No corten las alas a Barcelona
Si el ayuntamiento sigue con las mismas políticas del pasado colauista, Barcelona seguirá sufriendo el mismo desgaste y las familias seguirán sufriendo las mismas dificultades
Barcelona ha demostrado una notable resiliencia económica en los últimos años. Ha resistido a pésimos gobiernos, de ambos lados de la plaza Sant Jaume, más centrados en dividir la sociedad que en solucionar sus problemas. La ciudad ha sido laboratorio de los experimentos políticos más irresponsables y, aun así, resiste. De momento.
Barcelona no puede permitirse el lujo de estancarse. No puede seguir atrapada en la inercia decadente. Si no avanzas, en un mundo como el actual, retrocedes. Es cierto que la ciudad tiene unas barreras geográficas que impiden su crecimiento.
Atrapada entre el mar y la montaña, cualquier solución deberá ser metropolitana o regional. No obstante, las barreras que más limitan su progreso son las ideológicas.
El aislacionismo nacionalista y el populismo decrecentista son límites mentales al futuro de cualquier sociedad. Y en Barcelona andamos sobrados de ambos. Uno y otro son empobrecedores. El primero tiene miedo a la diversidad y a la apertura. El segundo desconfía de la sociedad y la libertad. La combinación es letal.
Así pues, es una mala noticia para los barceloneses que el alcalde Jaume Collboni haya decidido pactar los presupuestos municipales con ERC, encarnación partidista de esa tóxica fusión ideológica. Además, los republicanos siempre han sido fuente de inestabilidad e incompetencia. Sólo hay que contemplar su situación interna y su indecisión a la hora de entrar en el gobierno.
Fracaso inmobiliario
Lo cierto es que la suma no suma. Y eso tampoco es una buena noticia, ya que Collboni persiste buscando el apoyo de unos Comunes que le exigen una política de vivienda que empeore aún más la situación actual.
La extrema izquierda exige persistir en el error de la política que obliga a los promotores privados a destinar el 30% de los pisos en nuevas construcciones o rehabilitaciones de más de 600 metros cuadrados a vivienda social.
Los comunes no sólo exigen mantener el 30%, sino aumentarlo al 50%, cuando se trata de una medida que se ha demostrado, para cualquier observador honesto, como un absoluto fracaso. Ha aniquilado la oferta de vivienda asequible en la ciudad al cargar la total responsabilidad de construir vivienda social al sector privado. Sin colaboración. Todo imposición.
No es progresismo es, simplemente, dejación de funciones, siendo el resultado el predecible: ni se construye ni se deja construir. Los precios siguen disparados, y los jóvenes, buscándose la vida en otra parte.
Una agenda real
Los presupuestos propuestos no son, pues, tan malos como los Comunes querrían, pero están lejos de ser los presupuestos que la ciudad necesita. La inercia no conduce al precipicio.
Si el ayuntamiento sigue con las mismas políticas del pasado colauista, Barcelona seguirá sufriendo el mismo desgaste y las familias seguirán sufriendo las mismas dificultades. Liberarse de Ada Colau fue librarse de la decadencia absoluta, pero la capital catalana no resurgirá sin una ambiciosa agenda de libertad.
Y esa libertad requiere seguridad e infraestructuras. Respecto a la seguridad, sigue sin entenderse los complejos de los socialistas para hacer frente al grave problema de la multirreincidencia. Se niegan a cualquier reforma del Código Penal que evite la preocupante imagen de los delincuentes entrando por una puerta de la comisaría y saliendo por otra.
«El aislacionismo nacionalista y el populismo decrecentista son límites mentales al futuro de cualquier sociedad. Y en Barcelona andamos sobrados de ambos. Uno y otro son empobrecedores»
Retrasan la adquisición de armas necesarias para la guardia urbana como las pistolas de electrochoque -más conocidas como táser-. El ayuntamiento llegó tarde a la crisis de las navajas que la ciudad sufrió el pasado verano, y llegará tarde a la crisis de las armas de fuego que se nos viene encima.
Respecto a las infraestructuras, es indignante que el PSC busque el apoyo de aquellos que se oponen a la ampliación del aeropuerto de El Prat. Son, otra vez, las malditas barreras ideológicas.
Sí, debe minimizarse cualquier impacto ecológico, pero la ampliación es necesaria para el futuro de una ciudad global Sin una conectividad intercontinental que favorezca la internacionalización de las empresas catalanas y atraiga inversión extranjera, retrocederemos. Nos empobreceremos.
Frenar la ampliación del aeropuerto es cortar las alas a Barcelona. No dejarnos volar al Pacífico es desconectarnos del futuro. Es un grave error y no hay que buscar el culpable muy lejos.
El partido que gobierna Barcelona, Cataluña y España, el partido socialista, ha preferido ligar el futuro de la ciudad a los prejuicios ideológicos de sus socios y no a las necesidades de los barceloneses. En vivienda, seguridad e infraestructuras, Collboni compra mandanga decrecentista, y los ciudadanos lo pagaremos muy caro.