Maquiavelo en la Moncloa 

“Si finalmente el Rey Sol desterró a Mazarino, nuestros Presidentes planetarios ni siquiera le dan la oportunidad de pasearse por el jardín de la Moncloa. “La brutta cupidità di regnare”, diría el maestro Maquiavelo”

Quien iba a decir que el florentino Nicolás Maquiavelo resucitaría en el siglo XXI para encontrar cobijo en el viejo palacete que restauró Fernando VII en 1816. Primero, con José Luis Rodríguez Zapatero y, después, con Pedro Sánchez, que le abrió las puertas de la Moncloa de par en par.    

Maquiavelo fue el preceptor a la romana que les enseñó el arte de la retórica sin –como era normal en aquella época- el estudio previo del latín y los autores clásicos. Es decir, sin la preparación debida. Y con el único objetivo de encandilar y engatusar a la audiencia. Maquiavelo les enseñó la oratoria como arma política –ese era el programa de la schola romana hasta el siglo II- para expresarse con garantías en las asambleas. Y convencer. Con mucha práctica. Otra cosa es que lo consigan.   

El Príncipe de Valladolid y el Príncipe de Madrid   

José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez utilizan la astucia y el engaño para conquistar y conservar el poder a cualquier precio. Los dos evidencian los mismos instintos políticos que sus antecesores del XV y XVI cuando el realismo de Maquiavelo gana la partida al idealismo. Si Maquiavelo entiende la política como una actividad terrenal, el político ha de sobrevivir en un mundo de lobos.  

Por eso, Maquiavelo, descarnadamente, aconseja una determinada técnica para alcanzar y mantener el poder. Técnica que los pupilos españoles siguen a rajatabla: la adulación, la seducción, la malicia, el engaño, la hipocresía y el control como método de alcanzar el monopolio del saber y el poder políticos. Así actuaba el Príncipe florentino y así actúan el Príncipe de Valladolid y el Príncipe de Madrid.    

José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez utilizan la astucia y el engaño para conquistar y conservar el poder a cualquier precio

Un detalle que retener: el príncipe no fundamenta su saber –de hecho, el poder- en el uso de la fuerza, sino en el conocimiento del ciudadano. ¿Qué pretende el príncipe? El maquiavelismo –el zapaterismo y el sanchismo– sería aquel arte de la seducción gracias al cual el político alcanza y mantiene el poder vía transmisión de determinados mensajes que el ciudadano desea oír. 

No se trata de una cuestión política, sino sociológica y psicológica. Teatral. De ahí, el populismo de un José Luis Rodríguez Zapatero y un Pedro Sánchez que promueven y remueven los sentimientos –talante, diálogo, paz, convivencia, reencuentro, progresismo y demás elementos de su ideología gaseosa- del pueblo.    

Izquierdismo de opereta y príncipes de segunda división  

Si es cierto que José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez responden al arquetipo diseñado por Maquiavelo, también lo es que mientras el de Florencia construye una imagen creíble que seduce al súbdito florentino durante un largo periodo de tiempo y más, los de Valladolid y Madrid solo consiguen persuadir al ciudadano español durante un corto período de tiempo.  

Ello es así, porque uno y otro dirigen un izquierdismo de opereta y carecen de la credibilidad debida y los requisitos necesarios para devenir príncipe. Dicho sea en el sentido maquiavélico del término.  

La explicación o secreto está en un texto de Maquiavelo: “Alejandro VI no hizo jamás otra cosa, no pensó jamás en otra cosa que en engañar a los hombres y siempre encontró con quien poder hacerlo. No hubo jamás hombre que asegurara con mayor rotundidad y con mayores juramentos afirmase una cosa y que, sin embargo, la observase menos. Pero a pesar de todo, siempre le salieron los engaños a la medida de sus deseos, porque conocía bien esta cara del mundo” (El príncipe, 1513).  

Víctimas del populismo de bajo vuelo  

José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez no son Alejandro VI. Les falta oficio y agudeza. Se les nota la trampa. El resultado: pierden rápidamente la confianza de un pueblo que les consideran “volubles y frívolos”. Concluye Maquiavelo: “un príncipe debe guardarse de estos reproches como de un escollo e ingeniárselas para que en sus acciones se vea grandeza de ánimo, valor, firmeza y fortaleza”.  

El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, durante la presentación de su segundo libro, ‘Tierra firme’, este martes en Madrid. EFE/ Juan Carlos Hidalgo

Nada de ello se percibe en nuestros príncipes de segunda división. Ambos, por seguir con Maquiavelo, no consiguen, pese al intento, “ser un gran simulador y disimulador”. Por ello, más pronto que tarde, son víctimas de sí mismos. Víctimas de ese populismo de bajo vuelo que, al descubrirse el engaño, acaba pasando factura.  

Víctimas de ese populismo de bajo vuelo que, al descubrirse el engaño, acaba pasando factura.  

En última instancia, El príncipe relata las causas que condujeron al hundimiento florentino.  Fundamentalmente, una: la falta de la virtú del príncipe entendida como la capacidad de afrontar el futuro sin confiar en lo que puede brindar la fortuna. Esto es, el príncipe ha de recurrir a su inteligencia, su talento, su conocimiento, su perspicacia, su destreza, su pericia, su prudencia. Una virtud que no suele ser habitual en los príncipes de segunda división.   

Por qué Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez no escucharán a Mazarino  

Teniendo en cuenta la situación actual, José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez deberían adoptar ahora –como asesor- al cardenal Mazarino, ministro que fue de Luis XIV.  

No lo harán, porque Mazarino les recomendaría “toma nota de cada uno de tus defectos y vigílate en consecuencia”, “conoce a los demás”, “prevé antes de obrar”, “no digas ni hagas nunca nada de lo cual debas retractarte”, “obra con todos de tus amigos, como si hubieran de volverse enemigos”, “muéstrate amigo de todo el mundo, charla con todo el mundo, incluso con aquellos a quienes aborreces y te enseñarán la circunspección” y “oculta tus cóleras; un solo acceso perjudicará más a tu fama de lo que podrán embellecerla todas tus virtudes” (Breviario de los Políticos, 1661).  

Si finalmente el Rey Sol desterró a Mazarino, nuestros Presidentes planetarios ni siquiera le dan la oportunidad de pasearse por el jardín de la Moncloa. “La brutta cupidità di regnare”, diría el maestro Maquiavelo.