McCarthy, McCarran y Sánchez
A Pedro Sánchez no solo le pierde el ego y su carácter versátil, sino también una tradición poco acostumbrada al diálogo y el pacto democráticos
Mientras escuchaba la rueda de prensa de los ministros encargados de presentar el denominado Plan de acción por la democracia, cuyo objeto –decían- es el de controlar la máquina del fango mediante una Regeneración democrática que acabe con los bulos, me vino a la memoria el senador republicano por Wisconsin Joseph McCarthy (1947-1957).
Un viaje a los Estados Unidos de los años 50
¿Por qué me vino a la memoria el senador norteamericano? Se lo cuento. En la rueda de prensa, los/las ministros/ministras, hablaban –el eco de Pedro Sánchez enlatado- de “buscar transparencia”, de “medios y pseudomedios”, de hacer “frente al auge de las extremas derechas”, de “tomar medidas” para “defender la democracia”, de “crear un registro de medios de comunicación”, de “defender el derecho de los ciudadanos a una información veraz”. Un macartismo a la manera progresista, me dije.
Los años 50 del siglo pasado, ciertamente, eran otros tiempos; pero, como suele decirse, la historia no se repite, pero rima. Por aquel entonces, Joseph McCarthy denunciaba la existencia de comunistas infiltrados en la Administración, la prensa y la cultura. Una sospecha que, en una atmósfera creada a la carta, tuvo su público. Las acusaciones de Joseph McCarthy, según determinó un subcomité del Senado, fueron declaradas falsas y cargadas de fantasía. Una mezcla de acusaciones no fundamentadas y de sentimientos anticomunistas. Una fantasía que llegó incluso a sospechar del pensamiento liberal.
Joseph McCarthy insistió y persistió en el asunto con el apoyo de un número importante de ciudadanos y de una prensa afín –diarios, radio y televisión- que siempre estaba a su lado con el aplauso asegurado. Finalmente, el Congreso –a instancia de nuestro senador- aprobó la International Security Act, o ley McCarran, en recuerdo del senador de Nevada Patrick McCarran, que impulsó dicha ley cuyo objeto era impedir la “dictadura totalitaria” en los Estados Unidos.
La ley amenazaba determinadas libertades civiles, establecidas por la Constitución, que finalmente fueron declaradas constitucionales por el Tribunal Supremo. Vale decir que lo mismo ocurrió con otras leyes semejantes –en el campo de la educación, por ejemplo- que lesionaban derechos fundamentales. El resultado fue “un clima de histeria y de temor, la mediocridad, el conformismo y la hipocresía lograron imponerse” (Neil A. Wynn, De la Guerra Mundial a la sociedad de la abundancia, 1941-1961, edición 1979).
De regreso a la España de 2024
La historia rima, decíamos más arriba. Con todas las diferencias y especificidades del caso, por supuesto.
Si en los Estados Unidos de los años 50 del siglo pasado se quería proteger la democracia norteamericana de la ideología comunista y el liberalismo, ahora y aquí se quiere proteger la democracia española de la derecha y la ultraderecha; es decir, de la derecha liberal y de la derecha radical y su “máquina de fango”. Evidentemente, había –hay- que protegerse del comunismo. Pero, no con una caza de brujas aleatoria que, precisamente, recuerda las purgas del comunismo allí donde estuviere. Tampoco, con unas decisiones judiciales que vayan contra la legalidad constitucional.
«¿Dónde está la máquina del fango y quién la alimenta, la pone en marcha y la controla?»
Una pregunta: ¿acaso no se puede aplicar el caso norteamericano citado de protección de la democracia a la España de hoy –insisto, con las diferencias y especificidades que se quiera- que arremete contra la derecha liberal para –afirman- proteger la democracia española? Efectivamente, la historia rima.
Con el agravante que España no cuenta con un presidente como Dwight Eisenhower de talente apaciguador. Con el agravante de unos políticos protectores de la democracia española –del vértice a la base de la pirámide- que también riman con el fanatismo de Joseph McCarthy y Patrick McCarran. Con el agravante de la incertidumbre que genera una parte de la Justicia española. Con el agravante de una parte de los medios de comunicación –especialmente del denominado Equipo de Opinión Sincronizada- siempre dispuestos a aplaudir el vértice de la pirámide del poder. Añadan, la claque militante.
