Natalismo progresista ante el declive demográfico

La maternidad se sigue retrasando, hasta el punto de que ya es más habitual que las mujeres españolas tengan el primer hijo con 38 años que con 27.

En 1968, cuando el biólogo Paul Ehrlich publicó “La bomba demográfica”, donde vaticinaba un colapso poblacional, la tasa global de fecundidad era de 6,51 nacimientos por mujer en China, 5,76 nacimientos por mujer en India y 5,2 nacimientos por mujer en Brasil.

Desde esa perspectiva, el descenso de la natalidad parecía algo positivo, asociado con la incorporación de la mujer al mercado de trabajo y la educación terciaria, los avances en el acceso a anticonceptivos y las mejoras en los estándares de vida globales.

Foto: Carlos Luján / Europa Press

Sin embargo, la tasa de fertilidad es hoy de 1,02 nacimientos por mujer en China, 1,9 nacimientos por mujer en India y 1,57 nacimientos por mujer en Brasil.

Mientras tanto, la natalidad en países como Alemania, Japón y España sigue descendiendo y cayó por debajo del nivel de reemplazo hace ya muchas décadas – es necesaria una tasa global de fecundidad de 2.1 hijos por mujer para asegurar la reposición del número de mujeres en edades reproductivas.

La fecundidad de Alemania es de sólo 1,35 nacimientos por mujer, menos de dos terceras partes de la de reemplazo, mientras que la de Japón es de sólo 1,20 y la de España, de apenas 1,13. En España hubo, en 2023, 135.250 más muertes que nacimientos.

La población nacida en España lleva decreciendo más de diez años. En los años setenta, la edad más habitual para tener el primer hijo eran los 23 años. La maternidad se sigue retrasando, hasta el punto de que ya es más habitual que las mujeres españolas tengan el primer hijo con 38 años que con 27.

En el mundo

Al otro lado del Atlántico, la fecundidad de Estados Unidos es de sólo 1,6 nacimientos por mujer, apenas entre el 75% y el 80% del nivel de reemplazo y muy por debajo de los 2,7 hijos que las mujeres estadounidenses dicen desear (Gallup, 2023).

El país compensa la diferencia con el flujo migratorio, pero pronto todos los países, salvo los más pobres y menos formados, se enfrentarán a un déficit demográfico. La reserva de potenciales inmigrantes cualificados de todo el mundo se está agotando.

«La maternidad se sigue retrasando, hasta el punto de que ya es más habitual que las mujeres españolas tengan el primer hijo con 38 años»

En este contexto, la preocupación por la natalidad y las políticas pronatalistas han tomado una posición central en la agenda conservadora de los últimos años.

Posturas

El defensor político más destacado del natalismo en Europa es posiblemente el líder autoritario de Hungría, Viktor Orbán, que ha introducido una serie de políticas con el objetivo declarado de aumentar la tasa de natalidad, como bonificaciones fiscales y transferencias monetarias a las familias o bajas de maternidad de dos años manteniendo el 70% del salario.

Una parte importante de la izquierda, sin embargo, parece mucho menos preocupada por el declive demográfico. Señalan que, aunque la fecundidad ha disminuido, la población mundial sigue aumentando. Incluso una parte del progresismo razona que el fin del crecimiento demográfico dará un respiro al planeta y representa un giro positivo hacia la sostenibilidad medioambiental.

Estos argumentos son miopes. Los países que ya se encuentran por debajo del nivel de reemplazo representan más del 90% del PIB mundial y más del 95% de las patentes y publicaciones científicas. La población de los países tecnológica y científicamente avanzados está a punto de disminuir. La clave de la sostenibilidad ambiental es la innovación y sin jóvenes, no existe innovación.

«Una parte del progresismo razona que el fin del crecimiento demográfico dará un respiro al planeta»

La electrificación del transporte, el almacenamiento de energía en baterías de nueva generación, la biotecnología verde o los cambios tecnológicos en la alimentación, como la fermentación de precisión o la agricultura celular, son el tipo de avances que permitirán compensar las emisiones de carbono.

Si las emisiones disminuyen al mismo ritmo que lo han estado haciendo recientemente, cuando un niño recién nacido cumpla los veinte, habrá reducido sus emisiones a la mitad. Esto se debe principalmente al abaratamiento de la energía renovable y la descarbonización de la generación eléctrica.

La visión progresista

Los lugares del mundo que se han despoblado y han envejecido no coinciden con esta visión progresista de un futuro saludable y sostenible. Por el contrario, las zonas que pierden población son áreas deprimidas económicamente, no tienen la vitalidad que aportan las generaciones jóvenes y carecen de una idea subyacente de progreso a largo plazo.

Por otro lado, algunos de los países que sí mantienen su tasa de reposición poblacional ni siquiera están interesados en nuestra idea de progreso. Pensemos en Afganistán. La receta afgana para la fertilidad es rechazar la modernidad: prohíben a las niñas estudiar después de los doce años.

Padres en etapa tardía

El natalismo entre los progresistas debería centrarse en la brecha entre la fertilidad deseada y la real, una brecha que existe tanto en hombres como en mujeres. En los países de la OCDE, con datos disponibles, el número medio de hijos que los hombres afirman querer tener es de 2,2 y el de las mujeres, de alrededor de 2,3, ambos por encima del nivel de la tasa de reemplazo de la población de 2,1.

La Encuesta de Fecundidad de 2018 del Instituto Nacional de Estadística (INE) cifró el porcentaje de mujeres de 30 a 34 años sin hijos en 52%. Aproximadamente la mitad de las mujeres de 40 a 55 años declararon que habían tenido su primer hijo a una edad más tardía de la que hubiesen deseado. El promedio de retraso alcanzaba los 5 años (Penit, 2019).

Según datos de Eurostat para 2019, los jóvenes españoles no se emancipan del hogar de origen hasta los 29,5 años de media, aproximadamente 12 años más tarde que en Suecia y casi 6 años más tarde que en Francia, en gran parte por el problema de acceso a la vivienda.

«Las zonas que pierden población son áreas deprimidas económicamente, no tienen la vitalidad que aportan las generaciones jóvenes y carecen de una idea subyacente de progreso a largo plazo»

No es de extrañar, por tanto, que España se encuentre actualmente entre los países del mundo en los que la transición a la maternidad sea más tardía.

Además, según datos recogidos en la OCDE Family Database (2015), el gasto público en prestaciones familiares es muy inferior en España (1,36% del PIB) al que registran países europeos con una fecundidad próxima al nivel de reemplazo, como Suecia (3,54%).

El progresismo debería dedicar un mayor esfuerzo intelectual y un mayor capital social y cultural en abanderar el natalismo, entender cómo podemos cerrar la brecha entre la fertilidad deseada y la real, y reivindicar un futuro de progreso para las próximas generaciones.