El liberalismo no es pecado 

Los católicos prestaron una contribución fundamental en la construcción del Estado liberal español

Gracias al Butlletí del Centre d’Estudis Rubinencs (Rubí, junio 2024) y al excelente artículo del historiador Eduard Puigventós López, titulado Mossèn Joan Malet, defensor dels rabassaires rubinencs, hemos descubierto la figura del sacerdote Joan Malet i Sarri (1806-1883), mossèn que fue de la ciudad de Rubí. Me llamó la atención la actualidad del pensamiento de un sacerdote del siglo XIX que nos interpela en pleno siglo XXI.  

Por liberal le desterraron    

Un mossèn –sacerdote y maestro- que participa del ideario liberal -por aquel entonces in statu nascendi en España y Cataluña- como, por ejemplo, el impulso de la educación gratuita, la eficiencia administrativa, la conveniencia de una dialéctica negociadora entre el trabajador y el empresario, la necesidad de liberar espacio en un tiempo en que Rubí sube al tren de la Revolución Industrial, el nuevo sistema de clasificación industrial de los bienes o la reforma de la cuestión tributaria con miras a la supresión de unos impuestos que venían de la Edad Media.

Un Joan Malet reformista que se gana la animadversión –cuestión de impuestos y cuestión del arrendamiento de la tierra- de los propietarios tradicionalistas locales. Un Joan Malet que implementa la modernización liberal que se estaba desplegando en el conjunto de España. Un Joan Malet que siempre estuvo en el punto de mira del carlismo y sufrió el destierro –a petición de una parte de sus colegas eclesiásticos- por culpa de espíritu liberal. Vale decir que también fue denunciado por socialista.  

Cuando murió mossèn Joan Malet, el Boletín Oficial Eclesiástico del Obispado de Barcelona publicó un obituario en donde se podía leer que “su grato recuerdo no se borrara fácilmente”. Como nos recuerda el historiador Eduard Puigventós López en el Butlletí, el Obispado de Barcelona, en el obituario de mossèn Joan Malet, “obvió, de manera intencionada, los principales hechos que habían marcado, justamente, su existencia”. Roma no paga traidores.   

Del siglo XIX al siglo XXI 

La figura de Joan Malet merece la pena de ser recordada por su actualidad:

En primer lugar, porque el mossèn de Rubí es el heredero del arzobispo de Tarragona, Francesc Armanyà Font (1718-1803), que forma parte de la denominada “Ilustración eclesiástica” o “Ilustración cristiana”, que impulsó durante las últimas décadas del siglo XVIII la lucha contra la superstición, la instrucción primaria gratuita, los estudios de economía política y la Sociedad Económica de Amigos del País. Conviene remarcar que también se mostró partidario de la separación de funciones entre la Iglesia y el Estado. En suma, el afán de crítica, reforma y modernización. 

Joan Malet implementa la modernización liberal que se estaba desplegando en el conjunto de España

En segundo lugar, porque el mossèn de Rubí es el heredero de la tradición eclesiástica liberal que se consolida con el sacerdote Diego Muñoz-Torrero y Ramírez-Moyano (1761-1829) que, el día de la inauguración de las Cortes de Cádiz (1810), pronunció un discurso en defensa de los principios fundamentales del liberalismo. Ahí empieza la España moderna y democrática.  

En tercer lugar, porque el mossèn de Rubí es el mejor antídoto contra un catolicismo antiliberal -que se consolida un año después de su muerte- que toma cuerpo y forma con el libro de Fèlix Salvà i Sardany titulado El liberalismo es pecado (1884). El eclesiástico sabadellense –¿se conocían ambos habida cuenta que Rubí y Sabadell son ciudades contiguas?- afirma que el liberalismo es una “epidemia” y una secta fundamentada en un “conjunto de ideas falsas y hechos criminales”.

Las ideas falsas: “la absoluta soberanía del individuo y la sociedad”, el “derecho del pueblo para legislar y gobernar”, la “libertad de pensamiento”, la “libertad de imprenta”, la “libertad de asociación”. Los hechos criminales: el liberalismo es “la herejía universal y radical”, “el error absoluto” y “el absoluto desorden”. Por eso, el liberalismo “es pecado, ex genere suo, gravísimo; es pecado mortal”.  

El ‘mossèn’ Joan Malet. Foto: Ateneu Municipal de Rubí

En cuarto lugar, porque Joan Malet, además de ser un ejemplo de las malas relaciones existentes entre la Iglesia y el liberalismo –es la Iglesia quien le destierra y se olvida de su obra por ser liberal-, es también una muestra de las coincidencias entre el catolicismo y el liberalismo: la defensa de la dignidad humana y de los derechos que protegen al hombre.

El humanismo, podríamos decir. Sin que ello borre una serie de desavenencias en asuntos como las creencias, los dogmas, la dialéctica entre ley natural y ley humana, el libre albedrío, la virtud, la moral, el sexo, el alma, la ciencia o el darwinismo. Al respecto, podría decirse que Joan Malet es un predecesor de la conocida máxima de Jacques Maritain que reza así: “la causa de la libertad y la causa de la Iglesia coinciden en la defensa del hombre”.        

En quinto lugar, porque Joan Malet demuestra que ni todos los católicos son adversarios del liberalismo ni todos los liberales son adversarios del catolicismo. Cosa que no debe sorprender a nadie si tenemos en cuenta que los precursores del liberalismo en España fueron –siglo XVI- el jesuita Juan de Mariana y los teólogos humanistas de la Escuela de Salamanca.

El ‘mossèn’ de Rubí es también una muestra de las coincidencias entre el catolicismo y el liberalismo

Como no sorprende a nadie el cristianismo liberal –Emilio Castelar, por ejemplo- que impulsó la libertad de conciencia. A lo que habría que añadir los escritos de Juan Valera o Benito Pérez Galdós promoviendo las relaciones entre el cristianismo y el liberalismo y entre la Iglesia y el Estado. 

Paradoja: pese a la tendencia antiliberal de la Iglesia española, los católicos –incluso los eclesiásticos- prestaron una contribución fundamental en la construcción del Estado liberal español. Adiós a la errónea creencia según la cual el catolicismo es el enemigo del liberalismo y viceversa. En definitiva, el liberalismo no es pecado. 

El liberal trágico   

Finalmente, por qué no decirlo, Joan Malet merece ser recordado por la persecución que sufrió -persecución en el sentido de la tercera acepción del DRAE: “instancia enfadosa y continua con que se acosa a alguien a fin de que condescienda a lo que de él se solicita”- por pensar distinto. Por salir de la norma. Una persecución que todavía se percibe en la España de hoy en diversos ámbitos.  

Una persecución que, sacando a colación al filósofo Richard Rorty, convierte el liberal en un “liberal trágico” que no puede escapar del vértigo de una coyuntura hostil. Eso le ocurrió al mossèn Joan Malet y eso sigue ocurriendo hoy.