molestar a Puigdemont

Pedro Sánchez, más obsesionado en no tener un problema añadido con el prófugo que en hacer cumplir la ley

Carles Puigdemont, que se presentó en Barcelona la semana pasada, se paseó por el centro a la vista de todos, lanzó un mitin express desde un escenario instalado junto al Arco de Triunfo con la permisividad del Ayuntamiento y se fue por sus fueros sin problema alguno con la policía, se jacta ahora de lo bien que le salió la jugada.

No consiguió reventar la sesión de investidura del socialista Salvador Illa pero puso su pica en Barcelona. Todo breve e interruptus. En su más puro estilo. De la misma forma que hace siete años declaró la independencia durante ocho segundos, la semana pasada reapareció para dirigirse a sus seguidores en un acto surrealista que duró apenas cuatro minutos. Ante la permisividad policial y el silencio del gobierno.

Ahora, el ex presidente de la Generalitat presume de su burla. A través de un artículo publicado el viernes, se cuelga la medalla de haber podido humillar al Estado, a los jueces y a los Mossos d’Esquadra y recuerda al presidente del gobierno que no volverá a Cataluña hasta que no se le aplique la amnistía. Con su numerito, una semana después, sigue sembrando la duda acerca de las verdaderas intenciones de Pedro Sánchez sobre su paradero.  

El expresidente de la Generalitat de Catalunya Carles Puigdemont. Foto: David Zorrakino / Europa Press
El expresidente de la Generalitat de Catalunya Carles Puigdemont. Foto: David Zorrakino / Europa Press

El caso es que del informe del ministerio del interior, Grande Marlaska, remitido al juez Pablo Llarena se desprende una conclusión. Que no había voluntad de detener a Puigdemont y, por lo tanto, no hubo planificación para cercarle en cuanto pusiera un pie en Barcelona. Eso, sí. Una vez Puigdemont consiguió volverse a fugar, se improvisaron controles. A toro pasado.

Excusas de mal pagador

No es de extrañar que el nuevo presidente de la Generalitat, Salvador Illa, haya querido rendir, en su primer acto oficial, su particular homenaje a los Mossos d’Esquadra con una visita, vetada a los medios de comunicación, al Centro de Sabadell. Porque c. La división y malestar en el cuerpo policial han saltado al escaparate. 

Los afectados dicen que buscan “algún topo” dentro del Cuerpo para explicar el fiasco de la operación que impidió poner al prófugo a disposición de la Justicia. Pero lo cierto es que su papel ha quedado muy tocado. 

«La imagen de la policía autónoma catalana ha quedado seriamente dañada tras la nueva fuga de Puigdemont, con premeditación, alevosía y publicidad»

Puigdemont, que ya no tiene acta de parlamentario europeo, es diputado catalán. Y, como su causa sigue abierta en la instrucción del Tribunal Supremo, su detención era responsabilidad de todos. No sólo de los Mossos, por su competencia exclusiva como policía integral, sino también de la Guardia Civil (fronteras) y Policía Nacional (servicios de información).

Otra cosa fue que la colaboración policial que dice el ministro que se les ofreció fuera rechazada por la policía de la Generalitat. El caso es que la respuesta de Grande Marlaska al juez Llarena ha vuelto a situar la pelota de los reproches sobre el tejado de los Mossos ante una fuga que necesitó contar con una estrategia de connivencia, de pasividad consentida y de una incompetencia policial manifiesta para resultar exitosa.

Esperando a Conde Pumpido

La redacción del dossier del ministro del Interior suena a excusas de mal pagador. Se apoya en el reglamento Schengen del Tratado de la Unión Europea para justificar que no hubiera cerrado la frontera. No consideró necesaria una medida de “último recurso” a pesar del plan anunciado a bombo y platillo por el propio prófugo.

En 2018, cuando no estaba tan claras las intenciones de Puigdemont, el gobierno de Rajoy puso un despliegue especial en las fronteras para tratar de interceptarlo por si pretendía acudir a aquella sesión de investidura. Una operación coordinada, entonces, por todos los cuerpos de guardia civil, policía nacional y Mossos.

Y como entonces no se había pactado con los secesionistas, el CNI realizó labores de  vigilancia y control. En fin, que ahora se habría podido hacer las cosas de otra manera si el gobierno de Pedro Sánchez no hubiera estado tan condicionado por las exigencias de Puigdemont. Más obsesionado en no tener un problema añadido con el prófugo que en hacer cumplir la ley.  

A Sánchez no le convenía que Puigdemont fuese detenido

No hay más que escuchar a Salvador Illa, en su discurso de investidura en el Parlamento catalán, defendiendo que “nadie ha de ser detenido por los hechos que los representantes de los ciudadanos han decidido amnistiar” para concluir que a Pedro Sánchez no le convenía que el prófugo de la justicia fuera detenido.

A Puigdemont se le han complicado las cosas con el auto del Tribunal Supremo que considera que no se puede amnistiar el delito de malversación, en su caso, porque se dio un beneficio personal con el uso de los fondos públicos para sufragar la propaganda del procés porque debían haberlos sufragado con su propio patrimonio.

Pero como la ley de impunidad ha sido remitida al Tribunal Constitucional, Puigdemont confía en que Conde Pumpido le borre la mácula. Ocurrirá. “Por razones de utilidad pública”. Eso dijo Pedro Sánchez para justificar los indultos de los que había renegado.   

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