Un manto de silencio para cubrir a ETA
El silencio impuesto sobre ETA en las aulas vascas, con los votos del PSOE, PNV y Bildu, no es un acto inocente. Es una herramienta de poder que favorece a los herederos de la banda criminal y sus aliados
Iñaki Martínez, escritor y uno de los fundadores de Euskadiko Ezkerra, acaba de publicar una novela que ha titulado Manto de silencio. Narra en ella, entre la realidad y la ficción, un hecho que tuvo lugar hace casi 50 años y que todavía hoy no se ha esclarecido: la desaparición del militante de ETA Eduardo Moreno Bergareche (Pertur), el 23 de julio de 1976 en el sur de Francia. Los últimos en verle aquel día fueron dos miembros de la organización terrorista que le acompañaban a una cita en coche.
En la novela se narran los últimos meses de vida del protagonista, Eduardo M., y los enfrentamientos que comenzaban a aflorar sin disimulo entre quienes optaban por la vía radical y violenta del uso indiscriminado de las armas y quienes, desde la dirección también de la banda, se inclinaban por el empleo pacífico de las ideas en el contexto democrático de la España postfranquista.
Eduardo M. no solo pertenecía a este último grupo, era posiblemente uno de sus miembros más destacados y cabeza visible del movimiento partidario de la creación de un partido político.
La desaparición, sin dejar rastro, del protagonista de esta historia pone de manifiesto lo que posiblemente ha sido y es una de las lacras que arrastra todavía hoy la sociedad vasca: la imposición del pensamiento violento sobre la reflexión, o, dicho de otra manera, el triunfo del fanatismo sobre el idealismo.
El nacimiento de un grupo terrorista para combatir la dictadura franquista generó dudas éticas y morales entre muchos militantes de la propia organización y amplios sectores de la sociedad vasca, dudas que quedaron despejadas, para quienes así pensaban, con los primeros pasos de la democracia en España.
Pero, como casi siempre, los fanáticos consiguieron imponerse a los idealistas y, a golpe de pistola y asesinato, extendieron sobre nuestra sociedad un manto de miedo a pensar y expresarse de una manera diferente. Un manto de silencio que ha impedido, históricamente, rebelarse contra quienes arruinaron vidas, familias, negocios y proyectos personales.
Un manto que quiere extenderse ahora sobre las generaciones más jóvenes para que no sepan que quienes hoy ocupan instituciones, cargos públicos e incluso apoyan al Gobierno de la nación representan el fanatismo que durante sesenta años se impuso a sangre y fuego por encima de las ideas y el pacifismo que, cínicamente, hoy dicen defender.
Evitar la verdad
Quienes acabaron con la vida de Eduardo M. o quienes conocen lo sucedido nunca reconocerán la verdad, porque eso les obligaría a contar una historia real, y saben que viven gracias a que han hecho creer a la sociedad una memoria falsa que les permite crecer políticamente.
El problema es que los jóvenes empiezan a no creérsela, ya no se la tragan. Por eso el Parlamento Vasco ha decidido rechazar la inclusión del terrorismo de ETA en el currículo educativo de 3.º y 4.º de la ESO, no vaya a ser que el blanqueamiento y la amnesia del pasado violento de los fanáticos que viven entre nosotros salte por los aires entre las nuevas generaciones de nuestra cada vez más heterogénea sociedad.
«Los fanáticos consiguieron imponerse a los idealistas y, a golpe de pistola y asesinato, extendieron sobre nuestra sociedad un manto de miedo a pensar y expresarse de una manera diferente»
El silencio impuesto sobre ETA en las aulas vascas, con los votos del PSOE, PNV y Bildu, no es un acto inocente. Es una herramienta de poder que favorece a los herederos de la banda criminal y sus aliados, erosionando la memoria de las víctimas y el derecho de los jóvenes a conocer su historia.
No hay que olvidar que esto permite a Pedro Sánchez prolongar su estancia en La Moncloa a base de agitar, por un lado, el espantajo de la amenazante ultraderecha y ocultar, por otro, el fascismo real de quienes nunca han repudiado el terror y viven cómodamente bajo el manto de silencio que tapa su siniestro pasado.