No hay terremoto que tumbe al Rey de Marruecos

Si algo puede tambalearse tras el terremoto, no será la monarquía marroquí.

En Marruecos el Rey reina y gobierna. Por eso, cuando Mohamed VI no está en el país, que es casi siempre, ni se reina ni se gobierna. Esto no quiere decir que haya ausencia y parálisis institucional ni que los miembros del Ejecutivo puestos por el monarca no tomen decisiones. Las toman y además mantienen la actividad política con total normalidad. Esto es, siguen trabajando para garantizar la solidez de un régimen feudal en el que el Rey es la cabeza visible y garantía de que los privilegiados lo seguirán siendo, aunque tiemble el misterio.

Y ha temblado y ha hecho tambalearse a buena parte del país, pero no, como muchos creen, a la monarquía. Será difícil que cualquier catástrofe natural pille a Mohamed VI en su reino. Hace ya mucho tiempo que pasa largas temporadas, bien en una mansión playera de Gabón, bien en un palacete cerca de París. Dicen que sus dolencias y enfermedades están mejor controladas en Francia y además evita así estar sometido a las siempre indiscretas miradas de palacio. Un Rey ausente en una democracia supondría una inevitable crisis política. La opinión pública exigiría explicaciones y la prensa estaría siguiéndole los pasos por medio mundo para saber qué hace. Tenemos ejemplos cercanos.

Pero Marruecos no es una democracia. Por eso, las dudas, ausencias, rumores y sospechas, fundadas o no, sobre el Rey, contribuyen a generar un aura de misterio que engrandece aún más su papel de “Comendador de los creyentes”, máxima figura religiosa y representante del Profeta entre los mortales. En un país musulmán, con un índice de analfabetismo que ronda el 30% de la población, la religión juega un papel clave. Y el Rey, como las luciérnagas, necesita de la oscuridad para brillar. Tumbado en una camilla ha donado ya la sangre suficiente como para que corra por las venas de todos los marroquíes.

El Rey Mohamed VI de Marruecos. EFE/ Mariscal

Quien piense que en Marruecos existe una opinión pública parecida a la de una democracia occidental, capaz de presionar a sus gobernantes (y como ya he dicho, el Rey de Marruecos gobierna) o de castigarlos en las urnas, se equivoca. La ausencia de una amplia clase media hace de nuestro vecino del sur un país mayoritariamente pobre, con una élite privilegiada que se encarga de seguir siéndolo manteniendo la figura del monarca más allá de sus torpezas.

Vista con nuestros ojos occidentales, la imperdonable ausencia de Mohamed VI de Marruecos durante el terremoto hasta pasados varios días sería motivo suficiente para cuestionar su continuidad. Pero su mirada no es la nuestra. La religión, el analfabetismo y la represión han hecho su trabajo de manera inexorable.

La fotografía de Mohamed VI y Hassan II

En 2001 llegué como corresponsal de TVE a Rabat. Dos años antes había fallecido Hassan II y ya reinaba un joven Mohamed VI. Muchas son las cosas que llaman la atención en Marruecos al recién llegado. A mí me sorprendió que todas las tiendas y comercios, grandes, medianos o pequeños, tenían (y siguen teniendo) en lugar destacado de la pared una fotografía de Mohamed VI. Luego me enteré que era obligatorio y que no tener la foto del monarca reinante era motivo de una multa y de ser considerado poco menos que enemigo del régimen.

Marruecos es un país con una sociedad condicionada por la religión, donde el Islam impone las pautas de comportamiento en todos los órdenes de la vida

Sin embargo en la mayoría de los locales se había colocado la nueva fotografía del Rey Mohamed junto a la vieja de Hassan II, que seguía en su sitio a pesar de haber fallecido. Casi nadie había sustituido una por otra. Cuando pregunté a un comerciante con el que había entablado cierta confianza me dijo que mantenía la foto del Rey padre por si acaso venía algún policía y le recordaba que Hassan II seguía vivo y le multaba. ¿”Cómo le va a decir que sigue vivo si ya ha muerto”? Le dije. “Sí, -me contestó- pero el policía puede decirme que sigue vivo en el corazón de todos los marroquíes”.

Marruecos es un país con una sociedad condicionada por la religión, donde el Islam impone las pautas de comportamiento en todos los órdenes de la vida. Distingue lo correcto de lo incorrecto, lo legal de lo ilegal y lo justo de lo injusto. Es el código moral y penal. Y el Rey es el juez máximo. Antes lo fue Hassan II, ahora Mohamed VI y luego lo será su hijo Mulay Hassan. Y ningún cataclismo natural cambiará esto. Ya se encargará el “Majzén” (el sistema del poder en la sombra que rodea al Rey) de que así sea.

Lo que debería preocuparnos a nosotros como país es que, mientras eso no cambie, un terremoto en Marruecos significará dos cosas: una tragedia humanitaria y que miles de jóvenes de las zonas rurales, que se han quedado con lo puesto, querrán cruzar el Estrecho como sea en busca de futuro.

Si algo puede tambalearse tras el terremoto, no será la monarquía marroquí.