No podemos normalizar la corrupción 

Ahora esa democracia española parece un lodazal en el que quienes sostienen al Gobierno de Pedro Sánchez se revuelcan sin hacer ascos

Recuerdo que hubo un tiempo en que, mientras ETA mataba todo lo que podía, el PNV tenía como desahogo decir que la democracia española era de “baja calidad”. Como si el modus operandi de la mafia asesina nada tuviera que ver con la peor de las corrupciones que tanto escandalizaban a los nacionalistas. Ahora esa democracia española parece un lodazal en el que quienes sostienen al Gobierno de Pedro Sánchez se revuelcan sin hacer ascos, como si todo lo que antes era de “baja calidad” se hubiera convertido, de repente, en producto “premium”. 

Los informes de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil han destapado un escándalo de corrupción que salpica de lleno al PSOE y al Gobierno, en un largo culebrón que combina comisiones, enchufes, rescates de empresas, fiestas con “señoritas” en paradores nacionales… Y lo que queda por saberse. En todos los episodios aparece José Luis Ábalos, artista principal, el mismo que en 2018 se subió a la tribuna del Congreso para defender con ardor la moción de censura contra el PP por la corrupción de la Gürtel, proclamando que “los españoles no podemos tolerar la indecencia”. 

Era tan falso el discurso que hoy es él, quien fuera secretario de Organización del PSOE y ministro de Fomento, quien está en el ojo del huracán, investigado por cohecho, tráfico de influencias y organización criminal. ¿Y los partidos que le compraron el discurso para montar un Frankenstein en la Moncloa? Pues miran para otro lado, como si la democracia fuera un decorado que no va con ellos. Asumen como algo normal que Ábalos haya convertido las empresas públicas que controlaba desde su ministerio en un coto privado para primas, sobrinas, exnovias y exmujeres. 

La corrupción no se combate desde la ética ni la transparencia en la gestión

La corrupción que tan insoportable les pareció a todos esos partidos que decidieron echar al PP del Gobierno en 2018, es ahora un mal menor. No importa soportar el olor a podrido si a cambio hay prebendas autonómicas. No se plantean siquiera cómo puede reaccionar su electorado, o al menos parte de él, cuando ve a diario que la corrupción no se combate desde la ética ni la transparencia en la gestión, de la que hacen gala, sino desde una posición de complicidad con quien está envuelto en los escándalos más sórdidos y cutres de la política española. 

Defender proyectos independentistas o solidarizarse con la clase trabajadora desde una cochiquera no es la mejor idea. Si callas y no denuncias el nepotismo del PSOE y Ábalos, que contratan a gente que cobra sin ir al trabajo, que utilizan el dinero público para pagar pisos de lujo a amantes o supuestas fiestas con prostitutas, difícilmente te quedan argumentos para salir a la calle con la cabeza alta a hablar de derechos y libertades. Porque los informes de la UCO no son bulos de pseudomedios de la “fachosfera”. Son documentos que acreditan una red de favores, enchufes y dinero sucio. Sánchez, que llegó al poder prometiendo regeneración, se encuentra ahora enredado en una trama que pasa, entre otros, por quien fuera su brazo derecho en el partido, su mujer y su propio hermano. 

Pedro Sánchez, como los partidos que lo sostienen, hace como que la cosa no va con él. Se limita a decir que la culpa es del PP y la ultraderecha, y reza, a su manera, para que pase la tormenta o por lo menos lo pille fuera, en una de sus clásicas escapadas de galgo. Y mientras, la democracia que dicen defender se resiente con cada silencio, con cada prima colocada, con cada testigo enmascarado. Y el electorado, tarde o temprano, pasará factura. Porque, como decía Ábalos en su momento estelar, “no podemos normalizar la corrupción”. 

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