Le Pen, Sánchez, la ultraderecha y cuando Europa acababa en los Pirineos
Gracias a Sánchez los españoles vivimos de nuevo ajenos a las corrientes y los vientos que recorren el viejo continente
Pedro Sánchez dice que gracias a Junts y ERC su Gobierno ha conseguido frenar el avance de la ultraderecha en España. La tenemos al otro lado de los Pirineos, como cuando se decía que Europa acababa allí. Así que volvemos a ser poco menos que la reserva espiritual de Occidente.
Gracias a Sánchez los españoles vivimos de nuevo ajenos a las corrientes y los vientos que recorren el viejo continente. Aquí estamos a salvo de las amenazas “ultras” gracias nada menos que a los independentistas catalanes, que serán muchas cosas, sobre todo unos malversadores económicos, pero nos garantizan un Gobierno progresista impermeable a la extrema derecha. Un lujo al alcance de pocos.
Durante el franquismo el régimen del dictador utilizó todos los medios, especialmente RTVE, para hacernos creer que los equivocados eran ellos, los extranjeros, los que no tenían la suerte de vivir en España. Y que gracias al empeño, sacrificio y visión internacional del vencedor de la Guerra Civil nosotros podíamos disfrutar en paz y armonía de una situación de miseria que era la envidia de todos.
El régimen se empeñaba en convencernos de que fuera nos tenían tanta tirria que hasta lo más elemental se utilizaba contra nosotros: nos perjudicaron en el Festival de Eurovisión hasta que llegó “La, la, la” y en los campeonatos de fútbol todo eran zancadillas contra nuestra mítica furia. Un sinvivir.
«Sánchez quiere convencer a la mayoría de los españoles de que solo él y su gobierno Frankenstein pueden frenar el amenazante avance de la mal llamada ultraderecha»
Por supuesto que nuestro sistema político no era homologable a la democracia que se conocía entonces en Europa. Pero ni falta que nos hacía. Porque vivíamos con la tranquilidad de sentirnos a salvo de las convulsiones sociales que nos mostraba la televisión, la única que había, cuando informaba de huelgas, manifestaciones y protestas en cualquier ciudad de Europa.
Sabíamos que aquí nunca pasaría algo así. Nuestro régimen nos garantizaba la paz en las calles y hasta en los hogares. Sin la contaminación de la política, sin máquinas de fango, sin bulos ni mentiras. Solo había una verdad, la de los medios oficiales, y por lo tanto era incuestionable. Si un dirigente decía en la radio que todo estaba en orden y que lo demás eran rumores, que de lo suyo nada de nada, se le creía y se zanjaba la discusión. ¡Qué felices éramos, y no lo sabíamos!
Pedro Sánchez trabaja ahora con denuedo para que volvamos a recuperar la tranquilidad de aquella época frente a la convulsión que, por ejemplo, viven en Francia con la amenaza de quienes quieren acabar con una forma de entender la política que se ha demostrado ineficaz frente a los problemas de la gente.
El Presidente del Gobierno dice haber conseguido parar en España esa ola que se levanta en Europa, pero entiende que su esfuerzo se queda corto y que tiene que poner en marcha un proceso de regeneración democrática imprescindible para que la verdad única, que coincide con que es la suya, no se vea cuestionada y corramos el riesgo de poner en peligro la estabilidad del país.
Si los jueces impiden que los golpistas catalanes puedan ser amnistiados porque no se les perdona la malversación del dinero de todos, pues se da un toque a los jueces. No puede ser que la ultraderecha campe a sus anchas. Que el Fiscal General del Estado tiene que revelar secretos de manera irregular para evitar que un bulo prospere, pues se hace. Y si como pedía Rufián, hay que multar con 140.000 euros a los medios que no controla el Gobierno, se les multa. ¡Múltese!, que diría Chávez después del famoso ¡exprópiese!
En nombre de una seguridad que si algo garantiza es la impunidad de quienes gobiernan, Pedro Sánchez quiere convencer a la mayoría de los españoles de que solo él y su gobierno Frankenstein pueden frenar el amenazante avance de la mal llamada ultraderecha. Porque en realidad lo que avanza es la indignación a la falta de medidas de una clase política superada por los acontecimientos.
La protesta contra quienes viven como privilegiados negando lo que ocurre en las calles de una Europa cada vez más pobre y peligrosa. Muchas de las soluciones que se plantean son claramente populistas, cierto, pero no lo es menos tratar de callar, como pretende Sánchez, los medios que denuncian la corrupción, la colonización de las instituciones y el deterioro de la vida democrática, y todo ello asegurando que acabar con esos “pseudomedios” es necesario para frenar a la “ultraderecha”.
España tiene mecanismos legales con los que hacer frente a cualquier tipo de bulo, mentira o intoxicación externa o interna. No hace falta regenerar lo que ya es plenamente democrático. Ni amnistiar a quienes malversan para frenar a la “ultraderecha”. Salvo que las intenciones sean otras: vender falsa seguridad a cambio de privarnos de libertad. Como cuando Europa acababa en los Pirineos.