Unas preguntas: ¿con estos mimbres se puede diseñar un Plan de acción por la democracia y una Regeneración democrática contra los bulos? ¿Dónde está la máquina del fango y quién la alimenta, la pone en marcha y la controla? ¿Quién fabrica los bulos y quién los divulga?
Pedro Sánchez no es Dwight Eisenhower
A diferencia de otros presidentes, Dwight Eisenhower contaba con una mayoría parlamentaria que le permitía gobernar, no confundía lo público con lo privado, tenía la costumbre de cumplir lo que prometía, no colonizaba las instituciones, observaba la legalidad vigente a rajatabla, no tenía secretarios de Estado/ministros comunistas, no se aliaba con sediciosos, respetaba la libertad de prensa, concedía entrevistas sin prejuicios, no lanzaba ningún pulso ni a la oposición ni a la ciudadanía ni a la sociedad, no alzaba Muros, no se recluía en la Casa Blanca para ejercitarse en el oficio de la meditación low cost, no contaba con una familia de comportamientos poco habituales. Incluso, paseó por las calles de Madrid sin que le silbaran.
Pedro Sánchez incumple su Plan de acción y la Regeneración democrática
Lo que debería hacer, no hace y no hará el avinagrado Pedro Sánchez para regenerar la democracia y la política española siguiendo sus criterios de transparencia democrática. Por ejemplo:
Facilitar una información veraz sobre los contratos y las cartas de recomendación de su esposa Begoña Gómez. ¿Sin esos contratos y esas cartas existiría el Plan de acción y la Regeneración democrática?
La creación de una Ley y Oficina de Propiedad y Ética que regule las actividades de los familiares de los políticos.
Descolonizar instituciones como el Tribunal Constitucional, la Fiscalía General del Estado, el Consejo de Estado, el Tribunal de Cuentas, el Servicio Público de Empleo Estatal, el Banco de España, el Centro de Investigaciones Sociológicas, la Agencia EFE, AENA, RENFE, Correos, Red Eléctrica, Indra, la Corporación de Radio y Televisión Española y un largo etcétera.
Descolonizar la Comisión Nacional del Mercado de la Competencia (CNMC) y el Consejo de Transparencia y Buen Gobierno hoy en manos de una dirección socialista. Una descolonización urgente –no se puede ser juez y parte- habida cuenta de que estas dos instituciones son las destinadas a controlar el Plan de acción y la Regeneración democrática.
La fanfarronada de Pedro Sánchez
Pedro Sánchez nombra, pero no cesa a sus peones instalados en las instituciones. El Plan de acción y la Regeneración democrática es una fanfarronada –también, un antojo- que se agota en sí misma. En primer lugar, porque algunas de las propuestas están ya en la legalidad vigente. En segundo lugar, porque el PSOE no tiene la mayoría parlamentaria necesaria para aprobar las propuestas. En tercer lugar, porque el Plan de acción y la Regeneración democrática serían un auténtico bumerán para Pedro Sánchez y su gobierno.
La degradación política y moral
El doble propósito que se esconde tras el Plan de acción y la Regeneración democrática: por un lado, la victimización, la intimidación, la censura y la autocensura; por otro lado, el desprestigio de toda información ajena a la oficial. ¡Creedme! A eso le llaman transparencia cuando se trata de una degradación política y moral integral.
Largo Caballero y Pedro Sánchez
Si quieren que les diga la verdad –vuelvo a la historia y la rima con las excepciones del caso-, Pedro Sánchez me recuerda al Francisco Largo Caballero –miembro del Consejo de Estado durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera, presidente del PSOE de 1932 a 1935, impulsor de la rebelión de Asturias de 1934 contra la legalidad republicana y presidente del Consejo de Ministros de la Segunda República- que escribe el Editorial de El Socialismo ante las elecciones de 1933: “Yo os digo: si el día 19 conseguimos la victoria, vamos a hacer que los capitalistas rectifiquen su actitud.
Pero si no, me parece que vamos a entrar en el camino de un nuevo período… ¡todo lo que quieran, menos que renunciemos a nuestros ideales! No habrá justicia mientras no triunfe el socialismo” (16 de agosto de 1933).
A Pedro Sánchez –el justiciero enmascarado– no solo le pierde el ego y su carácter versátil, sino también una tradición poco acostumbrada –alguna excepción hay- al diálogo y el pacto democráticos. Por lo menos, McCarthy y McCarran se mostraban tal cual.